No es del todo fácil descubrir hoy en día qué hizo de Misión Imposible una de las series más populares de fines de los 60 y principios de los 70, pero es necesario ubicarla en su contexto original, contemporáneo de los días en los que James Bond reinaba en el cine y su equivalente televisivo Napoleón Solo hacía lo propio en televisión (siendo ambos satirizados además por El Super Agente F-86 de Mel Brooks). Días de Guerra Fría en la que los espías y los contra-espías eran -o eso se suponía- los héroes secretos de ese conflicto sin declarar sobre el que se podían imaginar todo tipo de aventuras glamorosas.

Misión Imposible era hija de ese tiempo y aunque, pudorosamente, nunca planteaba enfrentamientos de sus misteriosos agentes contra el bloque soviético, el subtexto era bastante evidente. Fiel a algunos rituales distintivos, los capítulos de Misión Imposible siempre comenzaban con el agente de la IMF -Impossible Mission Force, una rama no oficial de la CIA- Jim Phelps (Peter Graves, en realidad el segundo protagonista principal) recibiendo una carpeta con información sobre determinada tarea que le era narrada mediante una cinta (tecnología de punta en aquel entonces) o un disco, que inevitablemente se autodestruía luego de ser escuchada, tras lo cual comenzaba la inolvidable cortina musical del compositor argentino Lalo Schifrin (sobre la imagen de una mecha que se iba consumiendo mientras desfilaban los créditos) para dar paso luego a la misión “imposible” en sí.

Aunque el esquema se repetía sin mayores variaciones, el atractivo de la serie consistía en los distintos disfraces y artilugios tecnológicos -hoy casi risibles, pero auténticamente sofisticados hace 40 años- que utilizaban, así como un diseño general de buen gusto sesentista. La serie fue un éxito durante siete temporadas (de 1966 a 1973), y fue resucitada a fines de los 80 durante un par de años -en uno de los reflujos de popularidad de la Guerra Fría- con el recientemente fallecido Peter Graves de regreso en su personaje.

Agotado su carisma televisivo pero habiendo construido una imagen popular fuerte, fue cuestión de tiempo el pasaje del formato a la pantalla grande, en una transformación que vincularía en forma indisoluble al nombre Misión Imposible con la figura del actor Tom Cruise. La primera versión cinematográfica fue dirigida por Brian De Palma en 1996, y ofrecía una visión estilizada y puesta al día de las fórmulas de la serie (con los integrantes de U2 Larry Mullen Jr y Adam Clayton reversionando la inmortal melodía de Schifrin). Aunque con un mayor énfasis en la acción, la Misión Imposible de De Palma contenía un par de las escenas de suspenso contenido que caracterizan a lo mejor del cine del director y posicionaba a Cruise como Ethan Hunt, sustituyendo el carisma maduro de Graves por un héroe más juvenil y activo. Aunque no era una maravilla, la película era sumamente entretenida y se convirtió en un éxito mundial que dictaminó su continuación.

Para Misión Imposible 2 (2000) se le encargó la dirección al chino John Woo -en aquel entonces en el apogeo de su popularidad-, quien no supo recapturar el encanto original que persistía en la versión de De Palma. Woo convirtió a Ethan Hunt en una variación más de James Bond, sustituyendo la intriga y el suspenso por una sucesión de explosiones y escenas tan espectaculares como absurdas, que poco tenían que ver con el ingenio y sí con un despliegue algo insano de energía física. A pesar de ser un filme mucho más tonto y previsible, la espectacularidad visual de Woo funcionó y Misión Imposible 2 también se convirtió en un gran éxito de taquilla, asegurando la continuidad de la saga.

Misión Imposible III (2006) encontró al protagonista Cruise en la cima de sus escándalos mediáticos producidos por sus extrañas costumbres (producto al parecer de su adhesión a la Iglesia de la Cientología), y obsesionado por el control del producto final. Como director fue elegido JJ Abrams (Lost, Fringe), que provenía de la televisión -donde ya se había posicionado como una de sus figuras más inquietas- pero que hacía su debut en el cine. A pesar de una cierta predisposición negativa en el público hacia la figura de Cruise, Abrams consiguió convertir a Misión Imposible III en un producto entretenido, que de alguna forma combinaba la intriga de la primera con la acción espectacular de la segunda, ingresando de vez en cuando en el terreno de la auto parodia, pero llevando la historia con buen ritmo general y consiguiendo la misión imposible de rescatar a Cruise como una figura atractiva para el público.

Pero pasaron cinco años hasta que Cruise decidiera volver a ponerse en la piel de Hunt, y -siguiendo con la rotación de directores- el elegido para contar la historia fue un nombre conocido, pero asociado con el mundo de la animación: Brad Bird. Y la conjunción parece haber funcionado bien.

Los increíbles

Misión Imposible: Protocolo Fantasma (que abandonó la numeración de las películas anteriores, al parecer para indicar un nuevo renacimiento) encuentra a Hunt y a sus compañeros del IMF (siglas que en inglés coinciden con las del FMI, lo cual les da un toque siniestro) abandonados por completo por las fuerzas gubernamentales que oficialmente siempre los habían desconocido, acusados de un atentado terrorista y enfrentados con un clásico científico loco (Michael Nyqvist). Cruise es el único sobreviviente de las películas anteriores, pero está bien secundado por la guapa Paula Patton y el gracioso Simon Pegg, y ya desde el principio lo encontramos siendo testigo de un auténtico sueño erótico de la Guerra Fría: la destrucción del Kremlin en una escena espectacular pero que, extrañamente, no parece tan gratuita como las acostumbradas demoliciones de edificios famosos a las que nos ha acostumbrado Hollywood en los últimos años.

Con semejante arranque, está claro que el trabajo de Bird y Cruise de mantener la intensidad no iba a ser fácil, y tal vez el mayor logro de la película es cómo esto se logra a lo largo de más de dos horas, administrando la espectacularidad con las escenas de tensión más serenas, pero siempre dejando que unas fluyan con naturalidad en las otras. Es de resaltar la confianza de Cruise -productor del filme- a la hora de elegir a un director conocido pero que nunca había hecho una película con personajes de carne y hueso, repitiendo en cierta forma el instinto que lo llevó a confiar en el debutante JJ Abrams (quien comparte ahora la tarea de producción) hace seis años.

Cruise ya está próximo a los 50 años -lo que debería acercarlo más al espíritu del antiguo agente Jim Phelps- pero parece más atlético que nunca, y no sólo se encarga de las tareas de producción, sino que se da el gusto de trepar el Burj Khalifa de Dubai (actualmente el edificio más alto del mundo) como si fuera un Hombre Araña tecnológico, en la escena más publicitada y vertiginosa del filme (aunque también la más exagerada y, en cierta forma, menos efectiva). El esfuerzo parece haberle valido la pena, ya que luego de un par de filmes de escasa repercusión popular, Misión imposible: Protocolo Fantasma se ha convertido en un éxito mundial absoluto. Lo cual en cierta forma tiene algo de justo, porque luego de tantas tonterías relacionadas a la religión, uno tiende a olvidarse que Cruise es un actor con personalidad y talento, algo que debería haber quedado más que probado con su memorable rol en Magnolia.

La película desató un entusiasmo hasta un poco excesivo entre la crítica, parte de la cual ya la ha denominado como la mejor de toda la franquicia. En realidad no tiene las variaciones de ritmo y tensión de la que hizo De Palma -aunque la evoca claramente en algunos momentos de suspenso casi arrastrado- ni la practicidad a prueba de balas de la de JJ Abrams, pero sin dudas nunca descarrila fuera de su entorno como la de Woo y cuando quiere impresionar, impresiona (y es de agradecer que no recurra al estilo de edición histérico y confuso que se ha hecho moda en el cine de acción estadounidense actual). Tan sólo algunas escenas algo sentimentales parecen un poco fuera de lugar, lo cual es raro proviniendo del director responsable de esa maravilla de sensibilidad que fue Ratatouille, pero todo no se puede.

Es posible que colabore un poco con el disfrute de Misión Imposible: Protocolo Fantasma la sospecha prejuiciosa de que iba a ser, tal vez por el parecido del nombre con la olvidable La Guerra de las Galaxias: La amenaza fantasma, una película malísima -algo que siempre resalta virtudes medianas-, pero lo que lo hace una película simpática es su voluntad de entretener a la vieja usanza, sin mayores aspiraciones ni pretensiones de ningún tipo: es una estrella de Hollywood, un poco de humor, un montón de acción y una historia bien contada. Nada más, nada menos.