Desde 1993 funciona la biblioteca en el CCZ 2, en Eduardo Víctor Haedo y Martín C Martínez. La particularidad de la iniciativa es que contó con el impulso y sigue contando con la participación de mujeres voluntarias. Todo allí funciona gracias al entusiasmo de las trabajadoras ya jubiladas y al apoyo de comerciantes y vecinos de la zona, que además de donar libros frecuentemente, siempre han apoyado el proyecto. Esto quedó demostrado en una edición del Presupuesto Participativo que lleva adelante la Intendencia de Montevideo (IM), instancia en la que consiguieron reamueblar el lugar con sillas, escritorios y un armario nuevo.

Cuando la diaria recorrió la biblioteca, Marta, Gladys, Chola y Marta Méndez se encargaron de mostrar con orgullo todo el mobiliario adquirido gracias a los vecinos. También se lucieron con las estanterías repletas de libros y aseguraron que lo más leído es la literatura uruguaya, latinoamericana, los textos infantiles y libros policiales. “Que se lea literatura uruguaya y que se lean cuentos infantiles me parece fundamental”, resumió Gladys. No obstante, reconocieron que están un poco atrasadas con la actualización de los textos, lo que fomenta un público lector de adultos y veteranos. “Cuando los muchachos vienen y no encuentran lo que quieren casi siempre se van, otras veces se llevan lo que hay”, contaron resignadas.

En la actualidad el número de usuarios activos ronda las 80 personas. El registro de los préstamos y los datos de los lectores lo llevan en un cuaderno escrito a mano, pero lentamente han comenzado a ingresar la información en una computadora nueva. Durante una prolongada charla contaron que hace unos dos años ocupan ese predio, pero aseguraron que están de paso; la iniciativa de la biblioteca surgió en otra ala del CCZ y ahora se dirige a la plaza Liber Seregni. “Aprovechamos todo este tiempo para dedicarle muchísimo tiempo a la organización interna de la biblioteca, que tenía un orden bastante caótico. Vivía mucho para el afuera, pero para adentro era un gran caos”, dijo Gladys. Además prepararon los textos para que no se desordenen ni se pierdan en la mudanza, por lo que se ven libros atados en las estanterías más escondidas.

Explicaron que pocos años atrás, cuando el gobierno departamental comenzó a proyectar el parque Liber Seregni, el Concejo Vecinal de la zona incentivó la ampliación de la biblioteca y su traslado a la Casa del Vecino en la cuadra del parque, con el fin de que el proyecto continuara creciendo y se trasformara en una mediateca, con espacio para armar puzzles, dibujar, escribir y más.

En ese momento se les prometió la consolidación de una biblioteca con unos 125 m2, lo que les permitiría convertirse en una mediateca. De esta manera dispondrían de un área mayor de la que cuentan ahora, que ronda los 90 m2.

El mes pasado, se enteraron de manera informal de que la biblioteca tendrá menos metros de los prometidos. El espacio asignado en la Casa del Vecino, que estará en obra hasta fin de mes, ronda los 55 m2.

“En febrero convocamos al alcalde y los vecinos para que éstos supieran del traslado y para informarlos de que íbamos a tener una carencia en el nuevo local, que era la falta de rejas. Después la dificultad no fue la falta de rejas sino la falta de espacio. No nos caben ni los libros, ni la mesa grande, ni nosotras mismas, ni los lectores”, exclamó con humor Gladys. Marta, quien se autodescribió como la más organizada del grupo al frente de la biblioteca, dijo que elaboró “un proyectito” imaginando cómo será la nueva distribución.

“Vimos que entramos, pero tan justos que es una pena porque no hay lugar para recibir a los lectores, no hay lugar tampoco para hacer actividades de ningún tipo, ni rincón infantil, apenas entran los escritorios pegados y nosotras. En 55 m2 no podemos hacer ningún milagro”, puntualizó.

Por su parte, Luis Piedra Cueva, concejal vecinal, quien estuvo presente en la visita de la diaria a la biblioteca, destacó en primer lugar la labor voluntaria que las mujeres realizan: “El gobierno está hablando de un programa de voluntariado y están atacando un claro ejemplo de trabajo voluntario que funciona hace 19 años”. En su opinión, el gobierno departamental está incumpliendo con lo prometido a los vecinos.

Asimismo, Piedra Cueva recordó que la biblioteca es un espacio de participación e integración, y vaticinó que el proyecto tiene continuidad a futuro, porque sus integrantes se han ido renovando naturalmente y porque hay comerciantes de la zona que ya saben que el día que se retiren se unirán a la propuesta.

Espacio para la terapia

La biblioteca popular funciona como un espacio para recargar energías además de ser un ámbito donde las personas pueden conseguir un buen compañero de viaje, como lo es un libro.

Contaron que muchas veces llegan hasta ahí lectores tristes o amargados y ellas intentan mejorar su ánimo recomendándoles un gran libro y escuchando algunas de sus penas. Tanto Marta Méndez como Gladys tienen vocación de atención al público porque trabajaron gran parte de su vida como vendedoras. Por este motivo están abocadas a la atención personalizad y suelen indagar hasta descubrir cuál es el texto ideal para que lea la persona. Identificar el perfil para sugerir una buena lectura es la parte que más les entusiasma.

Si bien cumplen horario (lunes y miércoles de 14.00 a 17.00 y martes y viernes de 9.00 a 12.00), ninguna de las voluntarias considera la actividad en la biblioteca como un trabajo. “Yo lo siento como una tarea realmente importante, un servicio a la comunidad que es muy gratificante porque sirve a los lectores, sean niños, viejitos, personas que están deprimidas, personas que enviudaron o como sea, entonces poder asesorarlos sobre qué les conviene leer, qué se pueden llevar, es un placer”, compartió Gladys.

También reconoció que sirve como espacio de terapia para ellas, puesto que se cuentan sus “cuitas” y conversan largo y tendido.

Marta destacó que conforman un gran equipo porque cada una tiene una función diferente y especificó cuál era la suya: “A mí me gusta organizar. Me encantan los libros, adoro ordenarlos. No es que sea bibliotecóloga porque nunca estudié, pero me encanta ordenarlos; me gusta que uno sepa dónde están las cosas porque si viene alguien y te pide un libro y resulta que no tenés idea de dónde está, no me sirve eso, porque no se confía en la memoria, tenemos que saber el lugar exacto donde está ese libro”.

Libros con patas

Muchas veces el trabajo no termina en la biblioteca, las voluntarias se llevan tareas a sus hogares. Al no contar con teléfono, el seguimiento de los usuarios que desaparecen con libros lo hacen desde sus casas. Marta Méndez contó que una vez realizó un rastreo telefónico y personalizado de un libro prestado. Con gran decisión fue tras los pasos del lector y cuando llegó a la pieza que éste alquilaba constató no sólo que las había robado a ellas sino también a la persona que le había alquilado la habitación.

Otra anécdota que recordaron fue la de un pastor evangélico y todos sus niñitos, que con frecuencia se llevaban libros prestados de la biblioteca. “Hasta que un buen día, sin decir nada, se fueron a Rivera y se llevaron todos los libros con ellos. Fue increíble”, comentaron con resignación y sentido del humor.

Más allá de las contadas anécdotas de lectores que optaron por romper las reglas de juego y no devolver el material prestado, son muchos los que donan libros y hacen crecer y perdurar la biblioteca popular. “Nosotras somos como las cucarachas: aunque las quieran matar no pueden: Nos roban libros, nos desplazan de un lado para otro, nos asignan un espacio y nos achican en él, y sea como sea, para una camioneta en la puerta y bajan libros, para un camión de mudanza y bajan libros”, concluyó Gladys al tiempo que dio la tranquilidad de que hay Morosoli para rato.