De pronto estoy mirando las carpas nadar en el estanque, esa extraña condición anfibia que tienen, siempre medio cuerpo afuera como un submarino, abriendo esos labios de embudo sobre la tensión superficial. Al verlas así navegando pienso que los chinos deben haber escrito mucho sobre esto e incluso llegado a la iluminación mirando nadar a las carpas destellando colores. Pienso incluso en un monje interpretando el nado según tengan manchas negras o blancas o rosadas o naranjas, como un oráculo de color y movimiento, como una alucinación. Pero a mí me hacen pensar en la constancia del nado a medida que crea variaciones así como en la constancia de la escritura a medida que creo variaciones, como si no hubiera estilo, como la sola continuación de la naturaleza en las formas en que nos son dadas en custodia, como un mecanismo infalible por su misma indiferencia hacia sí mismo, la carpa que nada y yo sentado abajo de un árbol antiguo en el centro del patio en forma de U de la Facultad de Arquitectura.

Una carpa negra con algunas manchas anaranjadas se detiene y gira con algo de violencia salpicando como decepcionada del palito que flota y al salpicar deja unos círculos que, en su expansión, se superponen a los lotos rosados flotando entre las hojas redondas y planas como perfiles de manzanas. El ruido del agua me hace reparar brevemente en otro ruido, que es el murmullo que surge de toda esta extraña acústica del patio en U, la excitación lejana de los grupos que superponen el período de examen sobre las anécdotas de alguna resaca en alguna playa de enero cuya evocación se esfuma cuando aparece, desde el costado del estanque, la cabeza de una tortuga avanzando como un periscopio.

Tienen tanto de ídolo las tortugas. No sé por qué los chinos no las incluyeron en el top twelve de su horóscopo. A lo mejor les habría dado, a los nacidos en su año, la bendición y el castigo de la longevidad porque veo, a la sombra de su edad y su silencio, a toda esta gente con la edad de un protozoario y con una tranquilidad sobrenatural al recostarse en los escalones en U que van dando forma al estanque como círculos concéntricos. Me parece sobrenatural porque todo el murmullo de voces y de risas en capas que se funde contra el silencio de fondo no sale de los grupos que estoy viendo sino de aquellos que no alcanzo a ver en las galerías de arriba o detrás de los arbustos oscuros, como si la visión y el sonido formaran una unidad que sólo puedo abarcar en el espacio de mi mente. Entonces pienso que “unidad” empieza con U. Luego pienso que la U es la única vocal muda si es precedida por una Q y luego pienso en la palabra “arQUitectura”: no estoy muy iluminado.

Un grupo sale de un examen y avanza desde la enramada, delante de los salones sobre Cassinoni, y entonces va naciendo otro murmullo, entre lerdo y nervioso, y al pasarme al lado escucho que hablan sobre lo que no pudieron responder en las preguntas mientras las carpas se agrupan súbitamente y de pronto una se aleja y empieza a girar en círculos lentos como si tuviera algo que ver con lo que pasa afuera del agua, como un relato que sólo veo yo, que invento. Y una flaca alta de lentes negros y cuadrados aparece de algún lado y llega y se sienta en un banco, deja el bolso y descansa las manos en la piernas. De perfil, veo que tiene el pelo recogido con dos lapiceras que le atraviesan el moño.

Miro alrededor y veo de nuevo las paredes altas con las galerías y las sombras de los árboles a esa hora de la tarde y al relucir algunas hojas en arrebatos inesperados reparo en que, en todo el pasto, no hay un solo vidrio de botella ni un solo sorete de perro, porque el lugar es público pero no es una plaza y tiene un vigilante a la entrada. Entonces imagino una utopía, establezco una analogía y sospecho que ambas se vinculan entre sí, pero no sé bien cómo y no intento ir más allá.

La utopía es la siguiente: que todos los edificios públicos tuvieran un patio central con parque y estanque, que siempre estaría limpio porque sería obvio quién no limpia. Y los edificios privados también, y con acceso público obligatorio.

La analogía es la siguiente: este patio en U es como un cerebro que piensa muchas cosas al mismo tiempo, unas son advertidas y otras no. Las advertidas se hacen oír en el chasquido de una carpa o en la puteada de alguien que confirma que efectivamente contesó mal una pregunta del examen. Las inadvertidas serían la tortuga religiosa que avanza sin sonido sobre el agua o la flaca de lentes negros sentada con las manos en las piernas mirando sin mirar nada, sin pensar en nada ni en nadie.