El miércoles La Cofradía cerró la segunda etapa de la Segunda Rueda del Concurso Oficial de Agrupaciones. Ese día los visitamos en su sede del Club Codet (en Propios y Garzón) para atestiguar cómo se vivía y se preparaba esa jornada en la que se jugaban mucho en el Teatro de Verano.
Diferentes generaciones se conjugan en esta murga, formada el año pasado por varios integrantes de la popular Contrafarsa. Ahora, sobrinos, hijos y amigos se dan el gusto de ser parte de La Cofradía, originando una mixtura de adolescentes, jóvenes y adultos. Más allá de edades, a todos los afecta la fecha. “El día que venimos al Teatro es especial, tanto para el que tiene años haciendo esto como para el que es nuevo. El que no sienta algún cosquilleo en la panza es porque no es un apasionado y acá somos todos apasionados por el carnaval. Se genera un movimiento distinto, que hace que no se noten las diferencias entre los nuevos y los más viejitos”, contó Carlos Melgarejo, uno de directores responsables, letrista e integrante de la cuerda de sobreprimos.
Maquillar a cada murguista lleva cerca de cuatro horas. Por ello se establecen turnos para los días del concurso. Los primeros son los más difíciles de soportar debido a que una vez realizado el maquillaje el murguista tiene que sobrellevar el resto del día sin transpirar para que llegue el diseño intacto a la noche. Esta vez el maquillado empezaba a las 13.30, horario que no incomodó para nada a los más chicos de la murga, que inauguraban el ritual. Se trata de los integrantes de la batería, liceales que se criaron escuchando murga y pasaron sin escalas del Carnaval de las Promesas a una murga de Carnaval mayor.
Rodrigo Melgarejo es el sobrino de Carlos y con sus 14 años está a cargo del bombo. “Mientras esperamos que el resto se maquille tocamos algo pero no ensayamos, porque la vez pasada lo hicimos mientras el resto se maquillaba y nos dijeron que molestábamos”, cuenta con su cara ya pintada a las cinco de la tarde. Recuerda además que en las previas de La Zafada, murga del Carnaval de las Promesas en la cual comenzó, llevaban un Play Station para alivianar la espera.
El trío de la batería se completa con Camilo Rügnitz (platillos) y Mathías Gonzalez (redoblante), de 16 y 18 años. Se los ve muy distendidos, haciendo bromas a maquilladoras, utileros, colegas de otras murgas y demás compañeros, pero cuando se calzan sus instrumentos se transforman: tienen incorporado el estilo de movimiento de las viejas baterías e incluso hasta tocan de oído, aprendiendo “piques” de sus colegas y de Pablo Riquero, director escénico y arreglador coral de la murga de Sayago.
Casi como su sobrino, Carlos subió por primera vez al Teatro de Verano con 15 años, como integrante de El Firulete (que posteriormente daría origen a Contrafarsa). “Me acuerdo de que me largué a cantar solo en un lugar en que no debía cantar. Quedó como que era un arreglo nuevo pero fue un error mío, me quedó marcado porque lo resolvimos como si hubiéramos tenido experiencia”, recuerda. Después pasó por la BCG, La Gran Muñeca y Contrafarsa. Ahora, con más experiencia sobre el escenario, considera que los más jóvenes tienen que disfrutar de salir en Carnaval y dejar las presiones para los más veteranos. “La ida al Teatro genera mucha tensión. Los más viejos intentamos cargar con esa mochila para que los demás no la sientan. Intentamos dar tranquilidad porque tiene que ser un disfrute, cuando se disfruta es cuando más le transmitís a la gente”, afirmó.
Sobrinos de la vida
En las horas previas se experimentan nervios, ansiedad y disfrute. Esa tarde en el Club Codet se los vio degustando una torta, celebrando el cumpleaños del Chirola (uno de los asistentes), las maquilladoras ajustaban su labor yendo de un murguista a otro con el pincel, se acicalaban sombreros y trajes, se corroboraba que cada madre, novia, esposa e hijos tuvieran su entrada y se recibía a los amigos que pasaban a saludar. Los Iraola (Fernando y Diego, padre e hijo) y los Melgarejo (Carlos, Gabriel, Rodrigo y Martín) inculcan en este grupo el valor de los vínculos familiares, al que le dedican mucho tiempo durante varios meses.
Al respecto dijo Carlos: “Tengo el privilegio de salir con mis dos sobrinos de sangre y con sobrinos de la vida. Esto genera una emoción diferente. Creo que cuando uno sale en un grupo donde no está esa sensación de afinidad, de parentesco y de amistad termina saliendo por dinero. Eso hace que capaz tengas que cantar cosas que no te gustan o que no compartas muchas de las cosas que tenés que decir arriba del escenario. Creo que el premio del aplauso y cariño de la gente es mucho más dulce en este tipo de proyectos que en los que lo tomás como un trabajo más”. Este año se integró a la familia de La Cofradía un debutante en el Carnaval mayor, Christian Carlón, que viene de la Murga Joven, categoría en la que dirigió Tío Walter e integró Metele que son Pasteles. Allí conoció a Pablo Riquero, quien lo invitó a reforzar la cuerda de segundos.
Christian compara sus vivencias: “En Murga Joven los días que íbamos al Teatro eran más arduos que acá, estábamos en el club desde la mañana porque teníamos más cosas para hacer. Acá lo que más me llamó la atención es la estructura de la murga que no se ve, nosotros sólo venimos y cantamos porque por detrás hay un respaldo de mucha gente que está trabajando para la murga. Hay millones de cosas para solucionar y en la murga joven nosotros mismos somos esa estructura, todo lo hacemos nosotros”, dijo. Resaltó también la mezcla de sentimientos que genera formar parte de una murga con integrantes que de chico veía desde la platea. Si bien afirma que todo cobra sentido cuando cantan de tablado en tablado, es consciente de que la responsabilidad es otra, similar a la que se tiene ante cualquier trabajo: cumplir horarios, cuidar la voz y no faltar (detalles que eran más flexibles en la murga joven).
Otro de los jóvenes en este plantel es el cupletero Rodrigo Cartucho Inthamoussu. Luego de su debut en el año 2001 con La Camaronera, integró Los Cachila y La Gran Siete. Mientras tomaba un jarabe para suavizar su garganta, habló un poco de sus vivencias: “Tuve la suerte de estar en murgas de distintas escuelas, no sólo en lo que se refiere a lo musical y la forma de decir las cosas, sino también en todo lo que implica el entorno: la cantina, el club, la gente. Son cosas que influyen en la identidad de una murga y acá el ambiente es muy familiar y de mucha concentración”, afirmó. Respecto a las diferentes generaciones que conviven en La Cofradía, Cartucho destacó que es vital a la hora de seguir aprendiendo: “Además de charlas y reuniones es importante compartir, por ejemplo, la música. Los gurises de la batería traen musicalidad que muchas veces yo no conozco y eso sirve para seguir aprendiendo. También tienen mucha energía y eso contagia y alimenta al grupo”.
Tasa de interés
El cupletero contó que otro de los rituales de la previa es “recibir visitas, como cuando estamos enfermos”, refiriéndose a los compañeros de otras murgas que pasan a saludar o los llaman para atenuar la espera hasta llegar a las canteras del Parque Rodó. Por otro lado también nos dio algunas pistas sobre la jornada posterior a la actuación de concurso: “Vamos más cansados a hacer tablados pero está bueno porque comentamos lo que pasó, aunque también nos podemos pinchar un poco si salió algo mal”. Cuando finalice este Carnaval, Cartucho partirá rumbo a Rosario, en Argentina, a trabajar como tallerista de murga.
Sobre “el después”, Carlos Melgarejo confesó que “los tablados luego de la actuación en el Teatro son complicados porque hay un afloje, pero no nos los podemos permitir, si no el dueño del escenario no nos vuelve a contratar y una parte de esta historia también es ganar dinero”. Al caer la noche se acercaba el broche de oro para la calurosa jornada en el Club Codet: murguistas, utileros y el ministro de Economía, Álvaro García (autor de la presentación y retirada), marchan con destino al Teatro de Verano a ser juzgados por su espectáculo sobre papeles y papelones. En el camino, quedan anuladas las brechas generacionales cuando las voces de La Cofradía entonan estrofas de Contrafarsa, la murga culpable de unificar estas diferentes generaciones.