“¡Vaya! Muchas veces he visto gatos que no hacían muecas -pensó Alicia-, ¡pero una mueca que no tiene gato! ¡Es lo más curioso que me he encontrado en mi vida!”. Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas

El historiador del arte Filippo Baldinucci definía en el siglo XVII el retrato burlesco -tenía en mente y a la vista, seguramente, las caricaturas de Bernini, quien además de magnífico escultor fue enormemente hábil en la práctica de la reducción fisonómica- explicando que “se trata de un método de hacer retratos en el que [pintores y escultores] aspiran al mayor parecido posible del conjunto de la persona retratada, aunque, para divertirse, o a veces para burlarse, aumentan y destacan desmedidamente los defectos de las figuras que copian, de modo que el retrato en conjunto parece ser el modelo mismo, mientras que los componentes están cambiados”. Una aguda percepción de la curiosa operación del caricaturista: no es el parecido estricto, sino la equivalencia de conjunto que casi milagrosamente se produce en estas creaciones a partir del efecto que desencadenan ciertas relaciones, más que los elementos aislados.

Lo reafirma un conspicuo estudioso del tema, Ernst Gombrich: “Las identidades no dependen tanto de la imitación de rasgos particulares como de la configuración de indicios”; ésta es la razón por la que es tan difícil descubrir, a partir del análisis visual, los elementos identificadores. El parecido no descansa en la mera réplica, es necesario captar la expresión y el movimiento; aquello que da vida al retrato y que es un escollo para quienes realizan imágenes fijas; es por eso que la fotografía no siempre logra la mencionada equivalencia -en la mayoría de los casos no nos reconocemos o no reconocemos claramente a otros en ellas- propia de la caricatura; producir lo imposible es la consigna y no muchos lo logran.

Fermín Hontou se cuenta entre los que poseen ese especial talento en un grado excepcional; ha publicado sus caricaturas, ilustraciones e historietas en numerosos medios nacionales, tales como Opción, Jaque, El Dedo, Guambia, Brecha, Cuadernos de Marcha, e internacionales como La Repubblica, Playboy y Le Monde, entre otros. Esta exposición es una suerte de catálogo de los trabajos realizados para el suplemento cultural del diario El País, en el que ha colaborado durante los últimos veinte años, y al mismo tiempo un homenaje a su fundador Homero Alsina Thevenet, a quien cita en el catálogo, relatando encantadoramente el inicio de ese vínculo.

El género de la caricatura fue fundado por los hermanos Carracci -uno sastre y otro joyero, además de pintores- en los últimos años del siglo XVI, con el chiste de sustituir las caras humanas por animales u objetos, y fue transitado por numerosos y destacados artistas que en el desarrollo de sus prácticas fueron creando nuevas configuraciones surgidas, en su mayoría, casi por accidente y van constituyendo una línea de interés en el estudio de las reacciones humanas de la que Daumier fue un destacado ejemplo. Nunca dibujaba al natural, despreciaba a los impresionistas y realistas de su época y es por ello que en el arte del siglo XX los expresionistas reconocen en él uno de los precursores de su arte. Fue precisamente con Daumier que la tradición de la caricatura como experimento fisonómico comienza a transitar por un camino independiente del humorismo; esa disolución del límite entre la caricatura y el “gran arte” posibilitaron los trágicos y expresivos rostros-máscaras de Munch, Ensor y muchos de los expresionistas alemanes. Ombú posee esa misteriosa habilidad de los grandes artistas, la de revelar la verdadera esencia de la naturaleza de cada personaje y, con ellos, de la propia naturaleza humana. Son varios los que desfilan en esa galería: políticos, escritores, artistas plásticos, Katherine Mansfield, Wystan Hugo Auden, Javier de Viana, Idea Vilariño, Joaquín Torres-García y el mismo Homero Alsina son algunos de los muchos retratados. Sus recursos son amplios: el color en ocasiones, el blanco dominante del papel en otras; la simple línea; sus características formas angulosas que sorprendentemente no “endurecen”; la excesiva simplificación del cuerpo junto con la exageración del tamaño de los rostros y manos. Todo colabora de manera muy convincente en el retrato expresivo al máximo y al mismo tiempo enormemente revelador del personaje, identificándolo en un modo que ninguna fotografía podría hacerlo con tanta eficacia.

“Es un dibujante de ojos, mejor dicho de miradas”, señala Horacio Añón -curador de la muestra- en el texto del catálogo. Es precisamente la “mirada” lo que no se aprende con la técnica de dibujar o pintar ojos; si está lograda con pocas y breves líneas, es sencillamente genial. Éste es el caso de Ombú, que merece un lugar particularmente destacado en las artes visuales de nuestro medio.