Permacultura era considerada en sus orígenes, a mediados de los setenta en Australia, una abreviación de agricultura permanente, y más acá en el tiempo, de cultura permanente, y sería una adaptación de prácticas antiguas a nuestras realidades post industriales y modernas.

El concepto central sería el diseño entendido como la conexión armónica de elementos diferentes para producir alimentos en primer lugar, pero también para vivir, convivir e intercambiar de manera cómoda, donde no sobre ni falte nada. Se armoniza la generación y deshechos de alimentos, y el almacenamiento y circulación de la energía con el hábitat natural y humano. Se maximizan recursos: aire, agua, luz, frío, calor, espacio, etcétera y se minimiza el trabajo humano conociendo y siguiendo las pautas y los ciclos de la naturaleza.

Los diseños de permacultura pueden empezar y terminar en una maceta en la azotea o ampliarse a una comunidad urbana o agrícola. Si se construyen viviendas se observa el entorno para maximizar bienestar. Por ejemplo, la incidencia del sol y el aire regula el clima y la luz de la vivienda. Los deshechos no existen, todo sirve para otra cosa. Y los excedentes de las propias producciones se intercambian con los del vecino.

El modelo de un diseño de permacultura seguiría al de los ecosistemas biológicos, donde todos los componentes están acoplados en forma perfecta. En permacultura cada componente puede cumplir varias funciones y cada necesidad del sistema se satisface de varias maneras.

Sostenido

En el discurso público actual se manejan los términos sustentable y sostenible sin definirse de forma clara los alcances de cada uno. Los usan tanto grupos de gobierno como ambientalistas, que en muchos casos defienden acciones opuestas y ubican los límites de lo que es salud y daño ambiental.

En conjunto, las cosas que estarían para barajar y sostener serían, por un lado, las formas conocidas de producción (con su lógica de trabajo y consumo) y por otro, el medio ambiente, donde muchas veces hay personas que reclaman otras lógicas de organización y producción.

La permacultura no hace reclamos a las políticas globales porque se centraría en el diseño de alternativas al alcance de cualquiera, que empezarían por prácticas individuales y locales. Sin embargo, las primeras nociones de permacultura se gestan por la observación de crisis como la del petróleo, y más modernamente la del clima.

Guillermo, más bien ajeno a los usos públicos de lo sostenible o sustentable, califica a la permacultura como un “sistema sostenible”, aludiendo a lo circuital y a lo continuo de un ámbito donde todas las salidas siempre tienen una entrada en el mismo sistema y donde no existe el proceso lineal de producción-consumo-deshecho-agotamiento de recursos-escasez sino que el proceso es circular, sin deshechos y “con abundancia”.

“A la tierra no es bueno trabajarla demasiado”, dice Guillermo y explica que conociendo su naturaleza puede diseñarse un mecanismo de rendimiento óptimo, donde el hombre incida lo menos posible. El veneno no es necesario, las hierbas malas generan vida y la variedad de cultivos controla el sistema: unos son alimento para las plagas del contiguo. Además, se convierten las dificultades en oportunidades: donde hay viento iría un molino.

Si hay espacio se planta en espiral y se ubica en las capas superficiales los cultivos de clima seco, ubicando en las inferiores los de clima húmedo. Lo que crece primero protege a lo que crece después; se dice que cada cosa tiene su lugar y su tiempo.

A partir de la observación y siguiendo el diseño, se usa y regenera “la abundancia que está en la naturaleza”. Se maximizan espacio y energía en una cadena continua que permite vincular plantaciones, aprovechar sol y aire, utilizar un salón que es escuela para otras actividades o plantar en espacios reducidos.

Guillermo tiene en unas pocas macetas, lechuga, hierbabuena, zanahoria, morrón, tomate, cebolla, alfalfa, valeriana, durazno y ubulawu, una planta africana que sirve “para tener sueños más vividos y explorar el subconsciente”.

De principios

Las prácticas de permacultura se basan en “tres principios éticos”: el cuidado de la tierra, el cuidado de uno mismo y de los demás (afectos y cercanos) y el reparto de los excedentes.

Guillermo termina su charla describiendo los “procesos de consenso” según los cuales se organizaría una comunidad de permacultura, donde “la cooperación, la confianza, la honestidad y la creatividad” remplazarían “el liderazgo tradicional” dando lugar al “poder y la responsabilidad compartidos”.

El próximo 25 de setiembre va a repetirse la charla en el Parque Rodó, cerca de las canteras.