A pocos días de partir a Canadá, actual lugar de residencia, la docente e investigadora uruguaya Carolina Chamorro Viña conversó con la diaria. Es licenciada en Educación Física por el Instituto Superior de Educación Física de Uruguay; hizo un doctorado en España en Biomedicina en Ciencias de la Salud, en la Universidad Europea de Madrid; y en la actualidad está realizando, patrocinada por el Canadian Institute of Health Research, un posdoctorado en la Facultad de Kinesiología de la Universidad de Calgary, Canadá. Desde 2004 participa en distintas investigaciones que vinculan la práctica de ejercicio físico con mejoras en la calidad y en la condición física de pacientes pediátricos con cáncer.

-Su actividad como investigadora comenzó en España.

-Sí, justo cuando llegué iba a arrancar un proyecto de terapia del ejercicio físico para pacientes con cáncer, y después en mi tesis me especialicé en los efectos beneficiosos del ejercicio físico en los niños con trasplante de médula ósea, que es un tratamiento para ciertos tipos de cáncer.

-¿Qué fue lo que motivó el estudio?

-Lo que nos motivó a empezar a indagar en el desarrollo de ejercicio físico en niños con cáncer fue que hay mucho trabajo hecho en adultos pero en niños era escaso. Lo que sí se ha visto es que hace 30, 40 años un niño diagnosticado con cáncer tenía muy pocas probabilidades de supervivencia y actualmente 80% de los niños diagnosticados van a sobrevivir a largo plazo. A raíz de que más de dos tercios de los sobrevivientes van a experimentar un efecto secundario crónico provocado por la terapia, surgió la necesidad de indagar en terapias ayudantes que pudieran mejorar los efectos.

-¿Cuáles son los efectos secundarios?

-Lo que se empezó a ver fue algo a lo que antes no se le daba interés: que a raíz de la terapia contra el cáncer estos niños desarrollan muchos efectos secundarios que lo que hacen es disminuir su calidad de vida. La terapia al ser tan fuerte lo que provoca muchas veces son problemas en el crecimiento, en la capacidad pulmonar, en el desarrollo cardíaco, atrofia muscular y, sobre todo, fatiga; ;esta se produce en el 70% de los pacientes con cáncer.

-¿Qué pudieron apreciar en la investigación?

-Que los mayores índices de fatiga se producen en los primeros años de terapia, pero se ha visto gente que lleva cinco o seis años tras finalizar la terapia que aún continúa con fatiga. Además, se habla de que el niño entra en un círculo vicioso: “Estoy cansado, no me muevo, tengo mayor desacondicionamiento físico y me siento más cansado”. Es un círculo vicioso que va empeorando. Muchas veces la fatiga inicial que se da por la terapia y a lo largo de la supervivencia sigue manteniéndose pero por un efecto de sedentarismo. Eso nos motivó a decir: “¿Qué pasa si aplicamos la terapia de ejercicio físico?”.

-Pero no es común hacer ejercicio cuando se está mal de salud...

-No. Hay toda una cultura de que la persona enferma se tiene que quedar quieta, no se tiene que mover, que no la toquen, no la agarren, hay que dejarla quietita, que se va a recuperar si está tranquila, y no hay realmente bases científicas que digan eso. Por el contrario, se ha visto que el ejercicio físico de intensidad moderada a baja lo que hace es mejorar la recuperación de muchos de los factores, por ejemplo, la capacidad vital, la condición física, la calidad de vida, el sistema inmunológico y disminuir la fatiga. Entonces, el ejercicio realmente podría ser una terapia que ayuda a los tratamientos principales.

-¿O sea que rompe con el mito?

-Sí, y se ve fácilmente al preguntarse “¿qué provocan el cáncer y el tratamiento?”. Desacondicionamiento físico, problemas pulmonares, problemas respiratorios, atrofia muscular, cansancio extremo. “¿Qué provoca el ejercicio a largo plazo?”. Todo lo contrario. Entonces, ¿por qué no aplicar ejercicio físico en estos niños?

-¿Qué características debe tener el ejercicio?

-Es un ejercicio que debe estar muy individualizado, cada día es diferente porque depende cómo se sienta el niño; no es como ir a una clase de recreación o educación física común, hay un montón de variables y de complicaciones que presenta la enfermedad. Por ejemplo, muchos tienen el sistema inmunológico disminuido, lo que incrementa los riesgos de adquirir infecciones; estos niños no pueden realizar natación porque se hace en un medio que incrementa muchísimo el riesgo de infección, ni pueden hacer ejercicio de alta intensidad porque se ha visto que incrementa los riesgos de padecer infecciones. También tienen problemas de coagulación, entonces si realizan deportes, no puede haber choques o caídas porque están en alto riesgo de que se produzca una hemorragia. Lo que pueden hacer es un deporte individualizado, de baja intensidad y global que trabaje tanto la fuerza como la capacidad cardiorrespiratoria.

-¿Qué tipo de ejercicio pueden hacer?

-Pueden caminar, pueden llegar a correr pero va de acuerdo con la condición física que tenga el niño, andar en bici, jugar a la pelota con una de espuma que no provoque golpes fuertes. Siempre debe ser en un ámbito controlado, evitando riesgos de caídas, de choques. Básicamente, es un ejercicio aeróbico que no le provoque fatiga.

-¿Pueden hacer actividad en grupo?

-Sí, pero depende de la etapa de la enfermedad. De hecho, nosotros empezamos con niños que estaban en etapa de mantenimiento, que terminaron la fase aguda de tratamiento, y en teoría están curados de cáncer pero tienen que seguir con quimioterapia durante dos años más para evitar un riesgo de recaída. A esos niños los entrenábamos en grupo. Jugaban a la pelota como niños normales y la idea era intentar lograr un nivel de condición física que luego les permitiera insertarse en la vida cotidiana y en actividades normales para niños de su edad. Pero si nos remitimos a etapas más tempranas del tratamiento, por ejemplo, con un niño que está internado para recibir un trasplante de médula osea, el ejercicio se desarrolla dentro de las habitaciones de hospitalización, en un tratamiento individual, y cada vez que entramos un material para trabajar con el niño lo tenemos que desinfectar antes. Nosotros trabajamos con mascarillas y guantes para evitar riesgo de infección. Porque esos niños sí tienen un riesgo extremo de contraer infección porque tienen un sistema inmunológico casi en cero.

-¿Qué resultados concretos arrojó la investigación?

-Al comparar la condición física de los niños sanos con los niños enfermos en etapa de mantenimiento, los niños con cáncer tenían una condición física mucho más pobre que los niños sanos. Entonces a partir de eso dijimos “vamos a ver si aplicando una terapia de 16 semanas de entrenamiento estos niños logran incrementar su capacidad aeróbica y su fuerza muscular”, y vimos que sí, efectivamente, aplicando una terapia de ejercicio físico estos niños podían aumentar la capacidad aeróbica y la fuerza muscular. No llegan a igualar en 16 semanas a los niños sanos pero la aumentan considerablemente. Lo más importante es que ellos disfrutaban los logros. Una vez le preguntaron a un niño de siete años qué era lo que más le gustaba de ir al gimnasio y respondió: “Lo que más me gusta es que ahora puedo jugar con mi hermanita sin cansarme”.

-Pero también debe haber momentos malos...

-En la primera investigación no hubo muchos momentos negativos porque trabajábamos con niños en fases más estables y los médicos tuvieron la precaución de derivarnos los pacientes más estables. Pero la segunda intervención, que fue dentro del hospital con los niños que iban a recibir un trasplante de médula osea, sí hubo momentos malos; muchos niños se morían o no podían continuar con la terapia porque no funcionaba. Eso fue muy duro, sobre todo para nosotros como profesores de educación física porque no estamos preparados para ver eso. Ahora ya llevo ocho años haciendo más o menos lo mismo y aprendí a mirarlo de otra manera; aprendí que mientras dure su vida va a estar mejor haciendo ejercicio físico, y eso te motiva a seguir entrenando.

-Actualmente investiga en Canadá, ¿qué tipo de estudio lleva adelante?

-Ahora tengo una visión totalmente diferente. Intentamos trasladar lo que hicimos en España pero trabajamos con otra población. En España trabajamos con niños con trasplante alogénico, que es un tipo de trasplante en el que básicamente una persona recibe un trasplante de una persona extraña. En Canadá vamos a ver qué efecto tiene el ejercicio en pacientes con trasplante autólogo, que es un autotrasplante. Para poder generalizar que el ejercicio físico es bueno para los pacientes con trasplante tenemos que intentar juntar la mayor cantidad posible de poblaciones y diversidades. Cada cáncer tiene su complicación, si nosotros como grupo de investigación queremos decir que el ejercicio físico es bueno para el trasplante, tenemos que lograr trabajar con los dos principales tipos que hay.