José Dorta tiene más de treinta años de trayectoria en una de las mayores fiestas populares de nuestro país, ocupando lugares desde cupletero a maquillador. Actualmente es el dueño del pincel e integrante de Colombina Che, pero en este caso resaltamos los orígenes de las mágicas manos.

Dorta considera a su infancia como “buena”. Siendo muy pequeño se dio cuenta de la facilidad que tenía para el dibujo. “Tenía 5 años y dibujé mi primer caballo -nos cuenta-; era el caballo del lechero que paraba en el barrio Maroñas, en la zona de Carreras Nacionales. Él entraba con un tarro de leche recién ordeñada y mientras tanto, iba dibujando el animal de apuro en un cuadernito hasta que lo terminé. Mi padre vio que tenía esa habilidad, por eso cuando venía de Argentina me traía provisiones; distintos tipos de pinturas para que buscara diferentes texturas desde chiquito”. Comenzó a desarrollar esta faceta con estudios gracias a su padrastro (le dice “papá”) a partir de los 11 años. “Mi papá había estudiado abogacía, hacía dos años en uno y como le quedaba un poco de tiempo estudiaba arte dramático, y como le seguía quedando tiempo hacía dibujo, o sea, era una bestia el tipo”, cuenta con orgullo. “Se recibió como uno de los abogados más jóvenes de la historia de Argentina. Se llamaba José Slavin, era un espectáculo. Actuó con Tita (Laura Ana) Merello, con China (Concepción) Zorrilla, con Héctor Alterio y con Thelma Biral. Ganó el Martín Fierro en el 77 a mejor actor y después como actor de reparto en una pelícua, La mafia, junto a China. Entonces él tenía muchos contactos y me consiguió esos cursos de atelier”.

Dedicado ya a su vocación, Dorta fue a diversos talleres de retratista en Argentina dictados por diferentes profesores y al regresar a Uruguay se “ponía las pilas” para trabajar y ayudar en la casa. Recuerda esos momentos con nostalgia, al igual que su primera pintura (antes era pintura y luego se pasó al maquillaje) en murga. “En el verano del 73, mi primo salía en Los Saltimbanquis y me ofrece para que lo pinte. Fui, comencé a maquillarlo, me quedó horrible. Ligué un par de retos y se tuvo que lavar la cara, para empezar de nuevo. Así aprendí, y lo sigo haciendo si algo no me gusta. En ese momento se utilizaba vaselina líquida y blanco albayalde (óleo blanco de plomo, prohibido por su toxicidad). Es veneno y nos poníamos eso en la cara. Le poníamos eso a los chicos (‘¿Me pinta señor?’) refregándoles la cara contra la nuestra, con todas nuestras impurezas y nuestras enfermedades de piel. A mí me gustaba que me pintaran la cara así también. Estos materiales fueron cambiando”.

Hubo una serie de cambios notorios de estilos y formas desde su incursión en los 70 con la pintura de paisajes, objetos reales y detalles que “eran muy pequeños, como por ejemplo un racimo de uvas, una mujer, dibujos complicados para hacerlos con pintura en un área reducida”. El paso definitivo al maquillaje en seco fue a partir de los 90, aunque en la década anterior ya hubo casos aislados de uso, como Rosario Viñoly en Los Saltimbanquis. “Pero nosotros seguíamos con nuestras rayitas; en el 83 y 84 comencé a cambiar porque vi que la onda se venía por ese lado, tratando de desprenderme de lo otro sin mucha suerte, porque era algo amorfo, siempre algo de forma quedaba”.

Dorta tiene claro cuál es su mayor desafío para este año: “El maquillaje de La Gran Muñeca. Es complicadísimo pero me encanta la idea. Tengo que convertir a todos en un solo personaje y para eso tendrá que haber deformación. No sé si en látex o en polifón, pero va a ser deformación, llevarán un bigote que les anulará parte de la boca. Voy a dejar libre sólo el mentón, lo demás va a estar todo maquillado. Se está trabajando, ya se realizó la primera prueba del aplique porque también lo quieren para los escenarios. Si bien en el escenario no va a estar tan sofisticado como en el Teatro de Verano, porque el modo de realizar es tan complejo, será un maquillaje en el que van a quedar todos lo más parecidos posible”.

También tendrá a su cargo el maquillaje de las murgas Los Diablos Verdes, El Gran Tuleque, La Tito Pastrana y los parodistas Caballeros. Una tarea que realizará con un grupo de aproximadamente 12 personas que lo ayudan; un equipo en el que tiene confianza total: “Es como si fuera yo, tienen la misma técnica, saben y entienden lo que quiero hacer. Además están coordinados conmigo, es como si fuéramos el mismo”.

Su trabajo ha sido ampliamente reconocido dentro del ambiente del carnaval: “He recibido premios en todos los puestos como cupletero, solista y en maquillaje, concretamente, recibí el primer premio en el 93 con La Gran Muñeca” nos cuenta, “después, hace poco tuve consecutivamente dos años en el 2003-2004, no recuerdo bien, cosa rara en Carnaval eso -creo que Rosario [Viñoly] también lo ha logrado de ese modo- porque somos muchos los maquilladores y hay muy buenos trabajos. En general tiene que ver con la propuesta que tengas que defender vos, porque es un todo. Si el vestuario no está acorde con ese lindo maquillaje, no sirve”.

Pero para él no hay reconocimiento más satisfactorio que el de la gente: “Viste, soy de esas personas que habemos pocas. Subo a un escenario entre 18 compañeros y el público me señala. Estoy tocado por la varita en todos los aspectos artísticos como actuación, canto y maquillaje, siempre logro destacar mi trabajo. Las personas te reconocen, te piden que vuelvas. Me pasa con un conocido periodista de carnaval, que cuando nos cruzamos me pregunta cuándo voy a volver a actuar y ahora se enteró que salgo en la Colombina, dijo que iba a ser un honor verme de nuevo en las tablas”, cuenta con notorio orgullo.

A pesar de los múltiples roles que vive dentro del carnaval, su devoción es el maquillaje y el proceso creativo que vive realizándolo: “La idea la transformo en forma automáticamente, no sé cómo trasmitirlo a eso, pero me encanta. Tiene muchas facetas diferentes, gran cantidad de materiales que se van desarrollando, hay diversidad de texturas para utilizar. Lo de los sombreros me gusta mucho y diseñar vestuario también. Algunas veces tengo oportunidades de hacerlo y otras no, pero así fui haciéndome en el oficio”. Un oficio siempre notorio sobre los tablados, aunque se lleve a cabo debajo de ellos.