El resultado final del partido es sin dudas exagerado teniendo en cuenta las exposiciones de ambos equipos en la noche de ayer en el Centenario, aunque no puede quedar en discusión la justicia de la victoria del equipo de Villa Dolores, que planteó muy bien el partido y tuvo el don de la contundencia en el arco ajeno. Peñarol -ataviado con una peculiar casaca amarilla nacarada que ya había lucido en algún encuentro en 2010- salió a jugar con el esquema clásico de Diego Aguirre: cuatro atrás, dos volantes fogoneros, el paraguayo Torres y el inocuo Aguiar, dos más abiertos, a la sazón Corujo por derecha y en la izquierda Martinuccio (el más incisivo en ofensiva de todos los aurinegros), y dos delanteros netos que fueron Pacheco y el grandote Olivera. La historia no fue la que los miles de hinchas peñarolenses esperaban y en eso mucho tuvo que ver el juego de Miramar, que sin grandes nombres supo actuar sólidamente como equipo, cortó mucho el juego en la zona de creación rival, marcó muy bien, supo manejar la pelota y a ello le sumó un altísimo aprovechamiento en las acciones de ataque.
A Peñarol le molestó el planteamiento del rival, y la imposibilidad de juego por abajo terminó convirtiendo el centro a la olla en la única alternativa de ataque de los aurinegros, que además acusaron bajísimos rendimientos individuales. Apenas el argentino Martinuccio, que en algunas ocasiones pudo zafar de la marca y generar algo de peligro por la zurda, y Darío Rodríguez, que también por ese andarivel metió alguna subida, sobresalen en la mediocridad que ofreció anoche el actual campeón uruguayo.
Claro que en un momento las cosas pudieron ser diferentes. Estando 1-0 el partido, Peñarol con prácticamente nada de fútbol pero con empuje, pechera y centros generó algunas zozobras en la zona final de Miramar. La sensación de empate flotó en el Parque Batlle durante un buen rato del segundo tiempo -hubo incluso dos pelotas que pegaron en el palo del arco de Noguera, una de Martinuccio y un cabezazo de Estoyanoff- pero casi a 10 minutos del final llegó el segundo gol de Miramar, una preciosa definición de ese buen delantero que es Andrés Rodríguez. Cuando aún este golpe estaba siendo digerido por los carboneros llegó el golazo de Diego Fernández, experimentado lateral zurdo que tras pasar por los dos grandes, entre otros, recaló en Miramar y en su primer partido hizo el que me arriesgo a decir que fue el mejor tanto de su carrera, ese que seguramente recordará siempre y contará mil veces.
Con el partido ya sentenciado, Peñarol siguió haciendo algunos ensayos ofensivos, todos con la desprolijidad y la falta de coherencia que mostró el conjunto de Aguirre durante buena parte del juego. Para Miramar, el Clausura arrancó con una gran alegría, esa que es casi un milagro que se dé en el final de la temporada, cuando haya que pasar raya y ver quiénes tendrán que bajarse del tren de la A.