El vestido de mamá, de Dani Umpi (textos) y Rodrigo Moraes (ilustraciones). Criatura Editora, Montevideo, 2011. 46 páginas.

En su última columna para la revista Freeway, Dani Umpi cuestiona el mensaje que trasmiten la película Pitufos 3D y la serie Los Simpson. Para él, ambas producciones “bajan línea” de manera alevosa a favor de la superioridad masculina y del modelo de familia patriarcal, respectivamente. Por lo menos en una cosa tiene razón el artista visual, cantante, compositor de musicales, escritor y periodista: es difícil no ver “bajada de línea” en productos orientados al público infantil. Su último libro, El vestido de mamá, está dirigido a niños.

Algunos libros infantiles “bajan línea” explícitamente: hay todo un subgénero de “no ficción” con fines declaradamente prácticos, como preparar al lector para el desafío de dejar de usar pañales o de ir al jardín de infantes. La ficción pura, en cambio, -y esto también lo detecta Umpi- suele ser más poderosa: en ella hay siempre por lo menos dos niveles y en el juego entre uno y otro se pueden colar mensajes clandestinos. A veces estos mensajes tienen un móvil expreso; a veces, responden a predeterminaciones sociales o biográficas. Por seguir en la literatura infantil, el excelente ilustrador (y previsible guionista) Anthony Browne perdió a su padre muy joven y casi todos sus álbumes trasmiten el desprecio a la figura paterna. Sin mucho esfuerzo, se puede asociar a El vestido de mamá con otras facetas de la figura y la producción de Umpi.

Al protagonista, un niño, le gusta un vestido de fiesta de su madre y decide ponérselo. Luego va a jugar con otros niños, que lo ridiculizan, y cuando regresa sus padres se enojan. En ambos momentos, el chico sufre: “Ese vestido me trae demasiados problemas, pensé. Mis padres. Mis amigos. Todos se transformaban al verme con él. ¿Por qué algo tan hermoso les parecía tan feo?”. El estilo de la cita es Umpi puro -la primera persona extrema (los que se “transforman” son los otros), la frase corta, sin riesgos, el tono cursi- y podría ser perfectamente parte de la novela Miss Tacuarembó, en la que la protagonista -una preadolescente- también tiene complicaciones por un vestido de fiesta. La anécdota, además, conecta con algunas entrevistas en las que Umpi, hablando de su opción gay, contó que cuando niño llevaba zapatos con tacones a la canchita de fútbol.

Pero, a diferencia de Miss Tacuarembó o Sólo te quiero como amigo, acá Umpi parece situarse en un mundo pos-sexuado, pos-genérico. Palabras como “varón”, “mujer”, “nene”, “nena” están ausentes en las páginas de El vestido de mamá. También está atenuada la noción de juego que implica -en el mundo de la no-ficción- la exploración de distintas convenciones comportamentales. Hacia el principio del relato el protagonista dice “Tal vez me aburra el vestido de mamá. Aún no lo sé”, pero en la conclusión aparece con el atuendo ya cortado a su medida, según el dibujo, y dispuesto a usarlo por lo menos un buen tiempo.

Podría pensarse que aquellos niños que están en una etapa exploratoria serán confortados por la resolución del cuento. Este público, sin embargo, no suele leer metáforas y muy probablemente pierda el potencial identificatorio que tiene la historia para todo aquel (niñas incluidas) que se sienta, por el motivo que sea, fuera de lugar; posiblemente, sólo los que atraviesen circunstancias muy parecidas a la del personaje de Umpi puedan aprovechar sus palabras de aliento. A los niños que estén en otra frecuencia, en cambio, tal vez el cuento les parezca una historia ajena, extravagante, o -y acá el potencial subversivo de la ficción- una sugerencia novedosa.

Para los adultos -obligados destinatarios colaterales de todo texto para niños muy chicos- la “bajada de línea” es más clara. La primera reacción de los padres del protagonista es el enojo, pero un par de páginas después le aclaran al pequeño que su cólera se debió a que el vestido “sólo se usa en momentos especiales”: nada de complicaciones.