Primera imagen: cientos de abejas muertas apiladas en una bolsa. Segunda imagen: una mano toma los cadáveres de los polinizadores, que reposan al costado de un apiario. Estos dos momentos ilustran la mortandad de abejas que, según los últimos reportes, ha afectado a más de 13.700 colmenas en nuestro país. Las imágenes fotográficas las tomó Estela Santos, científica que ha dedicado su vida al estudio de los polinizadores y que también es apicultora. Fueron utilizadas para retratar un comunicado firmado por más de 20 investigadoras e investigadores que integran el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable, el Instituto de Investigaciones Una Salud, las facultades de Química, Agronomía, Ciencias y Veterinaria de la Universidad de la República, el Centro Universitario Regional Este, el Centro Universitario Regional Litoral Norte y la Universidad Tecnológica.
En el texto expresan su “profunda preocupación” por la problemática y alertan a la “sociedad uruguaya y a los tomadores de decisión sobre la gravedad de los hechos”. A su vez, exhortan a los gestores de políticas públicas a “tomar esta situación con la seriedad y urgencia que merece”.
“Las abejas son los principales insectos polinizadores al promover la reproducción de numerosas plantas, contribuyendo así tanto a la producción de alimentos como al mantenimiento y resiliencia de los ecosistemas. Dentro de este amplio grupo que conforman las abejas, las abejas melíferas son las más conocidas debido a su rol en la producción de mieles y otros productos de la colmena (propóleos, ceras, apitoxina) de alto valor biológico y económico. Estas abejas son manejadas por apicultores, quienes las cuidan y multiplican año a año, desempeñando un rol fundamental para mantener sus poblaciones saludables, estables y funcionales”, describen. Enseguida, explican que existen aproximadamente 560.000 colmenas de abejas melíferas, atendidas por unos 2.200 apicultores.
Pese a su importante labor, los investigadores declaran que “el número de apicultores ha venido disminuyendo en los últimos años, lo que refleja una tendencia preocupante que afecta directamente a la estructura económica y social del sector”. Asimismo, resaltan que Uruguay “es uno de los países con mayor número de colmenas por apicultor, lo que sólo es posible gracias a un trabajo comprometido, consciente y técnicamente exigente”.
En este marco, definen que la apicultura es un “rubro especialmente vulnerable”. Enumeran varias razones; un ejemplo radica en que “las colmenas se encuentran distribuidas en paisajes productivos que no pertenecen a los apicultores, por lo que tienen control sobre apenas una pequeña fracción de los factores que determinan la salud y el rendimiento de sus colmenas”. “La genética, la sanidad y las buenas prácticas apícolas son responsabilidad del productor apícola, pero la nutrición de las abejas, la calidad del entorno y su exposición a agroquímicos dependen casi exclusivamente de las condiciones del ambiente donde se ubican las colmenas. Las abejas melíferas pueden visitar flores que se encuentran a tres kilómetros a la redonda de las colmenas, lo que significa que pueden cubrir 28 kilómetros cuadrados. Esto representa una enorme superficie donde pueden ocurrir muchas situaciones no controladas por apicultores que pueden afectar a las abejas”, señalan.
Los científicos y científicas insisten en que “las abejas son utilizadas como monitores ambientales, siendo esta una herramienta científica concreta”. Es que ellas “recorren cientos de kilómetros en busca de alimento, recogiendo partículas del ambiente, polen y néctar, integrando información sobre la disponibilidad de recursos florales, presencia de contaminantes y el estado general de los ecosistemas”. Es decir, gracias a las abejas podemos “detectar cambios en la calidad ambiental, incluyendo la del agua y del suelo, revelar exposición a pesticidas, indicar pérdidas de biodiversidad y alteraciones en el uso del suelo”. “Países que comprenden la importancia de conservar sus ambientes han fortalecido los sistemas de monitoreo, han creado centros de investigación especializados y destinan recursos sustanciales a la protección de los polinizadores. Allí, la información generada por investigadores es fundamental para la toma de decisiones públicas y para orientar prácticas productivas más sostenibles”, remarcan.
Muestra de abejas muertas.
Foto: Estela Santos
“Es necesario actuar con decisión, responsabilidad y visión de futuro”
Los investigadores e investigadoras ven con preocupación que “nuestro país está perdiendo gran parte de su riqueza natural y vulnerando el derecho de sus ciudadanos a vivir en ambientes sanos y seguros”. Recuerdan que investigaciones nacionales reportan “pérdidas anuales de colonias cercanas al 30% y entre los principales factores asociados se encuentran el estrés nutricional y la exposición –y en muchos casos, la sobreexposición– a pesticidas”. “Estos factores dependen directamente de lo que ocurre en el ambiente: de cómo se usa el suelo, de las prácticas de manejo adoptadas y del cumplimiento efectivo de las normativas vigentes. Los eventos de mortandad no pueden interpretarse como hechos aislados ni como un problema exclusivo del sector apícola”, explican. La evidencia proporcionada por los científicos choca con las declaraciones vertidas por la Asociación de Ingenieros Agrónomos del Uruguay el 9 de diciembre. A través de un comunicado, minimizaron los episodios de mortandad y calificaron la cifra de colmenas afectadas como “marginal”.
Por otro lado, los científicos y científicas vinculadas al estudio de las abejas y otros polinizadores se sensibilizan “ante la difícil situación que está atravesando el sector apícola”. “Las altas mortandades y despoblamientos de colmenas registrados en los últimos días no sólo representan pérdidas económicas para un rubro ya castigado, sino que constituyen una señal de alarma que indica la existencia de problemas serios en el ambiente”, lamentan. Agregan que “si bien las colmenas permiten evidenciar estos impactos sobre las poblaciones manejadas de abejas melíferas, no es posible dimensionar las pérdidas que seguramente ocurrieron debido a las mismas causas en poblaciones silvestres de abejas, de otros insectos, de peces y otros animales, plantas, microorganismos, con las consecuencias ecológicas y económicas que eso traería aparejado y que seguramente no sean aparentes en el corto plazo”.
“Las abejas, una vez más, están evidenciando desequilibrios de mayor alcance que afectan no sólo a la producción apícola, sino al sistema productivo en su conjunto, a los ecosistemas, a su biodiversidad y a la salud de toda la población”, resumen. Remarcan que la ciudadanía “tiene derecho a un ambiente sano, a la vida y a la integridad” y aseguran que como comunidad científica están dispuestos a “trabajar de forma colaborativa, horizontal, genuina, en diálogo de respeto y responsabilidad con todos los sectores productivos y gobierno, para generar insumos que permitan mejorar las prácticas agropecuarias y fortalecer la sostenibilidad del país”. “Creemos firmemente que es posible continuar siendo un país agroexportador mientras se protege la salud de los ecosistemas y de la población, pero para ello es necesario actuar con decisión, responsabilidad y visión de futuro”, finalizan.