“Cuando yo era más gurí tomábamos agua de las chacras y no te hacía nada. Había pescado, abundaban los patos. Hoy no se ven ni cangrejos, no se ve nada. Es el clima que está cambiando y las arroceras. No se ven mariposas, no se ven pila de pájaros. Ahora no hay bichitos de luz. Antes había tábanos que te volvían loco. El clima está cambiado, lo miro en la televisión”. Esta pequeña declaración de un trabajador rural forma parte de la investigación llevada adelante por un equipo interdisciplinario, con base en el Instituto de Psicología Social de la Universidad de la República, que busca integrar el potencial del sindicalismo uruguayo a las luchas por enfrentar la degradación ambiental. Allí proponen recuperar los relatos de trabajadores, trabajadoras y otros actores sociales territoriales testimonios para que sus experiencias puedan incorporarse a las discusiones públicas.

Este mes, el equipo difundió dos informes llamados Reflexiones sobre la sustentabilidad en la producción del arroz: una construcción en diálogo con los trabajadores y trabajadoras y Lo que la industria forestal olvida: conflictos entre trabajo, ambiente y salud en contexto de intensificación productiva. Los autores son María Fernanda Souza, Héctor Seco, Andrés Carvajales y María Victoria Tabárez. la diaria tuvo la oportunidad de conversar con Souza, licenciada en Sociología por la Universidad de la República y con una maestría en Medio Ambiente, Política y Sociedad por la Universidad de Edimburgo, y Carvajales, licenciado en Ciencias Biológicas, quien cursa una maestría en Manejo Costero por la Universidad de la República.

Adentrándonos en la investigación, ¿cómo fue llegar a territorio?

Andrés Carvajales (AC): Fuimos a uno de los sitios donde está concentrado el complejo forestal, en la zona de Paysandú, y después fuimos a la zona arrocera, que tradicionalmente está en el sureste de Uruguay. Partimos con la idea de recorrer el campo con las personas, nos interesaba recoger esa voz lo más separada posible de las relaciones con sus empleadores y de las relaciones con la centralidad del movimiento sindical. Ocurre mucho que el dirigente sindical capta algo porque tiene presente la prensa nacional, algunas discusiones que se dan de carácter público, pero no es ni el delegado de base, ni el tractorista, ni el aguador ni el que hace crecer los plantines en el vivero. A nosotros nos interesaba ir a trabajar con estas últimas personas. Esto nos obligó a instalarnos una cierta cantidad de días en territorio. No vivir con ellos, porque tampoco era un trabajo antropológico, pero sí a compartir la recorrida y que en la conversación pudieran surgir aquellos elementos que nosotros queríamos destacar como, por ejemplo, ver en qué medida los temas del ambiente y del trabajo conectaban o no conectaban. También es verdad que había interés previo de las organizaciones de base, porque ya hay situaciones que se vienen denunciando y a las que no se les está dando, según las propias personas afectadas, la atención suficiente. También hay un costado del trabajo de dar a conocer estas situaciones.

María Fernanda Souza (MFS): Nos interesaba observar las dinámicas en el lugar. A mucha gente la fuimos entrevistando a medida que la cruzamos porque queríamos tener los conceptos sin una reflexión previa. Queríamos ver qué era lo que surgía espontáneamente en las respuestas. Además, a partir del trabajo previo, teníamos identificado el tema del miedo, que es un componente que aparece permanentemente en estos discursos. Entonces era relevante dar todas las garantías posibles a la hora de hablar: buscar un espacio donde se sintieran más seguros, donde estuviéramos cara a cara, en el que pudieran hacer todas las preguntas que tuvieran y quedara claro si los estábamos grabando o no. Más que nada para generar un vínculo, lo que sucedió por suerte. Logramos que la población nos abriera espacios y casas que, de otra manera, sin estar en el territorio, es muy difícil.

En los informes que elaboraron noté una especie de juego irónico al decidir utilizar el concepto de “intensificación sostenible”. ¿Por qué tomaron esta decisión?

AC: El juego no era inocente. La intensificación sostenible es un eslogan de la política agropecuaria. Es el último que recuerdo con claridad, dónde se gastó plata en plástico y en marketing para promoverlo. Recuerdo al ministro [Enzo] Benech diciendo “pan para hoy y más pan para mañana” en la época en la que él era subsecretario de Tabaré Aguerre, misma época en la que decía que les íbamos a dar de comer a 30 millones de chinos. Era un eslogan, al igual que en su momento fue el “Uruguay agrointeligente”. Cuando se habla de la intensificación agropecuaria, lo que se está hablando es que uno puede conducir un proceso en donde técnicamente va a mejorar la capacidad de un sistema de producir. ¿Cómo hacerlo? Con cada vez menos insumos. Hagamos de cuenta que el sistema es una caja y que, idealmente, el hecho de que incorpore menor cantidad de insumos va a redundar en un menor impacto y de ahí la teoría de que es sostenible. Nada de eso se verifica. Lo que ocurrió en los últimos 20 años en Uruguay es que hubo efectivamente una revolución técnica importante a nivel del agro, pero el uso de los insumos no dejó de crecer. Nunca se llegó a ese momento en el cual se estabiliza la cantidad de insumos utilizados, nunca entrábamos en una meseta. Lo único que hacía era crecer y crecer. Tiene cierta lógica porque uno lo que hace es ayudar al sistema natural a producir y, en la medida que el sistema natural se va desgastando, va necesitando cada vez más ayuda para poder producir lo mismo, ni que hablar si le pido que produzca más, como cuando el agro dice “aumentemos los rendimientos”.

Honestamente, no hay una gran controversia instalada a nivel científico. Hasta los artículos de las revistas de las universidades más conservadoras del mundo plantean que la intensificación productiva, desde el punto de vista del ecosistema, no es sostenible. Provoca impactos y los provoca cada vez más. Si entendemos a la sostenibilidad no sólo como una cuestión de la economía o de los sistemas naturales, sino que también incorporamos la dimensión humana o social, parece que esta intensificación productiva tampoco es sostenible porque tiene impactos sobre las personas. Este es como el primer gran indicio que nos encontramos cuando empezamos a analizar de forma un poco más sistemática y transversal las conversaciones que íbamos teniendo.

MFS: Hoy en día la vanguardia ecologista plantea que el desarrollo sostenible, entendiendo desarrollo como crecimiento económico indefinido, no es sostenible y no es posible, pero además de que tenemos que pensar en modelos de decrecimiento, de economías más chicas y de menor consumo, si queremos que la vida sea viable en el planeta. Esta corriente internacional plantea la falacia del crecimiento continuo.

Su idea era desmitificar el eslogan.

AC: Sí, la idea era romper con el mito de que hay cosas que yo le puedo pedir a la naturaleza y que eso no va a tener ningún costo o que en algún momento va a mediar una solución técnica. Esta idea está instalada de forma perniciosa en la opinión pública y en el sistema político.

¿Cuáles fueron las principales conclusiones de la investigación?

MFS: Una de ellas tiene que ver con algo muy acuciante: tenemos una población que se encuentra expuesta, surgió muy fuerte la idea de desamparo, de que están solos y solas contra el mundo. El Estado nacional aparece como ausente en lo que tiene que ver con interceder en la vida de estas personas y con brindar garantías y mediar. Pero, sin embargo, sí se lo ve reaccionar muy rápidamente cuando hay reclamos por parte de las empresas. También nos encontramos que hay una total falta de confianza por parte de los entrevistados y entrevistadas hacia las instituciones de salud del Estado. Nos encontramos con relatos absolutamente absurdos.

Un ejemplo, en los viveros de una de las empresas fertilizan por la noche. En general, las que trabajan en los viveros son mujeres, y este punto está vinculado a la división sexual del trabajo; dicen que las mujeres tienen mayor atención al detalle, que “las plantitas son chiquitas”. Además, este tipo de trabajos son los menos remunerados y no creo que sea casual que sean los eslabones más vulnerables de la cadena forestal. Ellas entran, bajan las bandejas con los plantines para trabajar y se la ponen contra el cuerpo para sostenerla mientras van cortando las hojas. La ropa que tienen se moja con este líquido que tiene químicos y eso les genera reacciones alérgicas en la piel. Fue muy relevante estar en territorio porque nos empezaron contando, pero el hecho de que fuéramos mujeres también nos permitió que nos mostraran cómo había repercutido en su salud y en sus cuerpos, en la forma de sus cuerpos. Hubo un día que fue particularmente fuerte: empezaron a notar problemas respiratorios unas cuantas trabajadoras. Fueron al médico y todas terminaron saliendo con diagnósticos del estilo “¿vos qué comiste?, ¿comiste naranja?, debe haber sido eso” y les dieron un antialérgico. Es muy difícil para ellas porque ven claro que todos estos síntomas tienen que ver con el contacto con los agroquímicos. Al encontrarse con este tipo de respuestas cuando van al centro de salud, de alguna manera se las disuade a seguir consultando. También pasó que llegaron al centro de salud y les dijeron “ya están otra vez las del vivero”. Al final algunas optaron por tomar un antialérgico por su cuenta y no perder el día en el trabajo.

En términos de lo que tiene que ver con el aparato de la salud de ASSE [Administración de los Servicios de Salud del Estado], lo que encontramos fue no sólo desamparo pasivo, como puede verse de otras partes del Estado en cuanto a las faltas de controles ambientales, sino activo en la disuasión frente a la denuncia.

AC: Yo creo que ninguno de los actores del sistema de salud tiene herramientas para lidiar con esta realidad. No hay vigilancia, no hay esfuerzos claros, sostenidos, sistemáticos para detectar en qué medida es válida la vinculación entre estar expuesto a una determinada sustancia por determinada cantidad de tiempo, en determinado momento de la vida –quiero decir, la niñez, la adolescencia, el embarazo, etcétera– y el desarrollo de determinada sintomatología. Entonces, como no está esa vigilancia, tampoco el profesional de la salud o el equipo de la salud tiene las herramientas necesarias para abordarlo.

Por un lado tenés situaciones como la que contó Fernanda, que rompe los ojos y raya con la falta de asistencia. Después tenés otras situaciones que nos encontramos en otros lugares como, por ejemplo, profesionales de la salud que atienden a la población y que están acostumbrados a identificar estos síntomas, pero que no les pueden dar una respuesta adecuada a las personas. Ellos mismos te lo reconocen. Te cuentan la enorme cantidad de casos que ven de hipotiroidismo, que determinadas afecciones, como neoplasias y cáncer, tienen una tasa de incidencia mayor que en otros lugares, pero en realidad no tienen elementos, no tienen datos. Está trastocado el sistema de salud porque son temas que no están instalados y, hasta que eso no suceda, va a ser difícil abordarlo para todos estos actores.

“Llegó la empresa y no teníamos información […] nos dimos cuenta cuando todo estaba tapado de árboles. Pero al principio había mucho trabajo, ahora ya no […] todo se tecnifica y trabajan pocos. Pero igual te preguntás qué pasaría si no estuvieran, qué sería de estos pueblos […] pero ves que se secan tajamares, arroyos y cañadas, y los incendios rodearon los pueblos y entonces te preguntás qué vamos a dejar para las generaciones futuras. Es difícil. Es un conjunto de cosas para poner en la balanza”. Extracto de la declaración de una vecina de Guichón al equipo de investigación.

Fernanda recién comentaba que los entrevistados y entrevistadas notaban que el Estado les brindaba facilidades a las empresas, mientras que a las problemáticas de ellos y ellas se las ignoraba. En los informes resaltan que existen estrategias de lobby. ¿Podrían desarrollar esta idea?

AC: Hay dos grandes conclusiones en relación a esto. Una es la que esperábamos encontrar, porque son las conversaciones de pueblo que uno tiene con las personas y van en el sentido de que la producción forestal y arrocera es “el único laburo que tenemos y, si lo pierdo, no voy a conseguir otro” o que “organizarse significa poner en riesgo mi fuente de trabajo y reclamar significa explícitamente correr riesgo”. Efectivamente hay, por lo menos en la percepción de las personas, un cierto nivel de alineamiento de intereses entre el poder político local –a nivel departamental, municipal– y los intereses de las empresas. El Estado, que para el viejo Batlle debía ser el escudo de los débiles, no lo termina siendo. Cuando la avioneta pasa por arriba de la escuela, no está el escudo de los débiles en ningún lado. Además, existen estrategias en las que no sólo se coerciona a la población, sino también al poder político. Las empresas dicen que este es el único desarrollo posible y que esta economía es la solución a los problemas, que por lo general son el desempleo o la inactividad económica. Entonces todo queda como maniatado y ocurre lo contradictorio: tenemos un Estado mínimo para proteger a las personas y máximo para servir a los intereses de la empresa.

MFS: Es como una profecía autocumplida, porque el relato de la dependencia tiene que ver con que realmente hay una dependencia muy fuerte. Mucha gente no tiene alternativa y eso tiene que ver con que las empresas tomaron todo el espacio físico. Por ejemplo, cuando sucedió el derrame en la segunda planta de UPM, un parlamentario fue a hablar con la zona y dijo “si esto vuelve a pasar, hay que cerrar la planta”. Lo que nos decían los trabajadores es que eso, dicho en territorio, no es una amenaza para la empresa, es un mensaje para asustar a los trabajadores. En este momento, una gran cantidad de gente vive de esto y no tendrían en lo inmediato otra salida laboral posible. Lo que sucedió fue que el primer derrame fue denunciado por un vecino, pero el segundo fue denunciado por trabajadores. Entonces, también entendieron que había un mensaje hacia la comunidad. Es una profecía autocumplida, pero que tiene que ver obviamente con decisiones tomadas al más alto nivel para que esa zona se dedique a la producción forestal. También me gustaría resaltar el tema del acceso a la justicia. Uruguay suscribe a una serie de tratados internacionales, desde el Pacto San José de Costa Rica, hasta el Acuerdo de Escazú, que nos obliga a generar caminos claros de acceso a la justicia para estas personas que están en territorio, en el mayor de los desamparos. Y la realidad es que no hay caminos claros, es todo muy desestimulante a la hora de buscar justicia.

¿Evidenciaron cuál es el rol que cumplen actores externos al territorio, como la Universidad y el movimiento sindical, en la lucha por la justicia ambiental?

AC: Me parece que es muy interesante que la Universidad pueda aportar a la dimensión procedimental de la justicia ambiental, a garantizar el acceso a los espacios de participación y que estos sean justos y equitativos, también a la metodología para poder discutir temas que no son fáciles, porque siempre hay visiones del mundo en juego. Para un agrónomo, el agroquímico es un fitosanitario y, para una ambientalista, es un agrotóxico. Es complejo, están en las antípodas del pensamiento y, entonces, ¿cómo hacemos para que se puedan acercar esas posiciones y poder construir una solución mejor? Para estos problemas no hay soluciones perfectas, hay soluciones mejores y hay soluciones peores, hay soluciones más democráticas y legítimas y hay soluciones más autoritarias y más impositivas. También creo que el movimiento sindical puede aportar a discutir mejor, entre más personas, entre posiciones diversas, que representen mejor los intereses de la mayoría de la población.

Para poder avanzar en la discusión, nosotros lo que venimos viendo es que hay que hacer hincapié en la salud de las personas. Nos costó mucho que en el diálogo surgiera con claridad la vinculación entre los temas del ambiente y el tema del trabajo; pero donde sí empezaban a aparecer era cuando hablamos de su salud. Sólo en la medida en la que podamos empezar a tener conversaciones más frecuentes, más profundas, más rigurosas, sobre cómo la forma de producir está afectando a la salud de las personas, sólo ahí va a quedar más clara la vinculación que hay entre el mundo del ambiente y el mundo del trabajo. En ese momento puede ocurrir esta alianza estratégica que nosotros nos imaginamos, que es necesaria para mover la agenda de la discusión sobre los temas ambientales.

MSF: En palabras tomadas de lo que nos dijo un trabajador, las cosas se tienen que poder hacer de otra manera. Y la realidad es que las cosas se pueden hacer de otra manera.