Eran las 13.00. El tránsito estaba cortado en la cuadra del juzgado. Más de cien personas ocupaban la calle y la vereda esperando ver, cara a cara, a los policías indagados. Había familiares, jóvenes de la edad del fallecido y muchos adultos de las edades de los padres. A la interna de la cuadra había vallados y policías dispuestos para proteger a los acusados.

El nombre de Maiquel, escrito con k y con q, dominaba en las pancartas y graffitis que se pintaban ahí mismo. La frase reiterada era “los 11 presos”, en alusión a los funcionarios policiales citados a declarar; según los manifestantes, todos habían sido cómplices del homicidio. La palabra “justicia” se repetía una y otra vez en los estandartes y en la boca de todos. Estuvieron allí desde las 11.00 y permanecieron hasta la noche. Al cierre de esta nota habían sido procesados cuatro policías, uno por homicidio y los otros tres por encubrimiento.

Durante la tarde, los presentes se nucleaban en pequeños grupos en torno a la charla que revivía una y otra vez los diversos ribetes de un hecho aún confuso. El clima se tensaba de a ratos, cuando alguien ingresaba al juzgado, con gritos y abucheos; cada tanto se entonaban cánticos o se aplaudía luego de la culminación de un sentido graffiti. Otro concepto resonaba e indicaba que era mucho más que un episodio policial: “Lo mataron como a un perro, ni a un perro se mata así”.

Versiones contrapuestas

Maiquel vivía en Maldonado, era mecánico y tenía una hija de seis años. El sábado en Piriápolis había un encuentro de autos tuneados, motivo suficiente para estimular a quienes realizan picadas con sus vehículos cada fin de semana. Mario, amigo de Maiquel, narró a la diaria que sobre la medianoche del sábado, madrugada del domingo, estaban cerca de la rambla y resolvieron ir hacia el boliche Vértigo, pero por motivos de tránsito dejó de ver a su amigo. Aseguran que Maiquel decidió hacer otra picada, estaba “quemando cubiertas”, como se llama en la jerga al hecho de mover los neumáticos a gran velocidad antes de arrancar, cuando un móvil policial lo sorprendió. Pero como a él le habían retenido la libreta de conducir unas semanas atrás en otro departamento, intentó escapar de la captura policial y empezó la persecución.

Nicolás, otro amigo de Maiquel, contó a este medio que en cuanto se enteró de la persecución lo llamó varias veces al celular y que a las 0.10 ó 0.15 lo atendió y le dijo: “Me están persiguiendo, ahí vienen, ahí vienen, ahora te llamo, nos vemos en Vértigo”. El muchacho continuó llamándolo pero Maiquel no volvió a atenderlo, “hasta que en un momento dio como que estaba apagado; comenzó a llamarlo otro compañero, pero nadie atendía. A las 3.50 lo llaman a ese otro compañero del celular de Maiquel, era el comisario de Piriápolis pidiendo que le pasaran con el padre o la madre de Maiquel. Nosotros ya habíamos vuelto para Punta del Este, pensando que él también ya había vuelto”.

El padre llamó a su hijo al celular y el jerarca de la Seccional 11ª de Piriápolis le informó que su hijo había fallecido en un accidente. Sobre las 4.30, el padre y algunos de estos amigos llegaron a la Seccional 11ª. Supuestamente, Maiquel estaba en la morgue en Maldonado. En la comisaría les dijeron que no sabían nada, que recién habían entrado al turno. “Nos decían que había sido un accidente de tránsito y nada más. Salimos por todos lados buscando un accidente y nada, nada. Volvimos a la comisaría y no nos decían nada, ya parecía una broma, y los gurises se empezaron a poner violentos y a dar piñas a los vidrios, pidiendo información. De repente, vemos que pasa la camioneta de Maiquel, a una cuadra más abajo. Salimos a buscarla pero no la encontramos. Al ratito la vemos de vuelta, con los impactos de bala en la butaca y en los vidrios. Eran entre las 6.30 y 7.00”, detalló Nicolás.

Juan Balbis, jefe de Policía de Maldonado, indicó a la diaria que el hecho se inició con la persecución. Señaló que un policía disparó los cinco balazos, cuatro de los cuales impactaron en la cabina y atravesaron el asiento, provocando la muerte del joven. “Una vez que el joven es descendido, se percatan de que está herido y lo sacan de la camioneta para que reciba asistencia [médica] y un funcionario coloca un arma en la camioneta para simular que era del conductor”, dijo Balbis. Según el jerarca, el episodio fue vivenciado por cuatro uniformados que viajaban en dos móviles.

Ayer de mañana, en conferencia de prensa, el subsecretario del Ministrerio del Interior, Jorge Vázquez, y el inspector nacional de Policía, Julio Guarteche, reconocieron que el arma “no la tenía la persona fallecida, sino que fue colocada posteriormente”.

Según Balbis, los policías trasladaron al joven a un centro asistencial de Piriápolis, al que ingresó con vida para fallecer a los pocos minutos. Pero en las afueras del juzgado se manejaba otros datos: dos testigos afirmaban haber visto su camioneta sobre las 4.20 y al preguntar, la Policía les dijo que siguieran, que se trataba de un accidente; el cuerpo permanecía tirado, mitad en la calle, mitad en a banquina.

Modus operandi

En la conferencia de prensa, Vázquez calificó lo acontecido como “un hecho irregular sucedido y generado por un policía, que nos parece que fue desmedido y fuera de lugar”, pero resaltó que eso “no debe opacar la función del resto de los policías que, diariamente y en forma abnegada, se preocupan por la seguridad de la población”. Lo mismo mencionó Balbis, que varias veces destacó que se trató de un hecho “inesperado e imprevisible” y dio a entender que no era representativo porque “hay un número muy grande de policías”.

Sin embargo, otros indicios pautarían que no se trata de un hecho aislado. En las afueras del juzgado la diaria dialogó con Beatriz Jaurena, edila de la Junta Departamental de Maldonado y quien integra la comisión de Derechos Humanos. Relató que el grupo de ediles trabaja desde la administración anterior el tema de los malos tratos de policías a jóvenes, que se han producido en varias seccionales. Por ese motivo, la comisión de Derechos Humanos citó hace un tiempo al anterior jefe de Policía y también al actual jerarca. Balbis acudió la semana pasada.

Según Jaurena, el funcionario dijo que “lo mejor en estos casos era hacer la denuncia a la Justicia. Quedamos en mantener un vínculo y aseguró que lo que se buscaba era la aplicación del código del proceso policial, pero estos temas se salen del código y estamos hablando de más de un caso; el problema es que los chiquilines salen y no sabés si vuelven. No podemos ser ajenos, está bien que tengamos seguridad pero no es a cualquier costo, no es de cualquier manera, este tipo de cosas no tienen sentido”.

En diálogo con la diaria, Balbis indicó que la jefatura puede actuar en función de denuncias policiales o judiciales, porque es mediante esos procedimientos que se constata si la persona fue o no destratada. Jaurena precisó que sólo algunas de las denuncias que les llegaron fueron ratificadas penalmente, porque “el problema con las denuncias en el juzgado es que en realidad tenés que pagar un abogado, y eso lleva un costo. Por otra parte, muchas veces como son chiquilines no hacen la denuncia porque para hacerla los padres tienen que acompañarlos. El tema de los malos tratos es una práctica común, el tema de los golpes, de los insultos. El jefe de Policía dice que no es la generalidad, que puede llegar a pasar y que ellos buscan que se aplique el código, y en el código ese tipo de tratos no están permitidos”.

Enrique Ramos, testigo de lo sucedido, afirma haber visto el cuerpo de Maiquel a las 4.20 tirado en la calle. Dijo a la diaria que él tenía buena relación con la Policía, pero que estaba allí porque habían matado a su amigo y podían matar a cualquier otro de ellos. Asimismo, reafirmó lo dicho por la edila: “Uno de los policías implicados es medio problemático, ya había agarrado a cachetadas a un amigo mío, pero no lo quisieron denunciar por miedo, nada más”.