“El capitalismo destruyó no sólo el planeta de origen, sino también el instinto de supervivencia de la especie humana. De lo contrario, nos despertaríamos y (no) dormiríamos pensando en cómo detener el calentamiento global. Después de todo, ¿qué podría ser más importante que garantizar la vida?”, escribió la periodista brasileña Eliane Brum, que ha dedicado gran parte de su carrera a documentar la situación que vive la Amazonia. Este razonamiento puede servir como disparador para tratar la importancia de buscar soluciones a la crisis global que transitamos, pero también para profundizar en cuestiones que suelen quedar solapadas en la discusión. Un ejemplo es el lugar que tienen los conocimientos locales al momento de definir las acciones a tomar.

Climate Action es una revista –que forma parte de Nature– donde se publican investigaciones, reseñas y ensayos que tienen como objetivo construir “un puente entre la ciencia y la acción hacia políticas científicamente informadas” en la materia. Recientemente, lanzaron una colección temática que busca examinar, evaluar y discutir las tendencias actuales en el estudio y la práctica de la acción climática local en los países de América Latina.

El artículo que le dio inicio fue escrito por la coterránea Micaela Trimble, que es doctora en Manejo de Recursos Naturales y Medio Ambiente, investigadora del Instituto Sudamericano de Estudios sobre Resiliencia y Sostenibilidad (Saras) y docente de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Israel Solorio, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Paul Cisneros, del Instituto Nacional de Estudios Avanzados del Ecuador. Los tres son integrantes del equipo editorial de la revista y el trabajo que publicaron se titula: Pensar la acción climática desde América Latina: una perspectiva desde lo local.

No es inocente que la colección esté centrada en nuestra región. Tal como expresan los autores, “está bien documentado por investigaciones científicas que el cambio climático está teniendo efectos devastadores en las poblaciones del Sur Global”. En este contexto, América Latina se encuentra vulnerable y expuesta debido a factores como “profundas desigualdades, políticas volátiles, capacidad estatal limitada y economías dependientes del capital externo y profundamente ancladas en la extracción de sus vastos recursos naturales”. Recalcan que “los altos niveles de disparidad en la riqueza, la tierra y la concentración de ingresos profundizan las brechas de desigualdad entre los países y dentro de ellos”. Recuerdan que, justamente, los niveles más altos de pobreza son vividos por los pueblos indígenas, afrodescendientes, quienes viven en zonas rurales y las mujeres. A esto se suma que si bien el cambio climático agudiza las problemáticas existentes en nuestros países, “no se percibe como un tema urgente o prioritario en comparación con la economía, la seguridad y la corrupción”.

En esta línea, sostienen que algunos de los desafíos que enfrentan las instituciones encargadas de las políticas climáticas nacionales incluyen: “La naturaleza transversal de la agenda climática, la perspectiva de largo plazo necesaria para los temas relacionados con el clima (junto con los niveles de incertidumbre), las asimetrías de poder entre clima y otras divisiones gubernamentales y deficiencias en la implementación de políticas climáticas”. Un dato no menor es que “casi la mitad de los países de la región carecen de una visión a 2050 y de una hoja de ruta para la adaptación”.

Por otra parte, los autores describen que “las instituciones globales están prestando cada vez más atención a América Latina”. “Esto es ciertamente positivo en el sentido de que la cooperación internacional podría ayudar a cerrar la brecha financiera e institucional que enfrentan los países de la región en las acciones de mitigación y adaptación al clima. Sin embargo, por el lado opuesto, también podría traer un ‘colonialismo verde’ a la región, que en este caso podría definirse como la imposición de una agenda climática que responda a los intereses de los donantes y no a los de los receptores”, apuntan. Al respecto señalan que el “colonialismo verde” perpetúa la “dependencia del Sur respecto del Norte” y paralelamente el Sur asume “los costos del nuevo mundo verde”. Recalcan que los efectos de la crisis climática en la región se entrelazan con otros problemas socioeconómicos, como los “altos niveles de endeudamiento”. Por esta razón, conciben que la acción climática no puede separarse de los postulados que sostiene la justicia climática.

Definir la acción climática local

“A diferencia de las políticas globales o nacionales, la acción climática local está profundamente arraigada en las particularidades de las comunidades individuales, considerando sus vulnerabilidades, recursos y contextos socioeconómicos únicos”, dicen los autores en el artículo. Es decir, la definen como “todas las actividades y comportamientos de individuos, grupos y organizaciones comprendidos a niveles subnacionales (por ejemplo, comunitario, municipal, regional u otras escalas) dirigidos deliberadamente a prevenir o reducir los daños a la sociedad relacionados con el clima a través de acciones de mitigación y adaptación”. Algunos ejemplos de acciones climáticas locales pueden girar en torno a programas de reciclaje, la mejora de espacios verdes urbanos o la implementación de soluciones basadas en la naturaleza. “Algunas iniciativas climáticas locales promueven el decrecimiento, las economías circulares y las prácticas de consumo sostenible”, agregan.

Cabe aclarar que los autores cuestionan la visión de que las acciones locales son “complementarias” a las intervenciones nacionales e internacionales. “Sostenemos que, dependiendo de las condiciones específicas, la acción local puede chocar con otros niveles de intervención, siendo al mismo tiempo una fuente de innovación y pensamiento antisistémico”, escriben. Si bien admiten que “está profundamente vinculada a fenómenos nacionales, supranacionales y globales”, también puede suceder que esté “profundamente desconectada e incluso limitada por las dinámicas que ocurren en otros niveles y escalas”.

Objetivos globales que no siempre coinciden con los objetivos locales

Los autores señalan que, desde la creación de las instituciones climáticas globales, “un supuesto básico que ha guiado la acción climática ha sido que el cambio climático es un desafío que sólo puede abordarse de manera efectiva a través de la colaboración global y un compromiso colectivo para salvaguardar el futuro del planeta”. Esta concepción generó que se creen instrumentos como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático o el Acuerdo de París. Sin embargo, resaltan que “sólo algunos instrumentos climáticos globales reconocen a los actores de la acción climática local y sus roles potenciales para contribuir a los resultados previstos”.

Detallan que “localización” es “un término cada vez más utilizado en las comunidades internacionales de desarrollo y políticas climáticas que se refiere a los procesos de formulación e implementación de objetivos climáticos y de desarrollos globales a escala local”. Mencionan que, muchas veces, las iniciativas locales no están alineadas con la perspectiva que busca transmitir la localización.

Sin ir más lejos, relatan que a nivel local puede haber una “postura antisistémica que cuestiona las estructuras económicas y políticas prevalentes, incluido el capitalismo, que han estado implicadas en la exacerbación del cambio climático”. Y continúan: “Organizaciones de base, activistas comunitarios y movimientos alternativos proponen enfoques novedosos que desafían el paradigma del crecimiento capitalista. Para estos actores, abordar el cambio climático implica no sólo reducir las emisiones, sino también reimaginar los sistemas sociales y económicos. Tales esfuerzos anticapitalistas pueden divergir de las agendas globales y nacionales, con el objetivo de fomentar sociedades más equitativas y justas a través de cambios transformadores”.

A su vez, en otras situaciones puede suceder que los actores locales no enmarquen los problemas únicamente como efectos del cambio climático e interpreten los desafíos a través de la justicia ambiental, el agotamiento de recursos o las disparidades económicas. “Al replantear los problemas de esta manera, los actores locales pueden movilizar acciones que aborden las causas subyacentes y al mismo tiempo mitiguen los impactos relacionados con el clima”, indican. Aunque alertan que esto suele suceder en “entornos locales al margen de las redes transnacionales de acción climática y donde la adopción de la agenda climática a nivel nacional es débil”. Otro factor que “obstaculiza” la participación de actores locales en la localización es la falta de experiencia técnica y de recursos económicos.

Glocalización: localización en un mundo globalizado

“La localización también podría entenderse como una forma de interacción entre procesos globales y locales, lo que en la literatura sobre globalización se denominó glocalización”, afirman los autores. Enseguida, describen que se han dirigido “varias críticas” a este tipo de procesos. Uno de los argumentos gira en torno a que la glocalización “puede perpetuar las tendencias neocoloniales, en las que los actores globales ejercen una influencia desproporcionada sobre las iniciativas locales”. En síntesis, los críticos consideran que “la integración de estrategias globales podría eclipsar el conocimiento local y priorizar agendas externas, lo que podría socavar la autodeterminación de la comunidad y su verdadero empoderamiento”.

Por otro lado, el impulso de este proceso también podría conducir a “la estandarización de estrategias de acción climática en diversos contextos locales”. Preocupa que el énfasis en la convergencia de objetivos “pueda borrar el rico tapiz de soluciones localizadas, obstaculizando el surgimiento de enfoques innovadores y específicos de cada contexto para los desafíos climáticos”. A su vez, los autores indican que la glocalización “presupone asociaciones equitativas entre los actores globales y las comunidades locales”, cuando “los desequilibrios de poder suelen persistir”, por lo que “margina a las voces locales en los procesos de toma de decisiones”. También relatan que la glocalización podría percibirse como “algo simbólico, en el que los actores globales interactúan superficialmente con las comunidades locales para cumplir sus agendas” sin lograr un “impacto significativo” y socavando el “espíritu de colaboración genuino”.

Una cuestión de procesos interconectados

“Los sistemas climáticos de la Tierra operan como una red compleja de procesos interconectados que abarcan todo el planeta. Las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por fuentes industriales en una región pueden contribuir a cambios atmosféricos que impactan el clima en continentes distantes”, sostienen Trimble, Solorio y Cisneros. Enfatizan que, frente a los problemas “multifacéticos y multiescalares” generados por el cambio climático, los actores forman redes regionales y transnacionales encargadas de conectar las realidades locales y nacionales con el proceso de la toma de decisiones global. “Estas redes facilitan el intercambio de conocimientos, estrategias y recursos al tiempo que fomentan la solidaridad entre comunidades diversas. Sin embargo, como sucede con otras redes, las coaliciones y movimientos climáticos parecen algo fragmentados y, hasta cierto punto, limitados en su capacidad y voluntad de ejercer influencia política más allá de localismos particulares”, mencionan.

Los tres autores describen que “ni la localización exclusiva ni las iniciativas locales aisladas de acción climática ofrecen una panacea para mantener los sistemas de la Tierra”. Sin embargo, alertan que “las políticas y acciones climáticas a nivel supranacional y nacional se han considerado insuficientes para generar suficiente progreso hacia la reducción de emisiones y el apoyo a medidas de adaptación”. Cabe resaltar, por ejemplo, que las economías más poderosas asumieron el compromiso de movilizar 100.000 millones de dólares anuales para asistir a los países con mayores necesidades en la implementación de planes para la adaptación y mitigación al cambio climático. La promesa está lejos de cumplirse, según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico. Además, gran parte del dinero desembolsado estuvo dirigido a acciones mitigación y no de adaptación. Si bien la realidad es crítica, los autores manifiestan que “podría ser peor” sin estos instrumentos. En este escenario, enfatizan que “la acción climática local emerge como una tarea urgente para las comunidades, los gobiernos y otros actores en red involucrados de múltiples formas en la política y las políticas de cambio climático a diferentes escalas”.