Un viaje de niña cambió la vida de Aleida Azamar. Cuando tenía siete años, recorrió junto a su padre la zona del Bajío de México, su país, que tiene una larga historia vinculada a la minería. Observó los pueblos y recorrió minas, mientras su padre le explicaba las condiciones de salud, de seguridad laboral y los riesgos a los que están expuestos los trabajadores vinculados a esta actividad. Ella recuerda que en las siete horas de regreso a Ciudad de México escuchaban canciones de protesta, como las que escribieron Atahualpa Yupanqui y varios artistas más, que contaban estas problemáticas en sus obras. “Ya vendrán tiempos mejores, minero soy / Me duele el pan que me gano, minero soy”, decía Yupanqui en una canción que lanzó hace más de medio siglo. En aquel viaje, se despertó el interés de Aleida en las temáticas socioambientales y, años más tarde, publicaría su primer libro sobre las consecuencias de la minería en México.
Hoy Aleida tiene una extensa trayectoria y múltiples reconocimientos. Investigadora en la Universidad Autónoma de México, tiene un doctorado en Economía Internacional y Desarrollo y también es vicepresidenta de la Sociedad Mesoamericana de Economía Ecológica. “La economía ecológica no solamente contabiliza en términos monetarios. ¿Cómo le pones un precio a todos los riesgos sociales y ambientales?”, inquiere.
Aleida estuvo en Uruguay invitada por la Red Temática de Medio Ambiente (Retema) de la Universidad de la República para brindar una charla en Montevideo y otra en Maldonado. También conversó con la diaria sobre por qué la energía es “multicolor”, cómo las tecnologías verdes corren el peligro de reproducir las mismas dinámicas que el extractivismo energético tradicional, por qué no hemos hecho una “transición” sino una “acumulación” de energía, los bonos de carbono y las alternativas para pensar futuros posibles.
En tu libro El multicolor de la energía señalás que “la crisis energética global que enfrentamos hoy no es sólo una cuestión de suministro y demanda, sino que también toca las profundidades de la sostenibilidad y la equidad” y apuntás que la transición energética exige “no sólo avances tecnológicos, sino también cambios profundos en la forma de producir y consumir energía”, a tiempo que enfatizás que es vital ver “cómo se estructuran nuestros sistemas energéticos y cómo se distribuyen los beneficios y los costos”. En este sentido, ¿la energía puede ser un bien que profundice conflictos tanto a nivel local como internacional?
Sí, ya lo es. Es curioso cuando miramos hacia atrás. Recuerdo haber leído un texto de inicios de los 2000 de un autor español, Joaquim Sempere. Él relata que las guerras iban a ser por los bienes naturales. Cuando lo leí, pensé: qué bueno el texto, pero eso pasa desde hace muchos años. El siglo pasado estuvo lleno de conflictos y guerras mundiales. Muchos de ellos, si lo revisamos, fueron por bienes naturales. Específicamente, la energía me parece que es un tema raíz, porque la energía es todo. Tenemos petróleo gracias a que hay energía. Llega a nuestras casas la comida porque viene en transporte que usa energía. Tienes gasolina para tu auto porque es petróleo. La energía es petróleo, es gas, es eólica, es geotérmica, es hidráulica, es nuclear; es una matriz energética súper amplia mundial.
¿Qué conflictos estamos viendo específicamente por energía? No solamente los del Golfo Pérsico del siglo pasado y los más sonados ahora, como Ucrania y Rusia, que es un conflicto por recursos, tierras raras, minerales y gas, y también hay energía nuclear. Vemos que es un conflicto, que parece que es por otras razones, pero quien deja de abastecer el gas a Europa es Rusia y quien empieza a abastecerla es Estados Unidos. Entonces hay un beneficio económico muy fuerte para Estados Unidos, dando el gas a un precio mucho más caro porque va más lejos. El caso de Palestina también es muy emblemático porque es un territorio con gas y con muchas tierras con distintos minerales. Otro conflicto que casi no suena, pero que me parece que también tendríamos que mirar, es lo que pasa en África. Las comunidades saharauis, que han sido despojadas desde hace mucho tiempo, primero por España y después por Marruecos, son muy ricas en fosfatos. Estamos viendo varios conflictos así, el petróleo con Venezuela. El conflicto, sea global o local, se da por quién se queda con la energía. La mayor parte de la energía se la están quedando grandes empresas o grandes países.
¿Cómo es eso de que la energía “es multicolor?
Lo que intento decir en el libro es que la energía principalmente es gris o negra, porque está contaminando. A veces es roja, porque también se está asesinando a defensores ambientales o criminalizándolos porque defienden el territorio. Esto me preocupa mucho, porque hay gente que está muriendo por defender los bienes naturales que son para todos. Para que el agua o la energía lleguen a nuestras casas, para que podamos vivir mejor, con mayores comodidades, tener alimento, hay gente que está sacrificando su vida, sus cuerpos.
En tu libro decís que en nuestras sociedades el “verde” representa “vida y esperanza” y que la transición energética se apropió de este concepto. Sin embargo, “detrás de ese telón optimista, se ocultan numerosas tonalidades que son más oscuras” que le confieren ese cariz multicolor. Aquí supongo que ingresan discusiones vinculadas al litio, sobre el que has trabajado mucho, pero también otras que suceden aquí en Uruguay, como la generación de hidrógeno “verde” a partir de agua subterránea que debiera ser considerada como un recurso estratégico. ¿Las tecnologías verdes corren el peligro de reproducir las mismas dinámicas que el extractivismo energético tradicional?
Sí, ya lo están corriendo. A mí me impresiona mucho cómo los gobiernos y las empresas se apropian de ciertos términos, cómo los maquillan. Un ejemplo es el concepto de sustentabilidad. En la actualidad hay más de cien definiciones. ¿Eso qué significa o por qué lo digo? Una empresa que es súper depredadora, ya sea minera, petrolera, etcétera, puede decir que es una empresa sustentable. ¿Por qué? Porque su término de sustentabilidad lo definen ellos y pueden decir que son sostenibles porque reciclan agua, porque plantan árboles, porque trabajan con las comunidades, etc. Esta es la parte de “responsabilidad social” que tienen muy fuerte las grandes empresas. Además, supongo que también sucede en Uruguay, pero en México hasta les deducen impuestos, o les dan algunos bonos o subsidios por el hecho de decir que son responsables y que son verdes.
El término sustentabilidad está manipulado. Lo mismo pasa con el término de transición energética. Ese término todavía no tiene tantas definiciones, pero, por lo menos, tiene doce. De las doce que tiene a nivel internacional, si se revisan bien, todas prácticamente se enfocan en el sentido económico, pero no tienen una preocupación ambiental o ecológica. La preocupación de los más poderosos es cómo hacer para no quedarnos sin energía en el futuro, cómo hacer para no quedarnos sin combustibles. Pero no se está pensando en cómo se reparte eso, quién sufre esas consecuencias de que se extraigan más bienes naturales. Se le ha puesto el término de verdes a varias tecnologías cuando no lo son. Al gas se le dice gas natural, cuando en realidad también tiene procesos contaminantes.
La energía eólica y la solar son las que menos problemática tendrían, pero para construir un parque eólico necesitas varios minerales, concreto, entre otros recursos. Esta transición energética está ocasionando mayor extracción de recursos naturales. ¿Por qué? Porque no hemos hecho una transición, es una acumulación de energía. Vale la pena recordar que primero utilizamos la fuerza física, después la biomasa, la leña, el carbón. Después descubrimos el petróleo, y también lo sumamos; descubrimos el gas, y también lo sumamos. Lo mismo con la nuclear, las hidroeléctricas. Cada una de las formas de energía que fuimos descubriendo la fuimos sumando. Nada más vienen a ser una suma más, una mayor explotación, una mayor extracción, con muchas consecuencias sociales, ambientales y para nada son “verdes”. En todo caso, para ser justas, un poco justas o más equitativas, tendrían que dejarles a las comunidades y los pueblos el poder de decidir si quieren utilizar esa energía, cómo la quieren usar. Lo que pasa en México, y seguramente en Uruguay también, es que hasta hay empresas mineras que instalan las eólicas para su propio uso y abastecimiento.
¿Cómo observás el uso de herramientas como los créditos y bonos de carbono? ¿Ayudan realmente a una transición energética?
Me parece que lo único que están haciendo es prolongar la explotación de los bienes naturales. Hay un video muy bueno que a mí me gusta poner en las charlas. Es un dibujo animado sobre Jack el Destripador. Todos los lords en Inglaterra están discutiendo que hay que pedirle que por lo menos no mate un mes, porque eso lo hace menos asesino. Uno de ellos responde al que realizó esa propuesta que es lo más estúpido que haya escuchado. Ese video lo pongo para representar lo que son los bonos de carbono. ¿Los gobiernos piensan que poniendo bonos de carbono hay menos contaminación o que hay menos explotación? Esto no es así; lo único que están haciendo es transferir esa contaminación a otros territorios, que justo son zonas de sacrificio, territorios marginados, territorios vulnerables. Es como decir: “China ya contaminó mucho, ahora vamos a pedirle permiso a Uruguay, México, Argentina, Brasil para poder contaminar allí”.
Ni los bonos ni los subsidios resuelven absolutamente nada. Hay que ir al problema raíz. La raíz está en la estructura del sistema, en la estructura de las políticas, en las mismas normativas. Las normativas se pueden modificar; servirán para detener algunos proyectos que impliquen riesgos socioambientales. Lamentablemente, en la mayoría de los países de América Latina, las normativas están hechas para darles todas las facilidades a los empresarios para que puedan extraer y explotar bienes naturales.
Ante este panorama, por momentos es difícil pensar en cómo será la vida en las próximas décadas y en alternativas al modelo actual. ¿Considerás que en el ecofeminismo puede existir un camino de construcción hacia un futuro más justo?
Hay varias vías. El ecofeminismo me parece una vía muy importante. Hay muchas resistencias de mujeres muy interesantes en todo el mundo. Uno que me gusta mucho en México está en la zona sur. Las mujeres se capacitaron para aprender a hacer paneles solares y no solamente se capacitaron ellas, están capacitando a otras poblaciones. Aquí en México la empresa nacional de electricidad es la Comisión Federal de Electricidad. Ellas dicen: “Donde no llega la Comisión Federal de Electricidad, llegamos nosotras”. Y no es broma, es real. Hay muchas luchas, todas muy válidas, que pueden crear mucha más conciencia y llegar a ser una transformación.
¿Cómo pensamos esas alternativas? Hay gente trabajando desde abajo, que lo ha hecho muchas veces por necesidad, pero también con creatividad, y muchas veces porque no quieren vivir este modelo. No digo que abandonemos al cien por ciento el capitalismo, porque en este momento no sería posible, pero hay otras formas de vida. Hay muchas comunidades que tienen otras formas de vida, en donde las mayores preocupaciones son el bienestar colectivo, más que los beneficios económicos. Los cambios tienen que ser en todos los sentidos; tienen que ser educativos, culturales, en las mismas comunidades.
También nos ayudaría mucho que existieran cambios legales. Tener reformas, normativas fuertes que, de alguna forma, ayuden a no darles tanta cabida a las empresas en cualquier cosa. Por ejemplo, en Europa ya se está discutiendo la ley de obsolescencia programada. No estoy diciendo que sea la panacea ni la solución, pero sí se puede discutir. También que se empiece a utilizar el principio precautorio. Precautorio y preventivo, sobre todo en el caso de las actividades extractivas de las que se tiene certeza de que son sumamente dañinas. Estas son algunas de las herramientas que nos pueden servir para intentar detener los grandes perjuicios socioambientales que estamos viviendo en la actualidad.