Según Roberto Ibáñez, el primer poema de Herrera publicado fue el soneto “La dictadura”, aparecido en enero de 1898 en el diario La Libertad, periódico contrario al por entonces presidente de facto Juan Lindolfo Cuestas. El 14 de abril de ese mismo año apareció en La Razón su poema “Miraje”, elogiado auguralmente por el crítico Samuel Blixen.
A sus 24 años, en 1899, Herrera fundó una revista literaria llamada justamente La Revista. La publicación se dedicó principalmente a la difusión de literatura nacional y latinoamericana. Su primer tomo estuvo conformado por siete números en los que aparecieron figuras como María Eugenia Vaz Ferreira, Juan Zorrilla de San Martín, José Ingenieros, Manuel J Sumay, Blixen y José Cibils, entre otros.
En 1902, su familia se instaló en una casa de la Ciudad Vieja, cuyo altillo sería locación para su “Torre de los Panoramas”, buhardilla donde se estamparía la advertencia “Prohibida la entrada a los uruguayos”. En 1904 se trasladó a Buenos Aires, donde se desempeñó como funcionario estatal. Durante el año siguiente colaboró con El Diario Español y El Diario; con el primero mantuvo relación prácticamente hasta su muerte. En su vuelta a Uruguay desde Buenos Aires, en 1905, trabajó en los periódicos Uruguay, La Prensa, El Eco del País y La Democracia.
Exilio interior
Fue durante estos años repasados aquí que Herrera y Reissig se abocó a la creación poética; entre 1900 y 1909 escribió nueve de los diez libros que publicó durante su vida. Su obra poética ha merecido diferentes clasificaciones: desde “culminación del giro modernista” hasta “principio de la corriente surrealista”. Lo que indudablemente perdura es el emblema, la marca o consigna que abstrae su interpretación y vuelve los versos en pasajes desconocidos, interpretables del mismo modo que lo es una visión.
En la poesía de Herrera y Reissig la expresión culta convive con el conocimiento iniciático, la erudición mitológica con el saber herético. Libros como Los éxtasis de la montaña (1904), El collar de Salambó (1906) y Las clepsidras (1909) abrevian un territorio personal guiado por la fascinación y el encantamiento. Herrera integró el modernismo y el barroco a su percepción sensual, y obtuvo como resultados materiales ininteligibles: lo relatado en el poema es el ensayo de una posibilidad tanto más grave e inusual, cada verso implica un espacio temporal intenso, las emociones se reúnen a partir de testimonios y crónicas inenarrables.
Si hay algo que enlaza a las figuras menos interpretables (y a menudo anticipadas) de nuestras letras es la intensidad con la que desmembraron a otras identidades que los precedían. El poeta y crítico Víctor Sosa sitúa la figura de Herrera como un punto del discurso poético donde la identidad personal combate con el relato patriótico: “Julio Herrera y Reissig acomete contra lo gauchesco, lo patrio, lo telúrico, contra el provincianismo que tomaba cuerpo como una manera de ser -y del ser- uruguayo”, dijo el año pasado en una conferencia durante la Feria del Libro de Michoacán.
Similares miradas sobre su obra tuvieron Amir Hamed y Eduardo Milán. Este último lo agrupó en una categoría de la lírica nacional que él mismo integra: “El pensamiento lógico cartesiano, tan afecto a la realidad poética uruguaya, se niega a admitir mitos. A los verdaderos escritores uruguayos les quedan dos salidas: el exilio interior -Herrera y Reissig, Felisberto Hernández- y el exilio exterior -Juan Carlos Onetti”.
Estos “exilios”, interiores o exteriores, también parecen dar pie a sus respectivos mitos. En ambos casos, escritura y exilio se enmascaran mutuamente: uno es alimentado por el otro en función de representar una segunda persona, o una situación de anomalía productiva. Algunas de estas hipótesis podrían observarse en el ensayo “Epílogo wagneriano a la política de fusión”, en el que Herrera y Reissig abjura de un tradicionalismo que considera maligno y horroroso: “Me encuentro a gran distancia de inclinaciones locales, [...] de mascaradas sectarias, de cociembres virulentas, de todo lo que importe tradicionalismo, exhumación, necromanía, pretérito perfecto, rencores estratificados, impulsividad heredada, como diría el viejo Spencer, aluviones indígenas de atavismos [...] Y nada me interesa”.
Discurso cambiado
El homenaje a esta figura tan poco discutible por su obra pero tan controvertida por su pensamiento parece indicar la apertura a otro tipo de discurso por parte del Estado respecto de la valoración de la identidad uruguaya, ya no como un bien a rescatar sino como un relato sobre el que es necesario discutir.
En el homenaje se exhibirán manuscritos, primeras ediciones y objetos personales del autor. Harán uso de la palabra autoridades del Ministerio de Educación y Cultura; el nuevo director de la Biblioteca Nacional, Carlos Liscano; el presidente de la Academia Nacional de Letras, Wilfredo Penco; y el profesor Pablo Rocca, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Entre otras novedades que traerá el centenario de Herrera, está también la publicación de un estudio biográfico a cargo de Aldo Mazucchelli, investigador y periodista uruguayo radicado en Estados Unidos. Mazucchelli fue quien transcribió y editó Tratado de la imbecilidad del país, que Herrera y Reissig comenzó a escribir en 1901 y que permaneció inédito hasta 2006. En el estudio preliminar de ese ensayo, Mazucchelli mapea las sucesivas complicaciones generadas en el estudio de la vida y obra del poeta, sobre las que seguramente volveremos a escuchar este año.