El próximo 1º de año el euro cumple su primera década en las economías más comprometidas con el desarrollo de la Unión Europea (UE). Durante los dos años previos a su vigencia en todos los niveles de la economía real de ese núcleo originario de la denominada eurozona, la divisa comunitaria había pasado su primera prueba como patrón de intercambio comercial e interbancario. Hoy se duda de su futuro.

La unión monetaria se ha revelado como un proyecto vulnerable en circunstancias críticas como la actual crisis de deuda soberana. El proyecto comunitario no trascendió, hasta ahora, la centralidad del aspecto monetario en materia de macroeconomía, lo que ya implica definiciones relevantes sobre el modelo de desarrollo y las variables que jerarquiza. La urgencia impele a muchos de sus mentores y dirigentes a intentar subsanar de apuro algunas de las falencias más básicas del esquema de integración económica, como la unidad fiscal, sin la cual, en rigor, el espacio comunitario permanece fundamentalmente abierto como zona de libre comercio.

Las limitaciones de una integración concebida en términos políticos más que económicos se evidencian ante los simultáneos ausencia de un enemigo externo común capaz de amenazar su unidad y derrumbe de la organización financiera que la sustenta. La UE y su derivación de la eurozona nacieron como iniciativa política integral de largo plazo de los países líderes de la región a la inestabilidad activada en la periferia europea por la implosión de la Unión Soviética y la desaparición del espacio comunitario articulado alrededor de este Estado. Su gestación representó al mismo tiempo una respuesta al desafío de concertación política no resuelto por la región durante los años de conflicto con el bloque del campo llamado "socialismo real". Pero el euro, primer subproducto concreto de la proyección histórica de la UE, apenas puja por sobrevivir en su décimo aniversario, devaluado y sospechoso de insolvente, mientras arrastra al conjunto del proceso político regional hacia la pendiente de la fiscalidad.

Dulces 10

En enero de 2002, las sociedades de Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Irlanda, Luxemburgo, Portugal y Países Bajos (Holanda) comenzaban a utilizar los billetes y monedas de la nueva divisa, introducida el 1º de enero de 1999 para procesar las transacciones bancarias, comerciales y bursátiles a una cotización de 1,1667 dólares. La zona monetaria común se amplió luego a Eslovenia (2007), Chipre y Malta (2008), Eslovaquia (2009) y Estonia (2011). "El euro es un proyecto irreversible", aseguraba el año pasado el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, según recordaba ayer la agencia española de noticias EFE.

La ciudadanía alemana rechazó desde el vamos al euro en virtud de su apego al Deutsche Mark (marco alemán), introducido en 1948 en sustitución del anterior Reichsmark. El marco simbolizó la estabilidad y pujanza de la economía de la entonces República Federal de Alemania, pero desde 2002 la inflación media anual del país pasó de 2,6% a 1,6%, despejando definitivamente los temores de quienes auguraban a la economía germana una espiral inflacionaria por causa de la adopción del sistema euro. La moneda común beneficia especialmente a Alemania por varias razones vinculadas a su diseño y a la relación entre los Estados establecida por el Tratado de fundación de la UE. Las exportaciones son otro aspecto que refleja esa situación. El euro se cambia actualmente a aproximadamente 1,30 dólares y, hasta ahora, su valor máximo ha sido de 1,6038 dólares (a mediados de julio de 2008), mientras que el mínimo marcó 0,8252 dólares, a fines de octubre de 2000. Esta relación cambiaria hace de Alemania, un Estado con economía basada en sus ventas externas, el principal usufructuario del esquema vigente.

Virtual y real

Hasta el presente, la crisis regional de deuda soberana, precipitada por las inyecciones de liquidez aplicadas por los Estados para contener el derrumbe producido en 2008-2009 por la crisis originada en Estados Unidos, ya obligó a rescatar a Grecia, Irlanda y Portugal, y a introducir ajustes fiscales de creciente dureza en España e Italia. El pasivo de muchos países del euro es valuado en los mercados como una inversión de riesgo -el de Grecia tiene calificación de “especulación”- y las nuevas emisiones apenas encuentran compradores fuera del área. Así, con el Fondo Europeo de Estabilización Financiera sólo “se ha dado metadona” a los países del área, dijo el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann.

Con el gobierno de Berlín presionando con fuerza para que sus pares cumplan a cabalidad los criterios de déficit y endeudamiento establecidos, la reciente cumbre de líderes regionales -sin el gobierno de Reino Unido- parece haber iniciado el dilatado camino hacia la unión fiscal con Francia. La dinámica de los últimos meses sigue marcada por el registro negativo de indicadores, inyecciones de liquidez a los bancos y declaraciones de intención optimista que no siempre suenan verosímiles.

En entrevista publicada ayer por el periódico germano Bild am Sonntag, el ministro de Finanzas, Wolfgang Schaeuble, declaró su compromiso de “presionar por la implementación” de un impuesto a las transacciones financieras en la UE durante 2012, opción que Gran Bretaña rechaza alegando probables perjuicios a Londres en su condición de centro financiero de gran porte. Pero dijo también que la crisis de deuda no desatará un colapso de los mercados financieros en 2012. “En la UE acordamos estudiar las posibilidades de un impuesto a las transacciones financieras en los primeros meses del nuevo año. [...] Si los obstáculos son demasiado altos, entonces Alemania y Francia presionarán por el lanzamiento del impuesto sólo en la zona euro”, agregó.

El tributo recaudaría unos 57.000 millones de euros anuales y, previsiblemente, los bancos calificaron la idea de “disparate”, mientras que Londres sólo apoyará un tributo a nivel global. Según el plan regional, las operaciones con acciones y bonos pagarían una tasa de 0,1%, y las de derivados un interés de 0,01%. Se aplicarían a todas las transacciones con instrumentos financieros entre firmas financieras cuando al menos una de ellas radique en el bloque. “No quiero esperar hasta que un impuesto semejante sea lanzado en todo el mundo. De otra forma arriesgaría no sólo la estabilidad de nuestros mercados financieros [...] sino que a los ojos del público pondríamos en peligro la legitimidad de todo el sistema”, enfatizó Schaeuble citado por la agencia británica de noticias Reuters. Tal gravamen “quizá no pueda detener los absurdos desarrollos en los mercados financieros, pero al menos los frenaría un poco”, evaluó el jerarca, declarando su aspiración de que desacelere las transacciones financieras y torne no rentables algunos negocios especulativos. “Los mercados están demasiado preocupados con ellos mismos estos días en vez de apoyar a la economía real”, se quejó. “Debemos desacelerar el ritmo de las transacciones”, aseveró.