Un nuevo informe elaborado por la Dirección Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Dinabise), junto con el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), plantea recomendaciones para hacer frente a una problemática que suele estar ausente en el debate público de nuestro país. Se dice que Uruguay vive de espaldas al mar; quizás las propuestas de los técnicos podrían ser una oportunidad de girar la perspectiva y brindarles la protección que se merecen nuestros ecosistemas marinos y estuarinos. Pero antes de conocer en qué consisten estas propuestas, es necesario saber en qué situación están nuestros ecosistemas marinos.

Sin vueltas, en el documento los autores alertan que “el bienestar de los océanos y la sostenibilidad de los ecosistemas marinos se encuentran en un punto crítico, cuya tendencia es de deterioro hacia la pérdida de hábitats y de la capacidad de proveer servicios insustituibles”. La sobreexplotación de los recursos biológicos, alteración de hábitats, dragados, cableados submarinos, tráfico marítimo, búsqueda y explotación de hidrocarburos, cambio climático y contaminación por plásticos y químicos, son las principales causas de los impactos que están sufriendo. A su vez, todas estas actividades son reconocidas como “las causas principales de pérdida de biodiversidad marina a nivel mundial”, se explica.

Además, el informe sostiene que “Uruguay se encuentra hoy en un escenario creciente de desarrollo sobre el territorio marino, donde nuevas actividades como la explotación de hidrocarburos y la creación de parques eólicos offshore se proyectan, sumándose a las actividades tradicionales que ya se desarrollan allí como, por ejemplo, la pesca”. Recordemos que en junio y comienzos de diciembre Ancap informó que recibió nuevas ofertas de empresas petroleras –algunas de ellas están a la espera para firmar contratos– con miras a explorar y posteriormente explotar seis de los siete bloques disponibles de la plataforma marina y la zona económica exclusiva.

En este contexto, con el objetivo de profundizar la información sobre áreas marinas cuya conservación debería ser prioritaria, se conformó un grupo de trabajo presidido por el Ministerio de Ambiente (MA). Está integrado por técnicos de la cartera y otras instituciones que tienen competencias en la gestión, como la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y el Servicio de Oceanografía, Hidrografía y Meteorología de la Armada (Sohma). Durante varias instancias, también se consultó a investigadores de la Universidad de la República. Según se detalla en el informe, recibieron “aportes de 10 unidades de investigación, tanto de la Udelar como de la Dinara, con la participación de 21 especialistas”. En base a esta información, la Dinabise y el SNAP redactaron el informe al que accedió la diaria.

Sin embargo, la idea de proteger los ecosistemas marinos no es nueva, inclusive los mandatarios tienen la obligación de hacerlo. Uruguay es signatario del Convenio de Diversidad Biológica desde 1993. En este marco las autoridades asumieron el compromiso de alcanzar un 10% de superficie de áreas marinas protegidas “representativas y efectivas” para 2020. A su vez, a fines de junio, se llevó adelante la segunda Conferencia de Océanos de Naciones Unidas. Allí, el MA anunció el compromiso de crear “una hoja de ruta que permitirá llegar a la meta de 30%” de territorios marinos protegidos a 2030.

“A nivel marino, los avances han sido escasos y las áreas marinas protegidas que hoy se incluyen en el SNAP corresponden exclusivamente a áreas costeras o insulares, extendidas a 5 millas náuticas de la costa, cuyo principal objetivo de creación refiere a los valores destacados de biodiversidad y culturales costeros, alcanzando 0,7% del territorio marino protegido bajo esta medida”, reconocen los técnicos de la cartera ambiental. Si bien todavía se está lejos de cumplir con los compromisos, hacen hincapié en poner el foco de conservación a “mayores distancias de la costa, en la Zona Económica Exclusiva de Uruguay”.

¿Por qué debemos poner el foco en el mar?

A partir del análisis de la bibliografía elaborada por académicos, se determinó que nuestra zona económica exclusiva “presentaría un aporte significativo a la conservación de la biodiversidad marina global”, siendo destacada como “la región que tendría mayor contribución del continente, si allí se implementaran medidas de conservación basadas en áreas”. Por nombrar tan sólo un ejemplo de su importancia, es una de las regiones destacadas a escala global por la presencia de “distintos grupos biológicos”, entre ellos cetáceos, tiburones, tortugas y aves.

“Esta zona es relevante por brindar servicios claves para la conservación de biodiversidad, almacenamiento de carbono y provisión de alimentos”, aseguran los técnicos. Al mismo tiempo, este espacio presenta ambientes templados de “alta productividad, complejidad y dinámica”. Sin embargo, cuando hacen referencia a la “complejidad” de la zona, no debe entenderse en forma negativa, sino todo lo contrario: allí se dan particulares procesos oceanográficos, y la presencia de estructuras y geoformas de fondo determina una importante heterogeneidad de hábitats. Inclusive, por estas razones, en 2015 se designó a la zona marina sur de Brasil hasta el límite de la jurisdicción uruguaya como un Área de Significancia Biológica o Ecológica, bajo los criterios de la Convención de Diversidad Biológica. “Dadas las características compartidas y los antecedentes descritos anteriormente, se espera que la zona adyacente de aguas uruguayas revista similar importancia”, agregan.

Como se mencionó, el cambio climático antropogénico también está aumentando la vulnerabilidad de la zona económica exclusiva uruguaya. Se encuentra en una de las regiones mundiales “que ha experimentado una tendencia al calentamiento y se proyecta continúe así en los distintos escenarios futuros que maneja el IPCC [Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas], constituyendo el mar uruguayo uno de los denominados ‘hotspot’ de calentamiento en el océano global”, señalan. Los técnicos del MA apuntan que a esta tendencia se superponen “eventos extremos cálidos de temperatura superficial del mar”, más conocidos como olas de calor marinas. Este tipo de fenómenos puede dar lugar a “mortandades masivas de organismos que, en consecuencia, generan impactos socioeconómicos y ecológicos negativos”. “Estos eventos también han sido registrados en el mar uruguayo, provocando mortandades masivas de peces y se espera que continúen aumentando su frecuencia de ocurrencia e intensidad en consecuencia del cambio climático”, describen. Debido a estas razones, cada vez es más urgente tomar medidas efectivas de protección. Y estas son tan sólo algunas de las particularidades de la zona.

Los ocho sitios

En la actualidad, existen dos proyectos de áreas marinas protegidas presentados por organizaciones de la sociedad civil al MA: uno de ellos abarca la zona de Isla de Lobos y su banco de mejillones y el otro busca conservar la zona del talud continental y sus corales de profundidad. Ambas comenzaron a tratarse en la Comisión Nacional Asesora del SNAP en diciembre de 2021. Los técnicos mencionan que “están siendo evaluadas en el marco de los análisis técnicos de prioridades de conservación a nivel marino que se incluyen en el presente informe”.

En el documento, a partir de la consulta a los expertos, se destacaron “de forma preliminar” ocho sitios para “ser considerados por su particular relevancia para la conservación”. “Estos sitios presentan relativa estabilidad e integran aspectos ecológicos asociados a la biodiversidad y/o presencia de especies singulares a nivel local o regional que los vuelven de prioridad para su conservación. Además, se identifican zonas con dinámicas particulares asociadas a procesos oceanográficos y ecológicos de gran relevancia ecosistémica (por ejemplo, zonas frontales asociadas a la reproducción, cría y alimentación de fauna marina) que deben ser considerados”, manifiestan.

¿Cuáles son los ocho sitios que se busca proteger? Uno de ellos es definido como el “Banco Inglés”, está ubicado en la región estuarina y es una formación principalmente arenosa de muy baja profundidad. Se ubica 40 kilómetros al sudeste de Montevideo, en el Río de la Plata, y consiste en un afloramiento rocoso, rodeado de grandes volúmenes de arena que, en ocasiones particulares, su parte más elevada queda expuesta sobre la superficie. Según el informe, es de interés ecológico por funcionar de hábitat para moluscos y peces bentónicos, es decir, que viven en el fondo del mar. Pero además tiene valor histórico cultural por “ser símbolo característico del arribo al puerto de Montevideo en la navegación, responsable de numerosos naufragios y varamientos, por lo que fue cartografiado desde los inicios de la navegación por estas costas”.

Un segundo sitio es denominado “La Isla e islotes de Lobos y entorno sumergido”, ubicado en la región de la plataforma costera de Maldonado. En la isla de mayor tamaño –de unas 43,5 hectáreas– residen colonias permanentes de lobos (Arctocephalus australis) y leones marinos (Otaria flavescens). “Estimaciones recientes indican que en la costa uruguaya nacen unos 60.000 cachorros de lobo fino y más de 2.800 leones marinos anuales, que se reparten en 4 sitios reproductivos”, se resalta en el informe. A su vez, en la zona existen sitios de concentración de bancos de mejillones, que sirven de hábitat para invertebrados y peces. También constituye una pieza “importante en la ruta de migración de la ballena franca austral, que se aproxima a estas costas en búsqueda de refugio para el descanso y cuidado de sus crías”. A su vez, merodean orcas debido a la gran disponibilidad de posibles presas. “Posee un especial valor cultural e histórico, ya que aún persisten las edificaciones que se utilizaban para la faena de lobos y leones marinos que operó entre mediados de 1873 y 1991, cuando fueron prohibidas”, se suma.

El tercer sitio presentado es la “Restinga del pez limón”. Se trata de fondos rocosos ubicados entre los 20 y 40 metros de profundidad a la salida del Río de la Plata. Allí se concentran especies de peces de “importancia ecosistémica” y “comercial” que “buscan refugio y alimento de los invertebrados de varios grupos que se fijan en las rocas o habitan asociados a ellas''. Señalan que “se requiere establecer estudios específicos para conocer su biodiversidad y características ecológicas, pues recientemente fueron realizados registros fotográficos donde se aprecia una singular diversidad de invertebrados” que reflejan la “relevancia” de estos ambientes para el desarrollo de otras especies como ascidias, esponjas del mar, anémonas, estrellas, rayas y peces característicos de arrecifes rocosos.

Un cuarto sitio es “El Pozo de fango”, que se encuentra en la región de la plataforma costera. “La presencia en abundancia significativa de moluscos gasterópodos y otras especies bentónicas, ha motivado el interés de extracción por distintas pesquerías específicas, que no operan desde mediados de los años 90 por bajos rendimientos, probablemente por la ocurrencia de sobreexplotación”, destacan los técnicos. Es una zona de particular relevancia para especies como tiburones y rayas, incluidas en el Plan de Acción Regional para la Conservación y Pesca Sustentable de los Condrictios del Área del Tratado del Río de la Plata y Frente Marítimo.

Un quinto sitio se llama “Fondos con concentración de moluscos de especial interés”, que se distingue por contar con la presencia de bancos de mejillones, ostras, pulpos, caracoles, calamares y cangrejos ermitaños. Además, el tiburón sarda (Carcharias taurus) se concentra en la zona durante el verano, junto con el rajiforme chucho (Myliobatis) y la guitarra grande (Pseudobatos horkelii). También se ha registrado la presencia de neonatos de tiburón martillo (Sphyrna zygaena), tiburón gatopardo (Notorynchus cepedianus) y el tiburón marrón o cobrizo (Carcharhinus brachyurus). “Allí también ocurren importantes concentraciones de juveniles de anchoíta (Engraulis anchoita), especie muy importante como alimento de la merluza (Merluccius hubbsi) y pescadilla (Cynoscion guatucupa), segundo recurso pesquero costero del país”, se indica.

El sexto sitio prioritario para su conservación es la “Zona de concentración de juveniles y de cría permanente de merluza”; tiene lugar en la zona económica exclusiva uruguaya y se considera un “hábitat de relevancia ecológica para esta y otras especies acompañantes”, “constituyendo esta una zona de relevancia socio-económica a nivel nacional”. ¿Cuál es el motivo de su protección? Según los técnicos del MA, “desde los inicios de su explotación pesquera (a mediados de los 80) ha existido una fuerte presión sobre la merluza. En la actualidad, la biomasa total calculada para el stock de la Zona Común de Pesca Argentina-Uruguaya se encuentra por debajo del 40% de su biomasa estimada para mediados de los años 80. Si bien los últimos estudios indican que estos valores se encuentran en recuperación bajo los niveles de pesca recientes, se considera elemental aportar a la protección de esta zona con medidas que protejan de otros potenciales usos que puedan perjudicar a la especie”. A su vez, se destaca que en esta región ocurre la intrusión de la corriente subantártica de Malvinas, que es rica en nutrientes y favorece la producción.

El penúltimo sitio es el “Margen y talud continental” que declaran de “especial relevancia para la conservación” por su heterogeneidad de hábitats con “características geomórficas singulares”. Se extiende desde los 200 metros de profundidad hasta los 1.000 metros aproximadamente. Aquí se encuentran las estructuras iniciales de siete cañones submarinos y pockmarks –depresiones en forma de cráter asociadas a migraciones de agua de alta temperatura o hidrocarburos– de hasta 40 metros de profundidad y 400 metros de diámetro, que se asocian a ambientes que aún no han sido explorados. A su vez, estas estructuras se asocian a la formación de montículos de corales, que funcionan como refugio, lugares de cría y alimentación para muchas especies. “La diversidad biológica encontrada en los arrecifes de aguas profundas puede ser hasta 3 veces superior a la encontrada en los fondos circundantes”, se reconoce en el informe, además de detallar su vulnerabilidad. Se han encontrado especies de relevancia biológica como la langosta (Thymos birsteini), orca, pez espada y grandes tiburones como el azul (Prionace glauca) o martillo.

Finalmente, el último sitio –que está incluido en una de las propuestas de áreas marinas protegidas a estudio del SNAP– consiste en siete sistemas de cañones submarinos, una especie de “conductos erosivos a través de los cuales los sedimentos son transportados desde la plataforma hacia el océano profundo”. “Dentro de los cañones, la biomasa y abundancia de especies puede ser hasta 15 veces mayor que la de áreas circundantes a las mismas profundidades. En este sentido, los cañones pueden considerarse hotspots de diversidad debido a la gran diversidad de megafauna y elevadas tasas de endemismo”, se describe. Los nombres de estos conductos, insertos en el talud continental, son Río de la Plata, Montevideo, Piriápolis, José Ignacio, La Paloma, Cabo Polonio y Punta del Diablo.

Entonces, queda en evidencia que la ubicación de estas áreas es de suma importancia ecológica. Por esta razón, es preocupante que los sitios “Margen y talud continental”, los siete sistemas de cañones submarinos y la “Zona de concentración de juveniles y de cría permanente de merluza” se ubiquen en el mismo lugar que empresas petroleras buscarán y –si tienen suerte– explotarán hidrocarburos. Recordemos que las empresas petroleras integran una de las industrias con mayor responsabilidad por el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, causantes del cambio climático antropogénico. Y el cambio climático, se explicó en el informe, también está afectando los ecosistemas marinos.

¿Qué protección queremos?

Como hemos mencionado en notas anteriores, el concepto de área marina protegida aún está en discusión: hay quienes piensan que deben ser dinámicas y quienes piensan que deberían ser fijas. Los técnicos del MA ven con buenos ojos las áreas marinas protegidas dinámicas cuando “los objetivos de conservación de las áreas son esencialmente megafauna, que realiza grandes migraciones o tiene gran movilidad”. “La aplicación de este tipo de áreas podría ser evaluada como medida de gestión complementaria en el contexto de los planes de manejo de las áreas y su zonificación, pudiendo establecerse ventanas espaciales y temporales de manejo (por ejemplo, para la prospección de hidrocarburos, límites en el esfuerzo pesquero o tránsito marino en épocas clave de mayor presencia o concentración de estas especies)”, se manifiesta.

En el informe plantea un debate que también está presente en las áreas protegidas terrestres: “El concepto a nivel mundial [de área protegida] ha ido cambiando desde ser una exclusión total de usos humanos, a una herramienta de desarrollo sostenible, que busca compatibilizar la conservación de la biodiversidad con los usos que suceden en los territorios, asumiendo fuertes interacciones de las áreas protegidas con su entorno e incorporando los intereses y desafíos del desarrollo social de las personas que hacen uso de las áreas y su entorno”. Por esta razón, se plantea que no debería haber “restricción total en sí”, sino “restricciones específicas”.

Asimismo, los técnicos sostienen que de los ocho sitios prioritarios para la conservación, tres de ellos tienen “gran potencial y factibilidad” para avanzar hacia su ingreso como área marina protegida del SNAP. Estos son: la Isla e islote de Lobos y su entorno sumergido, el Área de cría permanente de merluza y el Margen Continental y talud, incluyendo las cabeceras de cañones submarinos. El 12 de diciembre, en una resolución firmada por el titula del MA, Adrián Peña, se dio el visto bueno para la elaboración de los “proyectos de selección y delimitación como áreas protegidas” para estos últimos casos. A su vez, establece que los ocho sitios son de “particular relevancia para su conservación” y “deberán ser tenidos especialmente en cuenta en el marco del régimen de evaluación de impacto ambiental y autorizaciones ambientales, así como en demás políticas”.

Si bien se trata de un primer paso y aún queda un largo camino para cumplir con los compromisos asumidos, es hora de empezar el debate sobre qué tipo de protección queremos para nuestros ecosistemas marinos y qué actividades son compatibles con su cuidado.