-En una entrevista que te hicieron en 1992 dijiste que en el futuro había dos cosas que te gustaría hacer: “Quedarme en el rock, ser productor, tener un estudio o algo así, o, si no, terminar en un paravalancha, ser uno de esos gordos con aguante, estar ahí y alentar a mi equipo y viajar a todos lados, y prenderme en escaramuzas y 1.000 quilombos por una bandera simplemente”. ¿Seguís pensando lo mismo?

-Lo de paravalancha lo veo distante porque hoy en día cambió mucho todo eso. En ese momento era más idealista, no significaba enfrentar a los colores de otro equipo sino representar a los del tuyo. Eso ahora cambió. Es como el sindicalismo ahora en Argentina: es negociado, hay gente pesada, mercenarios… No se puede meter a todos en la misma bolsa, pero lamentablemente pasa mucho eso. Es cómico: ese “aguante” que tanto promulgan las barrabravas hoy en día es todo lo contrario, porque no es gente que aguanta nada sino que se la pasa chillando porque no le gusta esto o aquello. El aguante está en apoyar a tu equipo, no en bardear como un nene todo el día, porque es así: si pierdo quemo el estadio. Eso ya no me representa. Y con respecto a agarrar para el lado de la música creo que sí va a pasar, incluso estoy involucrándome un poquito más en la producción. Antes estaba medio desencantado porque consideraba que escuchar tantas veces la misma canción me hacía perder el hilo de la creatividad del momento, pero ahora la retomé y encontré la forma de hacerla lo más fresco posible, de que no sea una cosa de laboratorio.

-En Attaque 77 y ahora en Jauría siempre se notó que le prestaste mucha atención a la realidad que te rodea y que te dedicaste, por ejemplo, a ahondar en los problemas de la clase trabajadora. Hay quienes dicen que cuando el arte se contamina mucho de la realidad deja de ser arte. ¿Qué opinión tenés al respecto?

-Opino igual. Bueno, en realidad, no tan igual, pero creo que es mejor que el arte esté despojado de todo condicionamiento que atente contra el libre albedrío de la creatividad. En mi caso es algo natural porque parto de la música y en cuanto a la letra, no es que me siente a escribirla. Tengo una elaboración interna propia de cosas que pienso y que siento, que son deudas con la almohada, diálogo interno, inquietudes, cosas que quiero cambiar y que a veces siento que no están a mi alcance. Eso me ayuda, en ocasiones, a conciliar un poco el sueño, habiendo aportado mi granito de arena a cosas que a mí en lo particular me movilizan. Aprecio y admiro a los grupos que pueden volar mucho más allá de eso; yo escribo letras a partir de la introspección y entre mis inquietudes hay cosas que me han tocado de cerca y las plasmo en la letra. Por eso a veces he hablado de las fábricas recuperadas, del “Cordobazo”, que son cosas que me han pegado en lo personal, directamente.

-En un lapso corto de tiempo falleció tu madre y nació tu hijo. ¿Cómo han impactado esos hechos en tu desarrollo personal y creativo?

-Creo que es casi imposible que el entorno no te afecte: uno se adapta a su entorno y no adapta su entorno a uno. Yo me he adaptado a todo lo que me ha tocado vivir y, obviamente, esas cosas me han afectado. En el caso creativo dejó sus estelas la muerte de mi vieja más que nada, incluso no pude ir a un show en 2007 en Uruguay porque mi vieja estaba literalmente muriendo y yo la estaba acompañando en sus últimos momentos. La verdad es que la situación me paralizaba mucho en ese aspecto e incluso me puso de frente a mí, cara a cara con otra comprensión del tiempo y de la realidad, y me llevó a evaluar la vida desde otro lado. Concretamente, me preguntaba si era feliz, si estaba haciendo lo que realmente quería del modo que quería; eso precipitó mi alejamiento de Attaque. El nacimiento de mi hijo también me puso entre la espada y la pared en ese sentido, porque la muerte de mi vieja representaba el pasado y el nacimiento de mi hijo el futuro, entonces hice una evaluación de cómo iba yo a encarar la vida en adelante. Mi vieja se había muerto sabiendo que yo no estaba contento con mi situación en Attaque y eso me puso un tiempo límite en la decisión. Lógicamente, tuve un cimbronazo muy fuerte porque el hecho de haberme bajado de semejante proyecto me tocó a la hora de escribir. Eso lo estoy volcando ahora en Jauría.

-¿Qué opinás de que hayan condenado a los integrantes de Callejeros por la tragedia ocurrida en República de Cromañón?

-Por un lado, más allá de lo que sienta, siendo objetivo, cuando ocurre un incidente de cualquier tipo, siempre implica que parte de la culpa les toque a todos los implicados en el hecho. En este caso, Omar Chabán, Callejeros, el mánager, la Policía, los Bomberos, la municipalidad, la gente que asistió al lugar, el que prendió la bengala; a todos les toca un grado de responsabilidad. En esa escala de responsabilidades, la Justicia es la que dictamina la culpabilidad en cada caso, a quién le toca pagar o no. A mí me duele, obviamente. Como colega me gustaría que los tipos sigan tocando porque, además, también ellos lo vivieron en carne propia. Pero lamentablemente es así: son actores que intervinieron en el hecho y, lamentablemente, aunque no hubo intención -y no estoy con esto demonizándolos, porque la gente es muy susceptible a este tema-, a veces es así. Creo que desgraciadamente la posición que tuviste en ese momento te pone a vos como cómplice del asunto. Pero, te repito, me da pena porque sé que la música es su vida.

-Pasando al disco, se nota que Jauría es instintivo, pasional, directo, sin un mensaje demasiado complicado.

-Sí, es un disco que viene del corazón. Porque por la característica de la historia de todos los integrantes, de las cosas de las que veníamos haciendo lo sentimental está implícito y muy mezclado musicalmente, porque tiene la impronta de cada uno. Vos podés encontrar al tipo que hace 21 años venís escuchando cantar en Attaque, pero con una impronta que lo impulsa a interpretar y crear de otra manera.

-¿Cómo cambiaste a la hora de componer?

-Me estoy despojando de ciertas cosas que me tenían un poco apesadumbrado y atrofiado por haberme acostumbrado a hacer una música en la que no estaba encontrando nuevos incentivos que me pusieran de frente a lo inesperado, a la incertidumbre. Yo en Attaque sabía cómo tenía que componer y conocía muy bien al público que lo iba a escuchar. En cambio la incertidumbre te mueve de otra manera; esos desafíos son los que estoy enfrentando ahora en Jauría.

-¿Cómo se formó la banda?

-Yo ya tenía varias canciones y eso me propulsaba a buscar gente para armar una banda, y pensé en gente a la que admiraba. Uno de los últimos que venía escuchando desde hacía unos años era Cabezones y me gustaba mucho el sonido de Esteban, entonces le tiré onda y agarró viaje. Después a Mauro, que era un integrante de la banda de mi hermano, Romanticista Shaolin’s, lo convoqué porque era como tener, de algún modo, una parte de ellos, y aparte siempre tuve ganas de hacer algo con él. Además, tiene esa cuota de sangre joven que también está buena. Con Ray, de El Otro Yo, ya habíamos compartido muchas giras y me entusiasmaba porque es un tipo recontra creativo.

-Es inevitable que comparen a Jauría con Attaque. ¿Cómo te caen esas comparaciones?

-Está bueno, qué sé yo. No me hace mal si me comparan a mí como músico, cómo era antes y cómo soy ahora. Y, como vos decís, es inevitable. Es una cosa muy fuerte lo de Attaque tantos años. Yo soy como soy, aun si hubiera estado en Los Auténticos Decadentes o donde fuera, mi forma de decir las cosas tiene una impronta. “Serás lo que debas ser o no serás nada”, dijo [José de] San Martín. No me molesta si lo evalúan desde mi individualidad, pero no me gustaría que comparen a los grupos porque es evidente, nosotros estamos arrancando y Attaque es una banda recontra consolidada.