Una vez más se instala el clásico debate entre la realidad y la idea, a partir del proyecto premiado que propone una nueva Plaza Independencia. En este caso la idea proviene de Fábrica de Paisaje, equipo que ha sido premiado en el concurso promovido por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas.

La plaza de hoy cuenta su agitada historia, la muestra. Condensa un largo periplo. Integra marcas, señas, huellas; exhibe los diversos modos en que ha sido propuesta. Es el resultado del terco desajuste entre idea y concreción, entre realidad y proyecto.

Todo comienza con el derribo de la muralla y la expansión del casco urbano primitivo. Un gesto que marca el fin de la ciudad-territorio y da curso a una estructura infinita. Un hito que sella el fin del dominio hispánico y el inicio de la República.

José María Reyes es el encargado de plantear la nueva traza, que replica el damero colonial pero ignora sus “medios rumbos” de base higienista. Esto exige una bisagra, una costura. Un espacio capaz de articular ambas tramas, ciudad vieja y ciudad nueva. Se impone así la plaza: rótula, nexo, nudo. Un enlace que salva el giro entre las dos cuadrículas: el semi-octógono que Reyes define, donde una ciudad acaba y otra se inicia.

Este embrión será enmendado en la propuesta del ingeniero-arquitecto Carlo Zucchi, quien confiere al espacio el tamaño y la forma que hoy registra. Pero Zucchi proyecta también el perímetro, de acuerdo a un esquema fundado en el valor de lo homogéneo. El modelo es el de la plaza barroca francesa: un espacio centralizado en la figura del héroe y rodeado de un marco continuo. Y esto último es lo que nunca se concreta: la serie de arquerías ensayada en la casa de Elías Gil no se completa; la propuesta adintelada de Poncini no logra imponerse en todo el borde edilicio. Una y otra vez, la realidad burla el intento por dar a la plaza un perfil continuo. Una y otra vez la aplicación del modelo se obtura. Un “fracaso” recurrente. Una frustración confirmada en la norma impuesta con el siglo veinte, que habilita mayores alturas y hace posible la erección del Palacio Salvo. Luego vendrán otras verticales a rodear la plaza: el Hotel Victoria Plaza, el Edificio Ciudadela, la Torre Ejecutiva. Una plaza que en 1905 define sus líneas internas -diseño de Carlos Thays- y donde el héroe ocupa su puesto: en 1923 la escultura de Zanelli se instala en el centro.

Pero ésta no es una historia sencilla. Es una compleja trama que involucra a proyectistas, gobernantes y usuarios. Una red que articula “voluntad de forma”, intereses públicos y anhelos privados. La academia ofrece sus figuras -Garmendia, Aubriot, Tosi, Masquelez, Guidini, además de las citadas-. Y esto se combina en proporción variable con la voz de los vecinos y la iniciativa pública.

La plaza de hoy es síntesis de todo esto. Fotografía instantánea. Resumen de querellas, tensiones y reglamentos. Pieza final de una historia inconclusa. Base fértil de un nuevo proyecto.

Plano infinito

Se define ahora un gesto esencial, básico, rotundo: el plano neutro, seco, extenso. Un manto infinito que lo cubre todo. Un plano que apela a sí mismo, cifrado en su potencia geométrica y su diseño unitario. El plano espera el acontecimiento. Se abre a lo eventual, quiere ser activado. Confía en su capacidad inductiva. Lo inunda todo: invade calles y aceras, llega al borde edificado. Bajo su efecto potente las líneas se borran, y la plaza adquiere otro estatuto. Es ella misma, pero es también otra: de algún modo, recobra lo que nunca tuvo.

¿Pero qué admite el nuevo soporte? El plano induce la reunión masiva, la ceremonia, el acto colectivo. Pero también el tránsito indolente, la fiesta, el paseo cotidiano. Estar no parece aquí deseable ni posible, aunque sí lo es en el jardín que se dispone al oeste. “El jardín” -así lo llaman los autores- permite el reposo y el descanso. Promueve el sosiego en el umbral de la ciudad vieja. Concentra el verde bajo las palmeras altas. A pesar del viento, propone un recinto que se quiere estático. Inserta un polo doméstico en el gran plano. Rescata el verde bajo nuevas claves; lo ofrece como opción menor y alternativa.

Por debajo está el subsuelo, que reúne el estacionamiento, un centro cultural y el acceso al mausoleo. Un espacio oculto que se vuelve íntimo. Una plaza menor en la gran plaza. Un sector cubierto que se anuncia mediante un tajo profundo.

El proyecto articula lo habitual y lo solemne. Propone un plano flexible y abierto. Recoge el talante de la Plaza Roja o de San Marcos; referencias citadas en el proyecto: la plaza seca, el vacío potente, el plano infinito. Pero el plano no es puro silencio. Dice algunas cosas en su mutismo. Recobra “la colina” en la Cuchilla Grande. Y le hace guiños a la historia: recorta el perfil de la muralla, replica la “Sesión de la Sala de Representantes de la Provincia Oriental”, óleo de Eduardo de Amézaga que se aprecia en la visión lejana. Gestos mínimos en el gran gesto. Pequeños apuntes. Claves de un pasado que se hace presente.

Idea y realidad

La propuesta ha generado polémica. Lo primero que surge es la crítica al modelo de la plaza seca, y el reclamo del tono doméstico que el proyecto evita de modo deliberado. Un reclamo que recoge hábitos de gran arraigo, aunque también la inercia y el prejuicio. Pero al margen de la idea premiada, se cuestiona el propio concurso: la alteración de la plaza en ausencia de motivos claros, y en particular, la libertad de acción en torno al diseño que Thays realizara en 1905.

Como antes, se instala ahora la clásica tensión entre realidad y proyecto. Las aguas se dividen entre los arquitectos. Y el debate es saludable en tanto enciende la duda, provoca el diálogo, conmueve la razón y los sentidos.

Pero hay algo indiscutible: el concurso ha propiciado el cambio sobre una base plural y reflexiva. Ha invitado a comparar, a elegir, a evaluar. Ha promovido el juicio crítico. Y ha premiado un gesto eficaz en su adscripción al programa conmemorativo. Un gesto radical que elude el detalle provinciano y define un gran espacio cívico. Un proyecto delicado, preciso y coherente en su apuesta y objetivos.

Otro aspecto mencionado es la oportunidad de la convocatoria, su dudosa convalidación colectiva. Una cuestión opinable que no debe opacar un hecho llamativo: otros espacios relevantes han sido “mejorados” sin piedad, en ausencia de debate y de concurso; otras ideas se han plasmado en silencio y eludido la crítica. Nada más lejos de lo que hoy ha ocurrido.

Se impone ahora un nuevo contrapunto entre realidad y proyecto. Y el foco se instala una vez más en la Plaza Independencia. Una plaza que ha sido y es nudo inestable, pieza de ajuste, hilván inconcluso. Un espacio que es recta voraz, línea de fuga, hueco escurridizo. Un hiato entre dos mundos. El lugar del viento. Un espacio transitivo.