Las familias de Javier Dalmás y Diego Planchón llegaron cerca de 1920 a Arroyo Negro, localidad ubicada en Paysandú. Ellos son productores ganaderos y forman parte de la Sociedad de Fomento Rural Puntas de Arroyo Negro. “En estas tierras, que muchas veces se decía que eran para forestar porque no servían para otra cosa, se puede producir alimentos y tener una buena vida”, dice Javier. Plantea que él podría arrendar su predio a la forestación y le pagarían “cuatro veces más” de lo que recauda actualmente. “El campo está muy asociado al sacrificio, hay que andar con lluvia, calor; pero también es contacto con la naturaleza, algo que hoy la humanidad está perdiendo. La relación con el planeta tiene mucho que ver con esto: difícilmente vayamos a cuidar algo que no sentimos como parte propia”, señala.
Dalmás es un convencido de que la sociedad civil organizada es fundamental y al momento del incendio –que afectó 37 mil hectáreas en su departamento y Río Negro– fue el sentimiento de comunidad lo que les permitió hacerle frente. “La historia, conocernos, saber los potenciales y las condiciones de cada uno, quién sirve para cada acción, fue lo que nos permitió salvar nuestros medios de vida y las 1.600 hectáreas de forestación”, apunta. Diego Planchón concuerda, y agrega que cuando comenzó el incendio –el 29 de diciembre– tuvieron apoyo de Bomberos y de las forestales. “Desde ahí para adelante, nos dijeron que estaban controlados. Nosotros, con cuadrillas y gente de la zona, estuvimos tres días más en esa línea, controlando y apagando rebrotes, sin que nadie nos dijera que lo hiciéramos”, recuerda.
Al igual que en Orgoroso, el primer día del año fue clave, porque el fuego avanzaba rumbo a la localidad de Arroyo Negro. En este punto cobran relevancia las 1.600 hectáreas de forestación a las que hizo referencia Dalmás. Mediante un cortafuegos, las cuadrillas de vecinos lograron controlar el incendio en una línea de 14 kilómetros. Si el fuego hubiera pasado esa barrera mantenida por la comunidad, podría haber alcanzado predios de las forestales, entre ellos 1.000 hectáreas de UPM Forestal Oriental, empresa que opera desde 1990 produciendo madera de eucaliptos para la industria celulosa, 300 hectáreas de Montes del Plata, empresa fundada en 2009 por la forestal chilena Arauco y la suecofinlandesa Stora Enso, y 270 hectáreas de la Caja Bancaria, que comenzó su actividad forestal en 1964 con plantaciones de pinos y eucaliptos. “Nos dimos cuenta de que si queríamos salvar algo, lo teníamos que hacer nosotros, no dependía de más nadie”, suma Dalmás.
Sin embargo, apunta que al aumentar la forestación en los territorios se ha ido perdiendo “esa sociedad integrada, afianzada, arraigada en el campo, que deja todo para defender la tierra”. Dice que la mitad de la colonia de sus abuelos está abajo de los árboles. En la misma línea, Diego indica que la opción de muchos productores a partir de la década de los 90 fue vender sus predios porque “se pagaban buenos precios por la tierra” y “no había las opciones productivas que hay hoy para un campo de baja productividad”. “Hoy en día, todos esos campos que se plantaron de monte estarían floreciendo en agricultura y ganadería tranquilamente. En definitiva la política forestal siempre ha sido la misma para nosotros. Los que vivimos en la zona tenemos una reticencia a la forestación de origen porque es el campo de nuestro tío, abuelo, que los tuvieron que vender. Plantaron árboles y desaparecieron las familias”, relata.
Un poquito más de historia para entender
El predio de Javier Dalmás es lindero a plantaciones de Montes del Plata. Antes tenía un vecino, que decidió venderlo a la empresa forestal. “Cuando vi que comienza el trabajo de plantación, pedí una entrevista con el gerente regional de Montes del Plata y le planteé mi situación, de que estaba lindero al alambrado. Les pedí que por favor hicieran un retiro que me diera un poco más de seguridad. Yo entendía que si en el día de mañana hubiera un incendio, mi casa, mi medio de vida, se iba a ver comprometido. Me dijo: ‘Venga, Dalmás’. Me mostró un mapa en la pared de Paysandú y Río Negro con puntitos rojos. Me dijo: ‘Usted quédese tranquilo, porque en estos puntos rojos tenemos una base con personal entrenado que en 15 minutos están en cualquier punto, controlan los focos y entonces a usted nunca le va a llegar el incendio a su casa porque tenemos todo previsto’”, narra. Al recorrer su predio, Javier muestra que la empresa efectivamente no hizo el retiro.
Dalmás señala que la situación le genera impotencia. “Estamos frente a un poder económico que tiene otra lógica para moverse que la que tenemos los vecinos, que siempre miramos un poco qué es lo que precisa el otro; así funciona nuestra comunidad”. “Nosotros tenemos relaciones con las forestales porque somos vecinos, incluso pastoreamos nuestros animales en sus campos. Esto es una crisis en la relación; dicen que las crisis son un momento de oportunidad para replantear las cosas”, desliza.
Dar todo sin tener nada
Diego Planchón resalta como positivo que no haya habido consecuencias físicas graves para quienes intentaron apagar el incendio y que no se hayan quemado casas de los habitantes. Apunta que los voluntarios fueron los mismos chiquilines que los sábados de noche ponen música al lado de la ruta hasta las tres de la mañana y no los dejan dormir. “Esos mismos gurises veían el humo y salían como soldados de guerra. Había que terminar con el fuego y no importaba más nada, te contagian a vos. A mí me pueder decir: ‘Sí, vos porque tenías vacas pegadas’. Ellos andaban porque había que hacerlo”, señala.
Con el paso del tiempo, también llegan otras sensaciones. “Lo más doloroso que dejaron los incendios es el desmerecimiento del trabajo de los voluntarios”. Éramos 100, 120 personas acá, que era el frente más chico”, describe. Además de los jóvenes, personas de 70 años también ayudaban y un grupo de mujeres cocinaba en escuelas para alimentar a las cuadrillas.
Planchón comenta que hubo mucha gente que teniendo casi nada puso todo. Por esta razón tiene “un resentimiento bastante grande” con las declaraciones que hizo el gerente forestal de Montes del Plata, Diego Carrau, a El Telégrafo. “En los frentes donde trabajamos no hubo voluntarios, sino que lo hicimos con gente de Montes del Plata y contratistas que están formados para la prevención y combate de incendios”, manifestó Carrau al medio sanducero. El productor ganadero plantea que esas palabras “lograron bajarle los brazos a la gente, cosa que el fuego no había podido en cuatro días”.
Con el paso de los días, también comenzaron a ver las consecuencias en su producción. “Las vacas pasaron cuatro o cinco días sin comer ni tomar agua. En vez de preñarse 70% va a preñarse 30%, todos los animales perdieron kilos”, explica.
Diego destaca que cuando estaban frente al fuego se dieron cuenta de que eran todos iguales. “Me podía prender fuego yo, se podía prender fuego el funcionario de la empresa forestal, cualquier persona. En definitiva, uno a veces carga contra los funcionarios, que son la cara visible y reciben todas las puteadas, pero también son los que nos dan una mano cuando precisamos. Son empresas que no tienen mucha cara... ¿dónde voy a hablar?”, se pregunta.
“No nos protegieron”
Santiago Schneider es productor apícola, ganadero y también tiene hectáreas de forestación, que se quemaron a raíz del incendio. Relata que después de estar muchos años “luchando con las colmenas” diversificó su producción. “El problema es que no se observa el contexto local, horizontal, las comunidades. Los gobiernos proyectan cosas, pero no entienden que acá se mueve otro entramado que es fundamental entender. ¿Las forestales un día se van y reparten todo? ¿Cómo vuelve esa tierra un día a la gente? Probablemente la forestación llegó para quedarse. Si es así, la interacción con el lugar debe ser mucho más fuerte, y ahora con esto se demostró que no lo era. No nos protegieron”, plantea.
Desde la perspectiva de Schneider, la mayor pérdida para las empresas forestales es en “imagen”. “El bosque lo reciclarán, plantarán, los seguros no sé si les pagarán. Lo que está claro es lo que significa la imagen para una empresa grande; ahí perdieron muchísimo, reconstruir eso no va a ser sencillo. El hecho de no tener respuestas ante la sociedad es un impacto enorme”, desarrolla. Schneider admite que cuando comenzó el incendio pensaba que las forestales los iban a salvar. Con el paso de los días, su sentimiento fue que “estaba en la nada”. “Salvo la gente, pero yo tampoco puedo pedirles a los demás que estaban con su situación. Yo veía a mi vecino desde la ruta viendo el fuego y diciendo: ‘Se va a mi casa, se va a mi casa’. Éramos sonámbulos al final”, suma.
Dar el debate
Dalmás pone sobre la mesa una pregunta importante: “¿Y lo que no se hizo antes?”. Dice que donde se inició el fuego de la emblemática “camionetita”, Montes del Plata tenía a 700 metros la capacidad para apagarlo. También que la banquina al lado de donde estaba estacionado el camión tenía malezas de “un metro de alto”. “Los cortafuegos, que son una franja entre monte y monte, que se supone que tiene que estar limpia, cuando nosotros llegamos, que queríamos establecer una barrera, eran imposibles. El fuego pasaba de largo, no había un mantenimiento de los cortafuegos”, agrega.
Comenta que la sociedad está acostumbrada a los “subsidios al sistema forestal” y cita como ejemplo la inversión del Estado en la construcción del tren que se usará para conectar la segunda planta de UPM, empresa finlandesa que produce pulpa de celulosa, papel y madera, con el puerto de Montevideo. “Nosotros como país no tenemos que hacer ninguna inversión, tenemos que exigir que las forestales inviertan lo que nosotros como país decidamos que tienen que invertir, que nos asesoren nuestros entendidos, nuestros bomberos, y que existan los protocolos adecuados para que cuando llegue el incendio, porque va a haber de nuevo, esté todo practicado. Nosotros vamos a ir de nuevo para aportar nuestra mano de obra, pero también tenemos que saber a qué lugar y cuál va a ser nuestra función”, argumenta.
Schneider finaliza cuestionando qué hubiera sucedido si el dinero de los “subsidios a las forestales” se hubiera dirigido a los productores locales: “Es lo que a uno le queda. ¿La gente por qué dejó los campos? Porque no era rentable. A su vez, para los que venían era muy barato. Como no había rentabilidad, no había precio. Es un círculo. Después quedaste medio en una rosca”.
Mesa de diálogo
Organizaciones sociales de Paysandú y Río Negro, junto con asociaciones de productores agropecuarios y apícolas que se vieron afectados por los incendios, convocaron a una mesa de diálogo. Las entidades invitadas son: Presidencia de la República, ministerios de Ambiente y Ganadería, Agricultura y Pesca, intendencias de Río Negro y Paysandú, alcaldía de Piedras Coloradas, Universidad de la República y las empresas forestales Montes del Plata, UPM Forestal Oriental, Caja Notarial y Caja Bancaria.
“Venimos conviviendo con la forestación desde hace años y, dadas las decisiones del país, vamos a seguir haciéndolo por muchos años más. Por lo tanto, es imprescindible una instancia de concertación de todas las partes que pueda brindar las garantías de seguridad que requiere nuestra sociedad”, se expresó en la convocatoria. La mesa de diálogo tratará las temáticas de “prevención de los riesgos relacionados con las actividades productivas, así como la preservación del medioambiente y la seguridad de las poblaciones vecinas”.