En noviembre, en el marco de un informe dado a conocer por organizaciones vinculadas al tema, se dimensionó otro de los problemas asociados a los desechos domiciliarios: unos 20.000 niños se dedican a la recolección y clasificación de residuos en Uruguay.
La entrada a los asentamientos y el contacto con las familias que se dedican a la clasificación fue franqueada por Juan Carlos Altesor, Cachito, un ex recolector y conocedor de la zona por esa condición y por haber llegado a ser presidente del Consejo Vecinal -entre 2002 y 2004- y luego, de la Junta Local Nº 10 de Piedras Blancas -entre 2005 y 2010-. A principios de los 90 Altesor fundó el Movimiento de Asentamientos Populares (MAP), que aspiraba a regularizar la actividad, algo que todavía sigue pendiente, a pesar de los avances logrados.
Al igual que él, los entrevistados para este informe expresaron que es posible salir del circuito y que una forma de hacerlo es apostar a que sus hijos se formen para otras tareas, aunque el día a día muchas veces les reclama que los menores también trabajen.
Segunda generación
Hace ocho años que Miguelito se dedica al reciclaje. Tiene 29 y siempre vivió en el asentamiento Mausa. Sus padres también eran recicladores y él se crío “así, entre esto”, contó a la diaria mientras señalaba con la mano una gran pila de basura que estaba a pocos metros del rancho que él mismo construyó. De niño alternaba su participación en el trabajo familiar con la asistencia a la escuela, que culminó a los 14 años, edad con la que se fue a trabajar de alambrador a San José. Posteriormente consiguió un puesto en un vivero montevideano; fue su último trabajo formal.
“Un día mi señora quedó embarazada y, como no quedaba otra, me dediqué a esto urgente porque otra cosa no había. En el vivero me pagaban 80 pesos por día… no me daba para nada”, explicó. Miguelito vive con sus hijos Sofía Vanessa (ocho años), Fernando Miguel (dos) y con su señora; tiene una potranca y un caballo, para los que compra ración, les dedica especial cuidado. Con su madre, Arceluz, y su cuñado Raúl, que integraban la ronda de mate en la segunda visita a la zona, el contacto es permanente. Recibe un subsidio por la asignación familiar y el Plan de Emergencia; sin embargo, sus jornadas laborales son inevitablemente extensas. Esto, sumado a la excesiva carga y al andar mucho a caballo, le provoca fuertes dolores de espalda.
Su ruta habitual de recolección incluye barrios como Parque Rodó, Barrio Sur, Palermo y Centro. Ya en su casa y con su señora se dedica a clasificar el cargamento: “Separo el plástico, las botellas y el papel: blanco, por un lado, y el de color, por otro. El blanco es el que vale más”, enseñó. Con evidente orgullo, Miguelito remarcó: “La gurisa chica no me ayuda, ella va a la escuela”. Cuando junta lo suficiente va a un depósito y lo vende, y pese a que lo obtenido no es regular, asegura que gana más que “en un laburo limpiando pisos, que te pagan dos mangos por día. Acá podés sacar 100 pesos o de repente podés encontrar mil en una volqueta. La otra vez encontré dos mil pesos”, revivió el momento con la misma emoción que entonces.
En paralelo a su relato, Miguelito repasaba con Altesor los 40 años de historia del asentamiento y concluyeron que es uno de los más postergados. “¡Sigue igual! Es el más olvidado de todos, ha crecido pila y siempre está abajo”.
“Conocimiento y disciplina”
“Mi familia está compuesta por yo y el nene”, indicó Mario. Su padre trabajaba en la construcción, pero cuando no había obras por delante salía a recolectar. Eran épocas en las que se vendían vidrio y hueso: “Ahora no existe más eso. El hueso no se vende como antes”, explicó. Mario tiene 55 años y desde los ocho está en esta actividad. Hace como un año que no cuenta con carro ni con caballo. Cuando los tenía salía para el Centro y para Pocitos, pero desde que le falta arrastra un carro desde 17 Metros, donde tiene su casa, hacia Piedras Blancas y Manga. Busca plástico, cartón y “chatarra que ande por ahí”.
Uno de los mayores peligros a los que están expuestos los recicladores es a los cortes o a contraer infecciones. Mario explicó que muchas veces se ha pinchado con jeringas, pero como tiene “todas las vacunas” nunca se enfermó. A un colega suyo, el Chita, le pasó lo mismo, pero “le llevó como siete meses recuperar la mano”. Aunque permanece parado fornidamente en la puerta de su casa, a Mario le falta un riñón. También hizo algo de construcción y trabajó en un depósito de basura, pero mucho peso ya no puede levantar. Al igual que Miguelito, Mario considera que esta labor es más rentable que un trabajo formal. “Hago 500, 600 o 700 pesos en tres o cuatro días más o menos…, hay trabajos que no te rinden como salir a la calle. Hay que tener conocimiento y disciplina”, aclaró.
Su hijo Andrés, de tres años, está empeñado en apagar la lucecita del grabador, pero su padre se lo impide infinitas veces. “Salgo con él a la lucha en el carrito. No tengo quien me lo viche”, relató. Si Mario consiguiera de nuevo un carro a caballo, no podría volver a barrios como Pocitos con el chiquilín porque “el Consejo del Niño no te deja andar con menores arriba de los carros”. Según Mario, la medida es para evitar accidentes. A pesar de que Andrés es muy chiquito, “algo te ayuda, no mucho, ¡hace relajo más que nada!”. El año que viene piensa mandarlo a jardinera “porque es una obligación por la asignación”.
A diferencia de Miguelito, Mario está contento con la evolución del 17 Metros, donde vive hace 25 años. Cuenta con algunas calles de asfalto y alumbrado público en casi toda su extensión. A la vuelta de lo de Mario tiene el depósito Marcelo, Pechito. Tiene 33 años y desde los 14 la calle se convirtió en su fuente de ingresos. Era hurgador pero en 2002 logró “una basecita” e instaló su propio depósito que le alcanza para sustentarse solo. Los hurgadores le llevan lo que recolectaron, él lo clasifica y después comercia al por mayor con empresas que levantan cartón, papel o plástico. “Me ayuda mi señora. La nena me pasó a cuarto con sobresaliente y mi hijo, que me da una mano, se llevó una sola materia en tercero de UTU”, dijo.
“Nos miran como marginales”
Todos los días a las 8.00 Ramoncito arma su puesto en la calle de entrada a Los Sueños. Ronda los 60 años. Se queda hasta las 21.00 para vender la chatarra que él mismo recoge y restaura. “Tengo una clientela y gente que me trae cosas para que arregle: heladeras, lavarropas, televisores. Me dan para que yo gane un pesito y a su vez ellos se ahorran un pesito también, porque te vendo las cosas mucho más baratas”, resumió así su medio de vida durante los últimos 35 años. De su madre aprendió a recolectar y de su padre, a arreglar aparatos.
Antes vendía en ferias, pero hace cinco años decidió instalarse en el barrio a raíz de la creciente competencia. “Es una vergüenza que estemos mirando para enfrente a ver si el vecino tira un pedazo de pan para agarrarlo. En un país como el nuestro… Como también te digo otra cosa, es el único país del mundo que saliendo a la calle encontrás comida colgada en los árboles. Acá de hambre no se muere nadie”, sostuvo. Tras pasar también por la construcción, Ramoncito optó por el reciclaje. Desde entonces su rutina consiste en recolectar lunes y miércoles, y vender los demás días. Dice que se lleva al bolsillo un jornal de entre 500 y 600 pesos.
Desde hace un mes y medio está “todo hinchado” de la cintura hacia abajo. “No banco los dolores. Me fui a hacer ver al Pasteur y no dan en el clavo. Aparte de todas las operaciones que tengo…”, dijo. Ramoncito enviudó pero desde hace casi siete años está en pareja. Tiene tres hijos, un futbolista, un militar y una ama de casa. “Yo los traje al mundo para que ellos vivan la vida de ellos, hasta los 18 años fui el padre, ahora soy un amigo”, dijo. También tiene siete nietos.
Para él ser reciclador es “una salida para no entrar en cosas peores. Uno se cría entre delincuentes y no sale delincuente, salís lo que vos querés ser”, afirmó. A pocos metros había un gran basural que estaba siendo hurgado por unos jóvenes. Los paros de ADEOM previo a la declaración de esencialidad del servicio de recolección habían golpeado fuerte en la zona. “Ahí tenés a los gurises comiendo de la basura. Eso ahí es una epidemia”.
Mario también había señalado que el conflicto afectó su trabajo: “Yo no me voy a ir a revolver un basurero donde la basura está infestada. Con estos calores, una basura que está amontonada hace tres o cuatro días, no le podés sacar provecho para nada”.
Otra de las visiones que Mario y Ramoncito comparten es la discriminación que sufren, especialmente en algunos de los barrios más prósperos de Montevideo. “Te dicen ‘pichi de mierda’. Pichi de mierda no, yo no jodo nada a nadie, ¿sacás? No pueden generalizar porque soy un laburante bien y no es que ande bichicomiando”, dijo Mario.
“La palabra ‘pichi’ es bastante ofensiva, pero ellos nos miran como marginales. ¡No seas malo! Si somos laburantes igual que ellos. Simplemente que a nosotros nos miran como delincuentes. Nos condenan”. Ramoncito asegura que Los Sueños es uno de los pocos barrios que no tiene bocas de pasta base. “Acá ponen una boca y a los cinco minutos están presos. No te voy a decir que no se consume, pero para vender se van a parar a otro lado”.
Consultado sobre su opinión del gobierno, se mostró contrariado: “Fui a pedir el Plan de Emergencia y no me lo dieron porque no tenía una familia a cargo. Cuchame, ¡no seas malo! Hay gente que lo tiene y no lo merece, y generalmente el que laburó toda su vida no lo tiene. Ojo, no tengo nada contra el gobierno porque fue el único que hizo algo por los pobres. El de ahora y el de Tabaré Vázquez no son capitalistas, son pobrecistas”.