Según el “Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial”, la mejora en la economía global permitió que los riesgos sobre el sistema financiero se atenuaran, aunque “el deterioro de los saldos fiscales y la rápida acumulación de deuda pública alteraron el perfil mundial de riesgo”. El texto detalla que “las vulnerabilidades están cada vez más vinculadas a los temores que rodean la sostenibilidad de los balances de los gobiernos”, y añade que “la preocupación por la solvencia a más largo plazo podría traducirse en tensiones de corto plazo en los mercados de financiamiento si los inversionistas exigen rentabilidades más altas para compensar los riesgos potenciales”. Estas “tensiones” podrían aumentar las dificultades de financiamiento de corto plazo para los bancos de los países avanzados e impactar negativamente en la reactivación del crédito privado.
No obstante, el organismo recortó sus estimaciones de pérdidas del sistema bancario desde el comienzo de la crisis hasta fines de 2010, desde los 2,8 billones (billón: millón de millones) de dólares previstos en octubre de 2009 hasta los 2,3 billones actuales. Ello implica que la necesidad de capital de las instituciones financieras se redujo fuertemente, aunque “algunos segmentos de los sistemas bancarios de ciertos países siguen estando insuficientemente capitalizados”. No obstante esas menores necesidades de capital, aún se debe “refinanciar un elevado volumen de financiamiento a corto plazo este año y el próximo; probablemente se necesite más capital y de mejor calidad para satisfacer a los inversionistas, previendo que la regulación será más rigurosa, y no todas las pérdidas se han reconocido contablemente”.
Los deberes
Por el contrario, algunos mercados emergentes registran una “reanudación de los flujos de capital”, particularmente Asia y América Latina. Si bien ello es “un factor positivo”, se teme que “en algunos casos genere presiones inflacionarias y burbujas de precios de los activos, que podrían comprometer la estabilidad monetaria y financiera”, aunque se matiza que “existe poca evidencia de que eso esté ocurriendo”. Sin embargo, se advierte la importancia de “mantener un cuidadoso seguimiento y actuar sin demora para no comprometer la estabilidad financiera”, recomendando desplegar “una amplia variedad de políticas” macroeconómicas y de “regulaciones prudenciales”.
El FMI entiende que para enfrentar “los riesgos soberanos se necesitan planes de consolidación fiscal a mediano plazo creíbles que cuenten con el respaldo del público”, lo que constituye “el reto más arduo para los gobiernos”.
Además, alerta que en el corto plazo “los sistemas bancarios de varios países aún requieren atención para poder restablecer un núcleo sano de instituciones viables capaces de reactivar el crédito privado”. Aunque el “despalancamiento de los balances bancarios ocurrió mayormente del lado de los activos, las presiones provenientes del financiamiento y de los pasivos están pasando a primer plano”. Por ello, se llama a “redoblar los esfuerzos por subsanar la situación de una serie de bancos débiles, para poder dejar atrás sin dificultades el respaldo extraordinario otorgado por los bancos centrales en forma de financiamiento y liquidez”.
Por último, como medida a más largo plazo, el FMI se centra en la necesidad de realizar una “reforma regulatoria” para “afianzar la seguridad del sistema financiero”, lo que “implicará más y mejor capitalización, así como mejoras en la gestión de la liquidez y las reservas”. El organismo entiende que “la dirección de las reformas está clara, pero no así su magnitud”, y agrega que “persisten las dudas sobre cómo manejarán las autoridades la capacidad de las instituciones demasiado importantes para quebrar sin dañar el sistema financiero y generar costes para el sector público y los contribuyentes”.
En esa línea, se entiende que habrá que combinar “medidas preventivas” con “mejores mecanismos de resolución”.