Maximiliano Manzoni, desde la COP28 en Dubái

Con la primera sonrisa en dos semanas, Sultan Al-Jaber recibió el consenso de aplausos en la plenaria de la 28a Conferencia de las Partes (COP28), mejor conocida como la Cumbre del Clima. Con 23 horas de tiempo extra, el presidente de la conferencia en Dubái –y también CEO de la petrolera estatal de Emiratos Árabes Unidos (EAU)– había logrado lo que él llamaba una “decisión histórica”. A lo largo de las 21 páginas que guiarán las políticas contra el cambio climático en la próxima década, en cada coma y término se libró una batalla que “refleja la realidad política”, dijo Susana Muhamad, ministra de Ambiente de Colombia.

Por primera vez en casi 30 años de negociaciones internacionales sobre el cambio climático, casi todos los países del mundo habían nombrado el elefante en el cuarto y acordado “alejarse del uso de los combustibles fósiles”. La decisión quedó plasmada en el llamado Balance Global, una especie de examen de los resultados del Acuerdo de París hasta el momento.

La sonrisa de Al-Jaber no duró demasiado.

“No quisimos interrumpir la aclamación, presidente”, dijo Anne Rasmussen, delegada de Samoa representando a la Alianza de los Pequeños Estados Insulares (Aosis), “pero parece que han aprobado las decisiones cuando los representantes de las islas todavía no estábamos presentes”.

El consenso más frágil del mundo.

¿Basta con nombrar el elefante en el cuarto?

“No es suficiente referenciar la ciencia y luego ignorar lo que la ciencia dice que debemos hacer”, prosiguió Rasmussen. “Nosotros no podemos permitirnos volver a nuestros hogares con el mensaje de que este proceso nos falló”.

“Este es el único Balance Global que importa”, finalizó la delegada de Samoa, porque es el único que puede asegurar que podremos limitar el calentamiento global a 1,5 °C” por encima de las temperaturas preindustriales, límite propuesto por el Acuerdo de París.

Actualmente ya vivimos en un mundo con olas de calor e inundaciones más frecuentes, y sólo estamos 1,1°C por encima. Los compromisos asumidos desde el Acuerdo de París nos llevarán a un mundo de 2,8 °C, lo cual está muy por encima del objetivo, pero sigue siendo menos que la trayectoria hacia los casi 5 °C a la que caminábamos antes de la firma del acuerdo en 2015.

Una ovación de minutos dejó a Al-Jaber sin otra opción que sumarse a los aplausos.

La ausencia del grupo que representa a 39 islas, muchas de las cuales están en peligro de desaparecer por completo debido al aumento del nivel del mar por el cambio climático, vició la narrativa del éxito histórico del “consenso de EAU”, el nombre propuesto al acuerdo. Al final, las islas no convirtieron su objeción en una que rompiera el acuerdo, pero el discurso dibujó la división sobre la letra chica.

Mientras que durante dos semanas la discusión giró sobre si se debía hablar de “reducir el uso” o “eliminar el uso” de los combustibles fósiles, la propuesta final estiró el significado de las palabras a un límite con el que los países petroleros y desarrollados se sintieran cómodos: “transicionar para dejar atrás los combustibles fósiles en el sector energético”.

Detrás de cada palabra se esconde “una letanía de agujeros” terminó diciendo Rasmussen. Por ejemplo, las llamadas tecnologías de “captura de emisiones” de los combustibles fósiles.

Desde la línea de metro que recorría la distancia de casi dos horas entre la conferencia y mi hotel en Dubái, gigantografías de Arabia Saudita y Exxon promoviendo esas tecnologías interrumpieron la publicidad de autos, edificios de lujo y la polución de aire que domina la ciudad. Pero estas soluciones tecnológicas impulsadas por las petroleras se enfrentan a limitaciones de escala, costos altísimos, éxito cuestionable y, en el peor de los casos, más emisiones. Demasiados bemoles para no admitir que simplemente no funciona.

Un fondo dañado y perdido

Estados Unidos y Alemania acusaron recibo del discurso de las islas e intentaron salvar la narrativa de EAU. John Kerry, el enviado de la Casa Blanca, admitió que “claramente nos hubiese gustado ver más ambición, como lo piden las pequeñas islas. Nosotros apoyamos el pedido de un lenguaje más claro sobre la necesidad de terminar con los combustibles fósiles, pero sabemos que esto es un compromiso entre muchos países. Y eso no reduce su significancia”. Por su parte, Alemania prometió apoyar a las islas “el tiempo que sea necesario”.

Los países desarrollados se van contentos de Dubái. La COP28 borró para ellos el mal sabor que había significado en 2022 la ofensiva de los países en vías de desarrollo, que habían ganado la pulseada para crear un fondo para lidiar con los daños y pérdidas que el aumento de temperaturas ya crea en el mundo.

En el primerísimo día en Dubái lograron que el fondo sea como ellos querían que fuera: aportes voluntarios y gestionado por el Banco Mundial, lo que abre serios cuestionamientos sobre la independencia del fondo. Los presidentes del Banco Mundial son, después de todo, asignados por el gobierno de Estados Unidos, lo que da a los países que deberían donar dinero demasiada influencia sobre el destino de los fondos.

Otro problema con el Banco Mundial son los costos que el ente exige para transferir dinero a los países que pudieran calificar. Y luego están los criterios en sí mismos: entre la falta de confianza en la independencia y una definición vaga de “país particularmente vulnerable”, la organización costarricense La Ruta del Clima lo definió como un “fondo dañado y perdido”.

En un comunicado, la organización denunció el “colonialismo y silencio” que dominó la discusión sobre los daños y pérdidas en 2023. “La agenda del norte de huir de sus responsabilidades históricas ha prevalecido. Este resultado acepta que los elementos mínimos de la dignidad humana son una simple transacción en las negociaciones de la Convención del Cambio Climático de la ONU”.

Desconfianzas del Sur

En la plenaria del 13 de noviembre, el discurso de la delegación de Samoa habilitó a que otros países empezaran a ventilar sus críticas al proceso y el resultado.

Las críticas se dividieron en dos tipos: por un lado, los países insulares y más afectados por fenómenos extremos, como la misma Samoa y las Islas Marshall, que consideran que el lenguaje adoptado no fue “lo suficientemente ambicioso”, aunque destacaron una mejoría respecto de la anterior propuesta de Emiratos Árabes el 12 de noviembre, el día que debía terminar la conferencia. Ese borrador era incluso más conservador que lo que se aprobó, ya que sólo hablaba de “disminuir el uso de carbón que no mitigue sus emisiones” –lo que significaba desde tecnologías de captura hasta posibles compras de créditos de carbono– y sólo recomendaba “tomar una serie de mecanismos” para alejarse del resto de los combustibles fósiles.

Tras dos semanas, para las Islas Marshall la propuesta anterior del borrador era un insulto. “No firmaremos nuestro certificado de muerte, no nos iremos en silencio a nuestras tumbas en el agua”, dijo el delegado John Silk.

Al-Jaber no esperó a que Silk terminara su alocución en plenario. Se levantó y se fue.

Colonialismo de carbono

Por otro lado, países sudamericanos como Bolivia y Paraguay criticaron el consenso de la EAU con un lenguaje diferente cada uno, pero lleno de los mismos cuestionamientos.

“Declaramos con gran pesar que los principios del Acuerdo de París se han erosionado”, empezó diciendo Diego Pacheco en un español que se elevó entre tanto inglés. Para el representante del gobierno boliviano, “más capitalismo y mercado no son la solución para los problemas creados por el capitalismo y el mercado”. Para Bolivia, “durante estos ocho años [desde el Acuerdo de París] los países desarrollados han trabajado intensamente en transferir sus obligaciones a los países en vías de desarrollo” a través de medidas unilaterales “sin que haya medios de implementación para nuestros países”. Esto es “un colonialismo de carbono”, dijo Pacheco.

Aún más duro fue Marcos Nordgren, miembro de la Plataforma Boliviana frente al Cambio Climático, que a su vez es parte de la Climate Action Network, la red de organizaciones ambientales más prominente en las negociaciones. Para Nordgren “es urgente desenmascarar abiertamente el fracaso” y señalar que la Unión Europea, Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Noruega, entre otros, “deciden unilateralmente que no tienen obligación alguna” en poner el dinero para hacerse cargo de su responsabilidad en la crisis.

“Hablamos mucho de los 1,5 °C y de ciencia mientras los países desarrollados tienen planes de expansión de combustibles fósiles. En el mundo real, estamos cada vez más lejos”, terminó diciendo Pacheco en representación del gobierno boliviano.

Tras un aplauso cerrado y en diferido por la traducción, Al-Jaber pidió que los próximos delegados respetaran el tiempo límite de los tres minutos.

Paraguay aprovechó el estrado para reafirmar el propósito de toda su política climática: defender su agricultura y ganadería. Ethel Estigarribia, representante del gobierno de Santiago Peña, criticó, por ejemplo, la recomendación de reducir emisiones de otros gases además del dióxido de carbono, lo que afectaría al metano generado por las vacas. Paraguay “observa la redacción con disconformidad y la rechaza”, ya que “un gran porcentaje” de su economía se relaciona “con el sector productivo” que “se desarrolla de manera sostenible y armónica con el ambiente”.

El país se quejó de la recomendación de reducir y terminar con la deforestación para 2030. “Debe ser sólo sobre la deforestación ilegal, tenemos derecho a desarrollarnos”, dijo la delegada paraguaya.

Sudamérica desunida

La tensión entre evitar la documentada responsabilidad del sector agropecuario al mismo tiempo de reafirmar que es la solución cruzó a todo el Mercosur, que desde el primer día trasladó sus disputas con la Unión Europea a la cumbre en Dubái.

Tanto Argentina como Brasil llevaron a la COP28 documentos que buscaban poner en el estadio global las crecientes presiones de la Unión Europea, primero con su ley antideforestación, que prohibirá la exportación a su mercado de commodities provenientes de un desmonte anterior al 31 de diciembre de 2020, y las cláusulas ambientales que en febrero de 2023 la Unión Europea agregó como requisito adicional para hacer operativo el tratado de libre comercio con el bloque sudamericano.

Durante su estadía en Dubái, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, intentó cerrar la grieta en conjunto con el jefe de gobierno de España, Pedro Sánchez, pero esa misma noche su par francés, Emmanuel Macron, le dio la estocada final. “Es un acuerdo mal enmendado”, dijo Macron; “No considera la biodiversidad ni el clima”.

Francia siempre había sido la piedra en el zapato de un acuerdo de libre comercio en el que, según el ministro de agricultura de Uruguay, Fernando Mattos, se buscaba imponer “un neoproteccionismo bajo la excusa de criterios ambientales”. Brasil llegó al extremo de impulsar, con el apoyo de India y China, una resolución para que en la COP28 se discutiera el uso de herramientas unilaterales que afectan el comercio bajo la excusa del cambio climático”. Finalmente, logró que esa queja quedara en el Balance Global.

Mientras que Brasil y Uruguay terminaron firmando la “Declaración en Agricultura Sustentable” propuesta por EAU –que propone reconocer los principios de libre comercio, pero también el impacto que la agricultura tiene en el ambiente y el cambio climático–, Argentina y Paraguay estuvieron ausentes.

Esta declaración fue por fuera de las negociaciones del grupo temático sobre Agricultura, donde los países fracasaron en ponerse de acuerdo siquiera en la estructura del grupo. Consultado para este reportaje durante una conferencia de prensa, el secretario de Agricultura de Estados Unidos, Tim Vilsack, respondió que “circunstancias especiales” hicieron “imposible llegar a un acuerdo”. Entre las circunstancias especiales, dicen fuentes cercanas a la negociación, se encontraba la propuesta del grupo de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay de mantener la estructura de forma “más informal”.

Un símbolo de paz

Sin acuerdo en agricultura ni mercados de carbono, la región ahora tendrá que esperar a las nuevas metas de financiamiento que se discutirán en la COP29 de noviembre de 2024. El lugar elegido no estaba en los planes: Baku, Azerbaiyán. Pero la decisión fue bienvenida tras un año en el que la guerra entre Ucrania y Rusia hizo imposible cualquier acuerdo en la región sobre qué país de Europa del este sería el anfitrión.

En medio de una conferencia marcada tanto por ese conflicto como por la guerra en Gaza –dentro del predio hubo varias protestas pidiendo el alto el fuego y el fin de la ocupación en Palestina–, la elección de Azerbaiyán también fue un símbolo de paz: para lograr ser sede, el país primero negoció con Armenia, con quien está en guerra desde 2020.

Entre Baku en 2024 y Belém, Brasil, en 2025, el comienzo del fin de los combustibles fósiles debe pasar de las palabras a la acción. Primero, ver dónde está el dinero para la transición energética, y segundo, nuevos planes más ambiciosos para reducir emisiones, incluyendo los de Brasil, donde la victoria contra la deforestación se cruza con la entrada de Lula al grupo extendido de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

“Un acuerdo es tan bueno como su implementación”, dijo Al-Jaber en su discurso de cierre. El consenso sobre el comienzo del fin de los combustibles fósiles tiene un largo primer acto por delante. Tan largo que hay dudas de si la humanidad verá el final.