Richard es un joven que viene cumpliendo el último tramo de su condena penal en el Centro Nacional de Rehabilitación (CNR) del barrio Colón. De niño concurría a los tablados barriales y allí comenzó su fascinación por el carnaval y -más específicamente- por la murga. Es tal la intensidad con la cual vive la experiencia de haber ingresado, y de ser participante activo del taller de canto de murga, que junto con otros compañeros desea volcar lo aprendido creando un proyecto de similares características cuando retome su libertad. Expresa con un aire de timidez y la voz entrecortada que le gusta cantar y que nunca antes había tenido la oportunidad de incursionar en una experiencia artística de semejantes características. El momento más esperado por Richard y sus compañeros para salir a escena se presenta el día de la gala de premiación del Concurso de Agrupaciones Carnavalescas. Durante esa jornada y ante tal acontecimiento, las caras pintadas se desbordan de emoción al pisar las tablas del mítico Teatro de Verano Ramón Collazo.

Los lunes de tarde son especiales para Richard y sus compañeros. Para Eden Iturrioz, un murguero de ley, arreglador coral e integrante de varias murgas, últimamente en Asaltantes con Patente, también. Él trabaja impartiendo las clases del taller antes mencionado. Comenzó de manera solidaria en 2004 y tras percibir la buena aceptación de los reclusos a la propuesta, solicitó fondos al Ministerio de Educación y Cultura para profundizar su trabajo. Se confiesa como uno más, ya que vive en el mismo barrio donde se encuentra el complejo carcelario e incluso se ha reencontrado con varios vecinos que están allí alojados cumpliendo penas. La murga se compone de unas 25 personas, pero a la hora de realizar las ansiadas presentaciones suelen ser menos, ya que son los jueces penales los que tienen la potestad de dar el visto bueno para aprobar las salidas de los murgueros del CNR.

Un fenómeno interesante que se repite todos los años en el taller de Iturrioz es que un gran porcentaje de los presidiarios que recuperan la libertad vuelve a compartir ensayos con los que aún permanecen “encerrados”.

En el marco del coloquio “Cárceles, arte y cultura”, llevado a cabo el viernes 6 de mayo en la Torre Ejecutiva de Presidencia de la República y organizado por el Programa de Atención de Poblaciones Vulnerables, se dieron a conocer ésta y otras experiencias de trabajo en cárceles que se vienen desarrollando en nuestro país. La instancia fue propicia para el intercambio de vivencias entre talleristas, docentes, autoridades nacionales y reclusos.

El toque de alegría, color y emotividad lo puso la murga La Copadora, del CNR, que interpretó cuplés con letras originales en conjunción con otros clásicos del género. Seguidamente, un grupo de reclusos, que aguardó la llegada de su turno con sus manos esposadas y bajo una custodia personalizada por parte de integrantes de la guardia de choque de la Policía, sacó a relucir sus dotes de improvisación teatral con toques de humor irónico. La actuación se realizó sobre el escenario que se montó para la ocasión en la sala de conferencias del edificio.

Mensaje claro

Código de barras es una interesante propuesta de comunicación radial pensada, producida y conducida por presidiarios de La Tablada, y asistida por las docentes Mercedes Clara y Carla Lima. En el proyecto también participan jóvenes voluntarios vinculados al centro penitenciario, que editan y complementan las notas de los presidiarios con enfoques de especialistas y entrevistas realizadas en la calle. El taller de periodismo apunta a la calidad del producto final, ya que cada tanto es emitido los domingos de noche por la emisora CX 12 Oriental. Vale destacar que la emisora cede gentilmente el espacio sin cargo alguno para poder fomentar el proyecto.

Los temas tratados en el taller, tales como la rehabilitación y la reinserción en la sociedad, invitan a la reflexión por parte de los reclusos. “Se busca la proyección hacia el afuera”, señala Clara.

Asimismo, destaca que desde que comenzó a funcionar el taller las personas privadas de libertad encontraron un lugar donde expresarse mejor y comenzaron a escucharse a sí mismos. El ciclo de programas también presenta un segmento para expresiones artísticas como el canto o la narración de los propios residentes del penal.

No todos los docentes que participan en estas experiencias de intercambio cultural trabajan en las mismas condiciones. Desde hace un par de años, Fernando Hernández lleva a cabo talleres de improvisación teatral en el penal de Libertad, con reclusos más peligrosos. Explicó que en comparación con lo que sucede en el CNR, los grupos suelen ser muy inestables y los motivos por los cuales acuden a aprender esta disciplina artística son variados. Principalmente asisten para escapar de los trabajos de labrado de la tierra, otros se inscriben para matar el ocio, pero lo concreto es que son una minoría los que se sienten atraídos por el teatro. Ante tantas motivaciones dispares, el gran desafío es buscar una veta para poder engancharlos. Según Hernández, la experiencia es muy enriquecedora, ya que permite conocer un mundo al cual muy pocos acceden y conocen, y del que mucho se habla. “Este hecho te permite tener una perspectiva más clara de lo que realmente pasa allí adentro y también esbozar hipótesis de trabajo a fin de poder cambiar esa realidad”, sostuvo.

En lo que respecta al plano artístico, se logran resultados interesantes, ya que a través de esta disciplina el recluso canaliza energía contenida como consecuencia de largas horas de encierro. El objetivo de Hernández no es poner en escena una obra, sino más bien hacer énfasis en el proceso y llegar a la esencia de la persona, generando en todo momento instancias de comunicación.