Es que la música para Bona más que nada es disfrute lúdico y comunicación de sentimientos, un lenguaje para contar historias y despertar pasiones.
Richard Bona viene a presentar su nuevo álbum, Ten Shades of Blues (2009), en el que el camerunés traza un periplo por el blues como sentimiento, no sólo como referencia a un género musical. Y él se vale de músicos del mundo para realizar este viaje, así elige la voz del hindú Shankar Mahadevan para interpretar uno de los temas (“Shiva Mantra”) o al cantor Frank Mc Comb y la armónica de Gregoire Maret en otro (“Good Times”), sólo dos ejemplos que sirven de muestra para visualizar la apertura a lo diferente que para Bona siempre enriquece. También están las referencias musicales y allí tenemos el homenaje a Joe Zawinul en el tema “Kurumalete”. Las fronteras no existen en las canciones de Bona, se pueden encontrar en ellas pasajes de bluegrass, del country, del gospel, de blues, de ragas y otros géneros, pero hay una raíz africana que entreteje los sonidos de este talentoso compositor, que siempre nos hace recordar sus orígenes. Ten Shades of Blues es un disco hecho, como los anteriores, con mucha frescura y placer, lleno de sonoridad cromática para descubrir y deleitar y con una línea conductora en la voz y el bajo de Bona.
Para aquellos que no lo conocen, Bona nace en Minta (1967), una ciudad al este de Camerún, en el seno de una familia en que reinaba la música. Su abuelo percusionista y vocalista, su madre y hermanas cantaban en el coro de la iglesia, y además los visitantes a su casa estaban, de una forma u otra, vinculados con las artes. Ya que se dificultaba la obtención de instrumentos en su ciudad, él se los fabricó. Bona elaboró desde flautas a todo tipo de instrumentos de percusión y hasta una guitarra de 12 cuerdas, las que conseguía de los cables de frenos de las bicicletas. Animó bautismos, casamientos y otras ceremonias religiosas, hasta que finalmente se fue con su padre a Douala. Allí escuchó Bona su primer disco de jazz, y al abrirse un club del género fue contratado por el dueño para formar un grupo. Ese disco de jazz que mencionamos era nada menos que Jaco (1974), del gran bajista Pastorius, y eso marcó la elección de su instrumento.
Las dotes de Bona se hicieron sentir de inmediato y su curiosidad por lo nuevo lo transportó a París a los 22 años. Llegó a la ciudad luz de shorts y camiseta, un bondadoso comisario de a bordo le prestó un buzo y se quedó. Ya a los dos meses de su llegada estaba tocando con los mejores jazzistas franceses y con africanos como Salif Keita y Manú Dibango.
Richard Bona aprovechó su estadía en París y tomó cursos para perfeccionar su talento. En sus habituales vueltas a su continente natal se cruzó con la flautista norteamericana Colette Michaan, quien lo invitó a visitar Nueva York por unos días, pero Bona entendió que era el lugar para quedarse. Allí tomó contacto con Joe Zawinul, y participó en el disco My People (1996) del tecladista austríaco y en una gira mundial a su lado. Desde ese momento y con estas credenciales, Bona fue convocado por una larga lista de artistas: Paul Simon, Harry Belafonte, Herbie Hancock, Pat Metheny, Mike Stern, Chick Corea, Bobby Mc Ferrin, George Benson, Randy Brecker, Michael Brecker, Jacky Terrason, Larry Coryel, Lenine y un gran etcétera.
La discografía solista de Richard Bona está compuesta por Scenes From my Life (1999), Reverence (2001), Munia: The Take (2003), Tiki (2006) y Ten Shades of Blues (2009). Vale la pena mencionar dos joyitas para calibrar el valor de este intérprete, músico y compositor camerunés. Una es la versión de “Redemption Song”, del álbum A Twist of Marley (2001), junto con Michael Brecker; y la otra es “Drume Negrita”, del álbum Gracias (2008), junto con Omara Portuondo.
Richard Bona con su voz y su bajo viene acompañado por Etienne Stadwijk (teclados), Marshall Gilkes (trombón), Ernesto Simpson (batería), Michael Rodríguez (trompeta) y Jean Christophe Maillard (guitarra).