No está claro qué perjuicios podría ocasionar, en el largo plazo, el consumo de alimentos transgénicos, pero lo que sostienen los organizadores del seminario es que es un derecho del consumidor saber cuándo un producto está elaborado con base en ellos.

la diaria dialogó con Laura Rosano, chef y coordinadora de Slow Food Canario -grupo local representante del movimiento mundial Slow Food, nacido en 1989 para contrarrestar los tiempos actuales de comida rápida-, quien explicó que Argentina y Uruguay son de los pocos países de América del Sur donde no es obligatorio que los productos elaborados con base en alimentos transgénicos contengan la advertencia en una etiqueta. Mencionó que así ocurre en Europa y China, y que en Estados Unidos no es obligatorio, pero que se está reviendo actualmente la disposición; a modo de ejemplo, comentó que en Brasil los productos de ese origen llevan una etiqueta con la letra T, pero que cuando se importan a Uruguay se les quita el gráfico, porque aquí no hay legislación al respecto.

En el seminario participará el biólogo Martín Fernández, que en febrero culminó una tesis en que analizó la presencia de maíz transgénico en 20 marcas de harina de maíz que se comercializan en Uruguay. Las muestras fueron proporcionadas en 2007 por la división de Bromatología de la Intendencia de Montevideo y se estudiaron en el laboratorio de trazabilidad molecular de Facultad de Ciencias; con dos de las muestras tuvieron problemas técnicos, por lo que el universo se restringió a 18, pero lo llamativo fue que las 18 dieron positivas, detectándose las trazas de dos eventos transgénicos: Bt11 y MON 810.

Rosano sostuvo que los jugos en caja contienen soja y que ésta es transgénica, porque en Uruguay y en Argentina no se comercializa la tradicional. Dijo que lo mismo ocurre con el aceite de soja, con la polenta y con otros derivados del maíz, como edulcorantes y almidón. Planteó que en estos 15 años en que se plantan soja y maíz transgénico en Uruguay es necesario contar con el etiquetado porque, entre otras cosas, es difícil hacer el seguimiento médico de lo que puede provocar el consumo. La entrevistada remarcó la desinformación existente, dijo que hay quienes comen polenta porque piensan que es más sano o un jugo en caja porque es alimento o que los vegetarianos consumen milanesas de soja, pero que, en realidad, desconocen su origen. Por otra parte, aseguró que la soja que se comercializa en Uruguay se exporta a Europa y China para consumo de animales y no para consumo humano directo.

La legislación actual no impide que quienes elaboran alimentos a partir de productos orgánicos lo indiquen en el etiquetado, pero el problema es que deben afrontar el costo de estudios que lo comprueben y, difícilmente, el gasto sea compensado por las ventas en el mercado nacional. Por eso a lo que aspira el movimiento es a que el etiquetado sea obligatorio para quienes usan insumos transgénicos.

Slow Food intenta impedir la desaparición de tradiciones gastronómicas locales. Rosano remarcó que 80% del maíz que se cultiva en Uruguay es transgénico, y que eso implica la pérdida de soberanía alimentaria, porque la semilla de ese origen se compra y no puede reproducirse y se está corriendo el riesgo de que desaparezcan variedades locales.

En el seminario de hoy participará también Narciso Aguilera, biólogo cubano que disertará sobre el detenimiento de la expansión del maíz transgénico en su país; Pablo Galeano, agrónomo uruguayo que hizo un estudio de cultivos de maíz transgénico y contaminación con tradicionales, y Susana Cardozo, representante de la Asociación de Consumidores.