Escolares de túnica y moña regaban y carpían en los canteros de huerta de la Escuela Nº 230 de Puntas de Manga de Montevideo el martes, cuando la diaria arribó al lugar. Como hormiguitas, recorrían el trayecto desde los canteros hacia la canilla de donde sacaban agua. Lo hacían entusiasmados, gustosos. Ésa es una de las 43 escuelas que forman parte del Programa Huertas en Centros Educativos (PHCE). Éste comenzó en 2005, a partir de una propuesta de la Intendencia de Montevideo (IM), que junto con la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) convocó a la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Udelar). Hasta 2008, inclusive, la financiación estuvo a cargo de la IM y, a partir de 2009, ANEP asumió parte de ese costo.

Con orgullo

"¿Qué les gusta más de trabajar en la huerta?". La pregunta se disparó cuando los chicos estaban ya en el salón. Respondieron levantando la mano, algunos hablaban con voz bajísima y otros esperaban respetuosamente el turno para complementar. Regar, cortar el paso (con escardillo), hacer cosas en la tierra, plantar, buscar lombrices, fueron respondiendo. Al ser reconsultados ampliaban la información: "Las lombrices las ponemos en un lugar para que hagan abono para las plantas". Hubo quien respondió que le gustaba "cuidar las plantas de que no se enfermen con bichos, hongos, plagas", otro dijo que le sacaba las hojas feas para que el resto no se contagiara. Alguien detalló que aprendió a hacer trampas, y más de uno quería explicar el concepto: para atrapar a los caracoles le ponen un tarrito con cerveza o con levadura y agua azucarada, hacia lo que se sienten -mortalmente- atraídos. Contaron que plantan zanahoria, chaucha, cebolla, rabanito, lechuga, papa, ajo, habas, acelga y en los canteros podía verse también maíces y zapallos que resistirían el verano para recibirlos en marzo. Elsa Silvera, secretaria de la escuela, contó otra arista del proceso: "Al principio costó que los chiquilines se acostumbraran a tener el espacio de huerta, no se protegía, se jugaba a la pelota cerca. Pero ahora es un espacio que ellos mismos cuidan pila, se super apropiaron de la huerta; si Mariana no está, ves que hay chiquilines que van, que si ella dejó alguna tarea carpen, están en la vuelta". Silvera agregó que al principio también costó "porque muchos padres tenían la idea de que venían a trabajar, más de una vez recibimos 'mi hijo no carpe', 'mi hijo no puede ir a cortar el pasto', y después de este proceso de estos años es al revés".

Sin embargo, no todo marcha sobre ruedas. Dificultades burocráticas amenazaron seriamente la continuidad del programa durante el corriente año, cuando el dinero para pagar los sueldos de orientadores de huerta recién estuvo disponible a mediados de octubre. Se espera que para 2012 terminen de aceitarse los mecanismos que cada año distorsionan la dinámica esperada.

Formación integral

Mariana Andino es ingeniera agrónoma y una de las 28 orientadoras de huerta del PHCE. Desde 2006 trabaja en la Escuela Nº 230, que es de doble turno. Concurre dos días por semana y se queda toda la jornada; trabaja de manera directa con 3º, 4º y 5º de cada turno, que involucra a 300 escolares y además realiza actividades puntuales con el resto de los grupos. "Una generación de escolares ha pasado por la huerta", cuenta, con un orgullo entendible. Mientras la maestra de aula se queda con los niños en la huerta, Mariana y Stella Faroppa, una de las cuatro coordinadoras del programa que tiene a cargo varias escuelas, charlan con la diaria sentadas bajo un árbol mientras algunos niños pasan para decirle "Mariana, voy al baño" y ella automáticamente les responde que sí, sin salirse del ritmo de conversación.

Ambas docentes resaltaron el fin pedagógico de la experiencia. Coordinadores, maestros y orientadores diseñan una planificación en base al programa de Primaria, vinculando las actividades de huerta a las curriculares. Además de las tareas agronómicas, también se hacen actividades de salón, observación de plantas o experiencias similares a las que puede poner un docente de ciencias. El trabajo sirve de excusa para abordar temas de biología, química, geología, geometría, matemática, arte y todas las disciplinas con que quieran conectarse los contenidos; por ejemplo, cada cultivo tenía un letrero que lo identificaba, escrito por los niños. Pero los fines van más allá de lo curricular.

"El programa tiene varios objetivos, yo creo que el principal es que sea una huerta demostrativa, que los chiquilines aprendan actividades agronómicas alineadas con lo que es la producción agroecológica: el cuidado del medio ambiente, no utilizar productos químicos de síntesis para control de insectos y de plagas, reciclado de nutrientes, aboneras; que eso lo puedan llevar a la casa y que sea una herramienta para la vida porque en la casa pueden plantar y aprender a producir determinadas cosas que sirven para la olla", resume Mariana. Stella agrega: "Es una forma de dignificar, de crear hábitos de trabajo, de estudio, de crear la tarea, es buscar cambios desde el hacer".

Muchas de estas experiencias se desarrollan en escuelas catalogadas por ANEP como de contexto sociocultural crítico. Las docentes cuentan que "la canasta básica de la zona es demasiado básica, donde no se incorpora mucho más allá de harinas y aceite", y ahí traen otro de los objetivos: mejorar los hábitos alimentarios. "Muchas veces ellos no comen porque no conocen, la idea es ampliar el abanico. El 95% de los chiquilines que no querían comer lechuga ahora comen porque la plantan, la ven crecer, la cuidan".

Mariana inició un cuaderno viajero que circula de casa en casa, donde las madres escriben recetas que comparten con otras madres, creando un vínculo entre las familias. También se establece contacto con instituciones de la zona y con otras carreras de la Udelar o de profesorado de ANEP, que ponen la mira en esta experiencia.

Caminos institucionales

En febrero de 2011 comenzaron las conversaciones entre Udelar, IM y ANEP para firmar el convenio, pero el tránsito por cada una de ellas no resultó sencillo. Pequeñas modificaciones introducidas en uno de los organismos provocó que el texto volviera a pasar por cada uno de ellos -con sus respectivos tiempos- y la firma se logró recién el 7 de julio. Como todos los involucrados conocían las ventajas de que el trabajo de huerta se iniciara con el año lectivo, y conociendo la voluntad de las tres instituciones por firmar el convenio, se resolvió que los orientadores comenzaran a trabajar en marzo, pensando que el acuerdo estaría listo en abril o mayo. Mientras tanto, los sueldos fueron costeados con fondos extrapresupuestales de Facultad de Agronomía, pero por eso la institución fue amonestada por el Tribunal de Cuentas, que reprobó que se pagaran sueldos antes de que se hubiese firmado el convenio. A todo esto la facultad se quedó sin fondos, de julio a setiembre los docentes contratados no cobraron; en setiembre recibieron el pago de agosto porque así lo autorizó el decano, dijo Stella, y el pago estuvo disponible recién el 14 de octubre.

Dos días antes, el 12 de octubre, parte del equipo de Facultad de Agronomía compareció ante la comisión de Educación y Cultura de la Cámara de Diputados y allí plantearon el desconcierto por la demora institucional. “Las relaciones interinstitucionales y entre personas son las mejores. El problema está en la normativa y en la operativa del Estado, que es una máquina de impedir. Esta situación es igual a que nos tiraran a cruzar la bahía nadando con un ancla en el pescuezo. Es muy difícil operar de esta manera” dijo el decano de Agronomía, Fernando García Préchac, ante los diputados.

Beatriz Bellenda, coordinadora del programa, que compareció también a esa sesión, explicó a la diaria: “El programa adolece de ser a muy pequeña escala para las tres instituciones”, y agregó que si bien todas valoran su impacto, la escala no le impide “hacer la cola” en medio de un listado de expedientes.

En diálogo con este medio el decano alegó que fue un año complicado por el cambio de administración y la entrada en vigencia del presupuesto quinquenal. “Fue un período muy tenso porque a veces no logramos terminar de entender cómo las trabas burocráticas pueden atrasar tanto las cosas”, pero la idea es que ahora el contrato firmado se renueve automáticamente por cuatro años. Por otra parte, se sabe que el hecho de que esté el acuerdo no asegura que esté el pago, por eso los docentes sostienen que si en marzo de 2012 no hay disponibilidades económicas, el programa no se continuará.

En 2011 el proyecto sobrevivió pero no sin salir ileso. Bellenda indicó que sólo 38 de las 43 escuelas están siendo efectivamente atendidas, porque la indisponibilidad de fondos no permitió cubrir vacantes. Por otro lado, el desgaste de coordinadores y orientadores fue enorme, con desestímulos constantes que incidieron en el transcurso del año; esa inestabilidad impidió, por ejemplo, que se hiciera un encuentro de huertas y una jornada de muestra que se hace anualmente en la explanada de la IM. También quedó en suspenso el propósito de extender el programa a otros departamentos y la idea de que alumnos que ya no concurren a la escuela puedan vincularse con la institución a partir del trabajo de huerta, que pueda proporcionarles una salida laboral.

En 2012 se verá cómo no se desanda este proceso generado y catalogado exitoso por todas las partes involucradas.