Mi pintura no es “una manera de hacer pintura” sino un modo de ver, de pensar, de sentir y sugerir. Pedro Figari

Pedro Figari (1861-1938) ha sido definido como un caso singular, tanto en el ámbito del pensamiento como en el de la pintura, debido a su desencuentro con el mundo cultural del Uruguay de las primeras décadas del siglo XX. Aparece en nuestro medio como un fenómeno desconcertante e imprevisto: a los 60 años, Figari era un destacado abogado y había sido legislador, director de la enseñanza industrial y ateneísta; sin embargo, deja atrás estas actividades y resuelve convertirse en pintor. Esa imagen de Figari “artista” -proveniente de Buenos Aires primero y París después- es asimilada localmente con mucha dificultad.

Este nuevo Figari, además, sorprende en su peculiar estilo como pintor. Acerca de esta nueva imagen, Arturo Ardao señalaba: “No resultaba fácilmente superponible a la que del personaje tenía fijada el Montevideo de la época. Tanto más cuanto que aquel pintor sesentón encarnaba en el arte nacional de entonces, en tema y en técnica lo nuevo. Andando los años, sustituida definitivamente la vieja por la nueva imagen, olvidando todo otro Figari que no fuera el pintor, asociado éste al nombre hasta el exclusivismo, las generaciones actuales se desconciertan de otra manera cuando se habla -las infrecuentes veces en que se hace- no ya de su arte sino de su pensamiento [...] Con el agregado de que ese gran pensador se había expresado, mucho antes que el pintor, a principios de la década del 10”.

Contra el arte por el arte

Su libro más significativo para la teoría estética, Arte, estética e ideal, está lejos de las típicas obras de filosofía del arte y se centra, en cambio, en los fenómenos más empíricos provenientes de la observación de la naturaleza. Asimismo, Historia Kiria, libro de filosofía moral y social que tiene la forma de una crónica de un pueblo imaginario, aparece en París en 1930, reuniendo sus más amplias concepciones sociales, culturales y antropológicas.

Toda su obra, pictórica y filosófica, propone la fundación de una nueva cultura desde un país caracterizado por seguir patrones importados. Este propósito queda registrado en la actitud “kiria” de rudimentaria naturalidad que -liberándose de una tradición que no le es propia- persigue la utopía de hacer coincidir lo primitivo con lo racional.

En Arte, estética e ideal afirma: “Me tranquiliza pensar que cualquier circunstancia -la propia carencia de erudición tal vez- puede influir para que el menos indicado vea lo que la naturaleza contiene y a todos por igual exhibe sin ambages. Mi procedimiento me ha dejado una libertad mental de la que no puede disfrutar el que empieza por leer demasiado antes de haber observado y meditado por cuenta propia”.

Apartado de las estéticas de su época -que con lenguaje ampuloso apelaban a lo trascendente, muchas veces metafísico, para asegurar la autonomía del arte respecto de las demás prácticas y demás valores-, Figari, aun reconociendo una especificidad artística, niega que sea ésta la que defina el arte en todos sus términos; sostiene que lo extraestético es lo que lo hace “arte” con el fin de satisfacer una necesidad con medios inteligentes.

El arte, para él, es visto como proyecto social que -en contra de la concepción de “el arte por el arte”- se asocia a funciones inespecíficas que le otorgan reconocimiento social y que evitan el callejón sin salida a que conduce la búsqueda de la especificidad radical. Todo esto, unido al proyecto de despertar en nuestros países una conciencia regional, le impone un objetivo a su arte que se materializa en una expresión que Supervielle utiliza en una carta de 1924: “sauver notre lègende” (salvar nuestra leyenda).

Juan Fló afirma en Pedro Figari: pensamiento y pintura: “Este pasaje de la evocación personal a la evocación histórica, o mejor, legendaria, es emblemático, porque significa, en el plano de la teoría, el encuentro entre los mecanismos básicos, que, para Figari, dan lugar al arte: la evocación que permite esa experiencia específica desprovista de toda urgencia práctica, que llamamos estética; la configuración de un objeto con poder evocativo socializado y no sólo subjetivo; y entrever un lugar, un papel social extraestético al que debe aspirar ese objeto artístico”. Todos estos elementos aparecen en sus trabajos escritos sobre estética, pedagogía de las artes y política cultural.

La concepción del arte de Figari es muy amplia. No se reduce a las llamadas bellas artes y, curiosamente, lleva éstas al terreno de lo útil -no a la inversa, como podría esperarse-. Lo concibe como un “medio universal de acción” que incluye a la ciencia. Su concepto de estética, de la misma manera, no sólo refiere a la satisfacción que produce la contemplación, sino que también incluye el ejercicio de las más diversas actividades. Así, Figari distingue en Arte estética e ideal los territorios del “arte” y de la “estética”: “El arte y la estética, si pudieran considerarse como entidades, son dos entidades independientes, aun cuando en algún caso mantengan una relación de medio a finalidad. El arte subsiste sin la modalidad estética, de igual modo que ésta subsiste sin el arte; y puede decirse aun que la mayor actividad artística se manifiesta fuera del campo estético -el emocional sobre todo- como ocurre principalmente con las artes industriales y la investigación científica. Cuando el salvaje prepara su flecha y cuando el bacteriólogo investiga, se valen igualmente del arte, y ni una ni otra cosa las hacen, por lo general, para servir una modalidad estética -si bien ésta puede florecer por igual en ambos casos- sino en vistas de la satisfacción de una necesidad vital, o de un interés.

Del mismo modo el que se deleita estéticamente contemplando un paisaje dentro de una aurora o de un ocaso, no invade, por eso, el dominio artístico. Sólo podría decirse que al ordenar subjetivamente sus ideas y evocaciones, lo hace con arte, es decir, con ingenio, con inteligencia. Desde ese punto de vista, llegaríamos a establecer que el hombre no puede dejar de valerse de sus recursos artísticos para todo como no puede dejar de valerse de sus sentidos y facultades; pero, tomando como arte tan sólo la exteriorización de tales recursos, en su faz objetiva, que es la evaluable y la que nos interesa, resulta que pueden percibirse destacados ambos dominios, el del arte y el de la estética, claramente definidos”.

Concepción integral

El arte, como recurso de la inteligencia, es para Figari un mixto de aspectos objetivos y subjetivos; eficacia instrumental y afectividad; un modo particularmente adecuado que tiene el organismo para vincularse con el medio exterior, para satisfacer sus demandas, exigencias en constante evolución, de donde proviene su funcionalidad. Aun en el caso de las bellas artes, el arte es siempre útil, al igual que la ciencia, que es el otro ámbito del conocimiento con el que Figari lo vincula en el entendido de que no puede haber rivalidad entre los diversos medios de que nos valemos para dar satisfacción a nuestras variadas necesidades. “En los dominios de la biología”, afirma en el mismo libro, “podría encontrarse tal vez la clave del fenómeno estético, más bien que en las teorías de apriorismo metafísico y sentimental, que han resultado tan infecundas […] En los mismos confines de la satisfacción de la necesidad o del apetito animal, debe buscarse la génesis del fenómeno estético”.

El pensamiento de Figari abarca, como ya señalamos, varios dominios, pero el conjunto de todos ellos y su producción pictórica constituyen un corpus de complejas pero férreas trabazones. Conviene apreciar su pintura, disfrutarla, sin duda, pero vincularla a su pensamiento, respecto del arte -apenas esbozado aquí- tanto como a sus concepciones en el campo de la educación o el de la producción industrial.