Circo en cifras

• La estructura del circo está preparada para resistir vientos de hasta 120 km/h. • Armar la carpa insume dos días de trabajo y desarmarla, 18 horas. • El plantel estable está formado por 120 personas (25 son artistas) que viven y se trasladan en 15 casas rodantes, ocho camionetas y cuatro camiones. • El sueldo promedio de un empleado es de 250 dólares semanales. Además, cada uno participa en la venta de merchandising, comida y bebida.

El puño golpeando en la puerta produce un sonido opaco, como de cartón; la voz de una mujer joven anuncia que ya abrirá. Cuando abre, la mujer pide disculpas por el desorden del hogar, con el piso empapelado por hojas de diario un poco arrugadas y sucias. “Con la tormenta tuve que entrar a mi perro, que es muy grande, y la casa es muy chica; entonces, es todo un caos”, explica Evelyn Kroner.

Tiene 28 años; ella y su hermano Rudy (23) son la sexta generación de los Kroner que continúa la tradición del circo familiar. Sus ancestros venían de ser saltimbanquis en las plazas de Alemania cuando llegaron al sur de Brasil, hace más de 60 años.

Tras varias generaciones de evolución circense, la rutina de Evelyn la encuentra sentada en la mesa de su pequeña cocina-comedor, bordando un traje para su número de magia, pispeando cada tanto su laptop, demorando el agua para hervirle unos panchos a Kevin, su hijo de siete años, y dando una entrevista.

-¿Cómo es la educación de tu hijo?

-Va a la escuela en cada ciudad que visitamos, una ley del Mercosur establece la obligación de aceptar a los niños de circos y parques con esta modalidad. Somos brasileños, hablamos portugués y español, pero él sólo sabe escribir en español porque aprendió en ese idioma, en esta última gira.

-¿Cómo es cuando no están de gira? ¿Tienen casa en algún lugar?

-De gira estamos siempre. Tenemos una casa en Ribeirão Preto, San Pablo, pero está vacía, sólo llega la correspondencia.

-¿Por qué creés que el circo se transmite de generación en generación? ¿Por qué es tan difícil salir?

-Es que la vida entera es acá, es difícil explicar por qué me cuesta salir o qué es lo que me gusta. Es como todo, hay cosas lindas, como viajar, conocer, tener un paisaje distinto fuera de la casa cada semana, y también cosas feas, como cuando los niños se enferman y no conocemos a los médicos, o el barro, en los días como hoy.

-¿Cuál es el mejor momento del día?

-La hora de la función.

-Tu abuela vive acá. ¿Te imaginás, como ella, envejeciendo en el circo?

-[Sonríe] Sí, nuestra vida está acá, es difícil permanecer en la ciudad. Cuando llega la hora de la función se siente una gran tristeza.

Un mundo aparte

Noemia Robatini tiene 76 años, se jubiló hace más de 15 pero nunca dejó de vivir en el circo. Su tráiler está entre los de sus dos nietos; es pequeño: un ambiente único con la cama de dos plazas a medio hacer, en un extremo. Encima cuelga un televisor encendido en silencio, sintonizando un canal brasileño a través de la antena parabólica que está afuera, apoyada en el barro. Sobre un lado de una especie de pasillo central está la cocina, con microondas y heladera con freezer, y enfrente, la puerta del baño. En el otro extremo, una mesita en U a la que apenas se puede ingresar, con las piernas pasando a presión. “Pasa, pasa, cuesta un poco pero pasas”, alienta la dueña de casa.

Sobre un mantel blanco calado, una media docena de vírgenes de variados tamaños, materiales y procedencias está dispuesta alrededor de una vela encendida. La imagen genera una atmósfera cautivante. Noemia las corre un poco, como haciendo lugar, y explica que las vírgenes están allí por la tormenta.

Aunque en su cara de piel aceitunada un sinfín de surcos enmarca cada uno de sus gestos, tiene la agilidad y la picardía de una mujer bastante más joven.

A pesar de la advertencia de su nieta, que aseguró que a su abuela no le gustaba hablar mucho y lo hacía exclusivamente en portugués, la mayor de los 120 integrantes del circo no tardó en largarse a contar anécdotas en un portuñol perfectamente descifrable.

Apenas un rato de compartir esa intimidad que en el circo pareciera ser más íntima devela algunos rasgos esenciales de la mujer. Como, por ejemplo, que nació, vivió y morirá en el circo, que a esa vida la ata algo que no puede poner en palabras, no puede explicar, porque lo lleva en la sangre. Que les tiene miedo a las tormentas, que es una mujer de fe.

-¿Ha pasado tormentas muy feas?

-¡Sí, y cómo! ¡Perdíamos todo! Esta carpa es firme, pero cuando el viento es muy fuerte, ni las casas convencionales son seguras.

-¿Cuál es el peor recuerdo que tiene?

-Muchas cosas han pasado. Antiguamente el circo se trasladaba en tren, y una vez se descarriló; yo tendría siete años. Recuerdo que tenía una locomotora, un vagón con las herramientas del circo, dos vagones con pasajeros (uno de los dueños y otro para los artistas) y luego los animales. Todo se descarriló a la salida de un puente pero por suerte no pasó nada grave.

-¿Ha cambiado mucho el circo a lo largo de su vida?

-Antes había muchos artistas tradicionales, de familia; ahora muchos se forman en escuelas, son buenos profesionales pero no tienen eso que está en la sangre, por haber nacido y haber crecido acá, que hace que un día como el de hoy estemos nerviosos, rezando para estar protegidos; se van perdiendo esas cosas que hacen a la tradición. Mi padre y mi abuelo murieron en su tráiler. Estaban muy viejitos, vivían en su casa pero cuando ya se sintieron muy mal, se tomaron un avión a donde el circo estuviese y morían aquí.

-Usted venía de una familia circense y se casó con un hombre de circo. ¿Los vínculos se dan al interior y entre circos, como en una especie de gueto?

-Sí, esto es un mundo dentro del mundo; cuando hay otro circo en la ciudad, la gente de allá viene para acá y al revés. Ahí se dan las miradas y se forman las parejas, en este ambiente nos conocemos todos, nos cruzamos en los viajes, se dan los encuentros y comienzan los vínculos.

Suaves golpes de puño en la puerta vuelven a sonar opacos, como a cartón.

Tras varias generaciones de evolución circense, la rutina de Noemia encuentra en el apetito de su nieto una razón suficiente para sacar el foco de la entrevista y ponerlo en el plato con el que deleitará a su “pequeño niño mimado de 23 años y dos metros de altura”, describe, como justificándose.

Sin embargo, no es muy difícil imaginarla al frente de números de fuerza capilar (colgarse del pelo), cuerda floja, bicicletas y hasta de presentadora oficial. “Ahora doy una mano en la boletería cuando hace falta, le cocino a Ruth, echo una mirada, hago un chequeo general durante la función y le transmito a Evelyn las cosas que están mal”, confiesa riendo.

Amor circense

Estefani Evans (20) tiene un espejo sobre la mesa del tráiler. Mientras habla se mira y se va maquillando, como en capas. Primero la base, bastante clara y espesa; luego el rubor, remarcando los pómulos. Después una especie de esfumado en los labios, que va del morado al rosa, delineado con negro. El toque final son unas pestañas enormes que ensambla a las suyas con precisión.

A la hora de hablar de su situación sentimental, su mirada abandona el espejo y busca la de su cuñado con una especie de sonrisa cómplice. Con cierta tensión, cierto esfuerzo por transmitir con discreción pero transmitiendo al fin, da la gran noticia: Estefani es nada menos que la novia de Rudy Kroner.

El galán indiscutido del circo, el caballero de fina estampa, domador de la estelar elefanta y uno de los seis valientes motociclistas que arriesgan su vida a diario en el globo de la muerte. El niño mimado de Noemia, el heredero.

Estefani también es una especie de frutilla de la torta del Kroner. Llegó hace un mes, después de haberse formado en circos de Italia y Portugal durante dos años. Pertenece al gueto, es la quinta generación de una familia que también se dedicó al circo. Tiene 20 años y un cuerpo de líneas armónicas y sensuales que domina en el aire de cada función.

Los secretos parecen flotar en la carpa cuando Rudy se hamaca en un trapecio mientras Estefani se lanza desde una altísima tarima en otro, y vuela y luego suelta las manos, gira en el aire y sus manos se enganchan a las de él, y se hamacan y vuelan juntos hasta que él la vuelve a soltar, ella vuelve a girar y a retomar el trapecio que la vuelve a dejar en la altísima tarima.

Luego, lejos de él, hasta el final de la función, cuando cae el telón y la adrenalina del globo de la muerte todavía flota en el tufo de la carpa, alimentando un apasionado beso tras bambalinas.

La historia podría continuar en otra casa rodante, donde una mujer barbuda tiraría las cartas, pondría el destino en sus manos y anunciaría un final feliz para la inminente parejita. El casamiento se festejaría en la pista de la carpa y el bautismo de las futuras generaciones Kroner también, como todos los festejos. Pero en ese caso, cualquiera elegiría salir de la cama, de la ducha, de la casa, rumbo al circo, aunque fuese un día de temporal.