-Los Florencio fueron una idea tuya.

-Sí, pero fue surgiendo sola en un momento muy especial del teatro, los años 60, cuando tenía mucha fuerza, venían muchos elencos del exterior, lo cual entusiasmaba a la gente, se producía una vorágine de interés, de atractivo. El público era muy activo, la Comedia Nacional trabajaba cinco días por semana, y a veces había funciones vermouth. Eso se acabó. A esa altura habían nacido el Teatro Circular, El Galpón, El Tinglado, el Teatro del Pueblo, se estaban construyendo salas.

-¿Había un apoyo estatal tan evidente como el de hoy?

-Quizá entonces nadie se diera cuenta de lo que significaba la importancia de los medios, pero creo que ése era el apoyo principal. Se le dedicaban muchas páginas al teatro. Cuando había un estreno de cualquier independiente que, por ejemplo, hacía un Arthur Miller, vos te enterabas de todo: en cada diario había una previa completa explicando cada detalle. Y luego dos o tres notas críticas. Y el público respondía. Era un momento de mucha efervescencia. Luego eso, lógicamente, se fue modificando a lo largo de la década. Pero lo maravilloso es que el teatro nunca murió. Sobrevivió a muchas cosas: a los años difíciles, a la dictadura, a todo tipo de cosas.

-¿Y cómo fue lo de los Florencio?

-Antes había una medalla que daba Casa del Teatro. Era el único incentivo que tenían los actores y directores. Poco a poco se fue diluyendo. Pasaron muchos años en que no hubo premios. Charlando con unos amigos se nos ocurrió hacer algo. Especialmente con un colega, Rolf Nusbaum, que escribía en medios del interior, siempre jorobábamos con que no había premios y demás. Cuando entré a la directiva de la Asocación de Críticos el presidente era Ángel Rama y el vicepresidente era Alejandro Peñasco. Benedetti ya había salido de la directiva, pero seguía escribiendo, y había nombres importantísimos, Crossa estaba en La Mañana, Martínez Moreno...

-Pesos pesados de la generación del 45.

-Sí, de la generación fuerte, además. No me acuerdo bien de la directiva completa. Pero empezamos a entrar los jóvenes. Yo entré como secretario de actas. Tendría veintipocos años -ahora tengo cerca de 80- y no era fácil estar cerca de aquellas figuras. No era tanto porque eran mayores, pero tenían mucho peso. Por otra parte, Rama era muy accesible, en cambio Peñasco, de quien después fui muy amigo, era más reservado. Me acuerdo que en la primera reunión que fui propuse el tema: “Che, ¿por qué no damos un premio?”. “¿Y un premio para qué?”. “Y bueno, no se da un premio hace años”. No fue el diálogo exacto, pero me acuerdo que dije que era el momento de apoyar al teatro. Para mi sorpresa -y acá quería corregir una cosa que tú escribiste hace unos meses-, Rama lo recibió con mucho optimismo, no con “escepticismo”. Lo consultó y todo el mundo dijo, sí, estaría bueno. Entonces me encomendaron escribir un reglamento. Por supuesto, a la semana siguiente aparecí con el reglamento pronto, lo leímos, lo discutimos, lo aceptaron como estaba, y ahí marchó.

-¿Es parecido al que se usa hoy?

-Es exactamente el mismo, aunque con agregados. Algunas cosas desaparecieron, otras se sumaron. Por ejemplo, el porcentaje de obras que tenés que ver: antes no había que especificarlo porque todos veíamos todo, era más sencillo. Se le agregó la categoría Comedia Musical, estamos pensando en agregar Comedia. Ahora no me acuerdo de los ganadores de todos los primeros Florencio, pero sí de los primeros, que fueron Estela Medina como actriz, Wagner Mautone como actor -está en Buenos Aires ahora, un actor maravilloso-, como director, Eduardo Schinca, que ya empezaba a imponerse. Empecé a buscar en la computadora, porque no tengo todo, lamentablemente.

-Pero pasa que vos donaste todo tu archivo a la Facultad de Humanidades de la Udelar, ¿no?

-Sí, lo estoy donando. De 1952 en adelante. Lo hago con mucho dolor y mucho placer. Cada vez que me desprendo de una carpeta me sacan un pedazo de corazón. Pero lo hago gustoso, porque sirve para estudiar el teatro nuestro, y se lo estoy dando a un departamento que además dirige un gran colega como Roger Mirza. Él me convenció de que diera todo eso. Hicimos un acuerdo que nos conviene a los dos: yo les voy dando por carpetas, ellos lo escanean, me lo pasan a un CD y yo lo tengo de nuevo en casa, mientras ellos se quedan con los originales.

-¿El archivo incluye tus notas?

-No, las fui perdiendo en varias mudanzas. Escribí en muchos lados: en El Ciudadano, en BP Color, en varias revistas, en Exclusivo, en varias etapas de El Día. Alguna vez hice información general, pero siempre hice críticas de teatro y de cine. Fui jefe de Espectáculos de Lea, de El Día cuando se transformó en semanario...

La estatuilla también cumple

“Cuando llevé el reglamento de los Florencio todo el mundo estuvo de acuerdo. Al principio nos divertíamos mucho, porque no había críticos-directores; como mucho había críticos-escritores, como Peñasco. Ahora es más común y somos menos los que no estamos comprometidos. Además éramos como 20 en el jurado: imaginate lo que eran las discusiones, y con gente de peso: no era broma discutir con Rama. Creo que a él se le ocurrió averiguar quién debía hacer la estatuilla. Todos estuvimos de acuerdo en que tenía que ser [Eduardo Díaz] Yepes. Entonces la estatuilla también está de cumpleaños. Yepes nos donó los derechos de la estatuilla. Hoy la reproduce la famila Grecco. Es de bronce y mármol abajo. Me decía Díaz, el hijo de Yepes, que con el tiempo el vaciado se ha ido modificando, que habría que revisarlo un poquito. Yo no veo diferencia, pero tal vez un técnico sí, así que vamos a volver a hacerla. El miércoles en el Museo Torres García se presentó Yepes, la emoción del espacio, una muestra y un libro sobre la vida y obra de este escultor fundamental”.

-Tal vez los más jóvenes te reconozcan por tu vinculación al grupo de Canal 10 y Radio Carve.

-En Carve estoy hace 35, 36 años. Y casi toda la vida estuve en dos o tres medios a la vez, entre radio, diarios y televisión. Empecé en el 56, estuve en casi todos los medios. Ahora en televisión no hay prácticamente este tipo de cosa.

-¿Y era tu ocupación principal la de crítico y periodista?

-No, siempre tuve otras ocupaciones. Siempre fui “periodista y”. Es inevitable. Ahora mismo lo soy, sigo en plena actividad y sigo trabajando, sigo en la radio, sigo en la Asociación de Críticos, en la de cine y la de teatro. Y tengo una actividad privada en un colegio. Lo hago no por la necesidad de tener multiempleo, sino por la de sentirme vivo. Si una actividad te apasiona, ésa es por la que vivís. Me dieron el premio Alas por mi carrera, que me emocionó mucho, y cuando lo recibí fue que lo pensé: yo puedo comer de lo que sea, pero vivir vivo solamente del periodismo. Mi vida es el periodismo. Puedo ser limpiavidrios -todos los trabajos son dignos-, pero lo que me va a dar vida es el periodismo.

-¿Cómo ves al periodismo cultural y la crítica teatral hoy?

-Ésa es brava. Antes había más interés, veíamos todo, nos entusiasmaba todo. No es que nos leyéramos siempre, pero sí estábamos al tanto de lo que pensaba uno y otro. Esas discusiones siguen manteniendo un buen nivel, por suerte, cuando nos encontramos a trabajar, pero antes se estudiaba más. Hay muchos jóvenes que estudian, que se preocupan, pero me he encontrado con gente que no tiene tanto interés en conocer. No me refiero exactamente a mis colegas, que por razones de trabajo tienen que prepararse, y muchos son profesores o licenciados, pero he hablado con gente joven de teatro a la que le falta el entusiasmo que teníamos. Hay cierto grado de lucimiento, de distracción... Tú le hablás a un joven de quién era Enrique Guarnero, Horacio Preve, por no ir más atrás, y no les dice nada. Yo no viví la época de Carlos Brussa, pero desde el primer día que pisé una redacción traté de informarme. Yo estaba en Facultad de Derecho y un profesor de Derecho Penal, el doctor Plá, sacó un semanario: automáticamente me anoté. Ahí empecé. Me daba vergüenza, tanta, que firmaba con seudónimo...

-Somos varios.

-Claro. Después entré a BP Color ya con mi nombre. Pero me divago. Nosotros sabíamos qué había habido antes. Y ahora no siempre es así. Hablás de Candeau y sí, lo conoce todo el mundo. ¿Pero saben lo que representó para la Comedia Nacional o sólo conocen el discurso? Por supuesto, el discurso de 1983 fue importantísimo, pero, ¿qué hizo antes? No saben que no fue sólo actor, que dirigió mucho. No hay ese interés de estudiar el pasado, que es el sustento de lo que somos. Internet ayuda, te podés ir al siglo XVI, pero no para todo.

-Pero hay carencias inherentes a las artes escénicas. Se puede estudiar, pero las obras también hay que verlas, ¿no? Y los registros audiovisuales no suelen ser buenos.

-No, claro, pero yo me refiero a entender por qué determinada figura despertó interés, qué interés era, qué escuela dejó. Lo otro es imposible, claro. En cine sí, pero también envejece mucho. Pero aunque nunca le vi la cara a Brussa -vi fotos-, sabía qué hacía, por qué iba al interior, qué cosas ofrecía, cómo y por qué captaba el interés del público. Nunca conocimos a Artigas, pero sabemos quién es.

-Los Florencio son una herramienta también en ese plan de preservar la memoria.

-Creo que sí. No solamente son parte del registro de la historia nacional: estamos en la vereda de enfrente, sí, pero caminando juntos. No es que queramos hacer competencia, decir que Fulano es mejor que Zutano o Perengano, lo que queremos es apoyar, darle las armas al teatro. La esencia no es la competencia, sino el reconocimiento. Ya el hecho de ser nominado es un reconocimiento. Luego de las reuniones de críticos, de discutir y analizar, siempre a todos nos queda algo, porque queríamos que saliera nominada cierta obra o artista y no salió. Es un hecho no competitivo, de amor al teatro. Y para vivir, el teatro tiene que despertar interés. ¿Cuándo viste una nota larga de teatro nacional en una primera página? Solamente cuando viene el Florencio. Es más fácil que hagan una nota sobre una actriz argentina que hace revista que sobre un actor uruguayo que hace un Shakespeare. Eso es lo que extraño de los diarios uruguayos. Claro, el mundo cambió, todo es más ágil, todo es más rápido, hay que vivir corriendo.

-Y el teatro compite con muchas 
cosas.

-Con mucho. El cine nunca fue una real competencia, pero ahora tenés cine en casa. Es diferente. Podés acceder al ballet en tu casa.

-Sin embargo, justo cuando los Florencio cumplen 50 años, no se va a poder ver la ceremonia en casa. Ningún canal la va a transmitir.

-El teatro no vende. Se hizo, pero no funcionaba. El espectáculo de este martes, sin embargo, sería ideal para televisión. Lo dirige Denevi y le dio una tónica realmente televisiva. Es supersónica, no es esa cosa lenta que se vio en los últimos tiempos.

-Hace años publiqué una opinión muy crítica de esas transmisiones, precisamente porque no estaban cuidadas para televisión. Los fragmentos de las obras representadas salían muy desmerecidos: la iluminación y el sonido nunca estaban bien.

-Sí, se pierde, el teatro hay que vivirlo. Nace, vive y muere cada día. Aunque el director sea el mismo, aunque los actores digan exactametne lo mismo con el mismo tono y se muevan de la misma manera, cada función es distinta. El público crea una corriente inenarrable, emotiva, que se da entre el espectador y el actor. Pero el trabajo que hizo ahora Denevi tiene en cuenta eso: no hay ninguna escena de teatro, sí gente que habla de teatro, desde humoristas hasta cantantes, pero va a ser una cosa muy rápida. Van a estar Leo Maslíah, Esmoris, Christian Font. Conducirán Humberto de Vargas y Alicia Garateguy. Está trabajando mucha gente dentro y fuera del escenario.

-Una lástima. Virginia Martínez, directora de Televisión Nacional, nos decía que no iban a transmitir más eventos que no fueran pensados de manera televisiva, pero parece que este año los Florencio serán distintos.

-Sí. También hablamos con Tevé Ciudad, pero había problemas con las cámaras, creo.

-Fuiste de los jóvenes renovadores de la Asociación. Hoy sos de la generación más vieja, aunque me dicen que tu rol es el de conciliador.

-En la asociación tenemos la suerte de tener gente de tres generaciones: gente muy joven, a la que respeto mucho porque da un aire nuevo fundamental, gente de edad media -no de la Edad Media histórica- que está en un nivel de mucho interés, y los veteranos, que somos unos cuantos y que estamos preparándonos para entregar las armas en algún momento. Yo pienso seguir trabajando hasta que se me acabe la vida o la salud.

-La Asociación de Críticos también organizó durante muchos años el Festival Internacional de Teatro, que hoy se organiza desde la Dirección de Cultura estatal.

-Fue una idea de Gloria Levy. A todos nos pareció una locura, pero a los dos minutos estábamos embarcados en eso. Hicimos diez festivales, desde 1983, hasta que no conseguimos más dinero. Duraba una semana, se hacía en el Solís, El Galpón, Sala Verdi. El apoyo fuerte era Coca Cola. Hablamos de 50.000 dólares. El Estado ayudaba, pero de otra manera, con exenciones impositivas, trámites. Pero veías a la gente caminando de un teatro a otro, era impresionante. Como había 14 o 15 elencos había funciones todo el tiempo. Si te tocaba el abono tenías que moverte mucho. Creo que ese festival y la creación del premio fueron las dos cosas más importantes que hicimos desde la Asociación de Críticos.

-Y como la organización de los Florencio, me imagino que era totalmente honoraria.

-Nadie veía un peso. Perdimos plata también. Dimos muchas peleas. Hay historias lindísimas, y de las otras. Cuando se enfermó Annie Girardot tuvimos que devolver todas las entradas. Otra vez se nos quedó un barco en medio del océano y ahí venía toda la escenografía de los alemanes. Terminaba el festival y seguíamos alimentando a un elenco de 30 personas. El último día del festival llegó el barco, pero el Solís ya estaba ocupado: hubo que hacerlo en El Galpón, que entonces tenía la mitad de localidades. Hubo que devolver la mitad de las entradas.

-¿Hoy tienen apoyo estatal los 
premios?

-Sí, si no sería imposible. Al principio teníamos apoyo comercial, y algunas empresas públicas nos apoyaban puntualmente -por ejemplo, Antel no nos cobraba las llamadas-. Ahora nos apoya el Ministerio de Cultura a través del INAE, también la Intendencia de Montevideo, UTE, el Banco República. No podríamos hacerlo si no. Cada estatuilla cuesta un disparate, más allá de la fiesta en sí. También nos apoyan privados, como Macromercado. Pero hubo muchos momentos de pesimismo en los que pensamos que no podíamos seguir adelante. Hace cinco o seis años nos quedamos sin apoyo comercial, no había manera de sustentar el premio. Ahí la actriz Raquel Diana, que estaba en el departamento de Cultura de la IM, nos ayudó mucho.

-Es el tipo de evento que se ve muy distinto de afuera y de adentro. Cuando era chico miraba los Florencio por la tele y me imaginaba que era una estructura sólida, institucional, tipo los Oscar. Después uno crece y se entera de que hay cosas que no caminan solas.

-No sabés lo que son los últimos días. Ayer, sin ir más lejos, se nos presentó un problema importante. Hoy de mañana estuvimos reunidos y se nos venía todo abajo, era algo fundamental, pero que no puedo contar. A mediodía nos llamaron para avisar que estaba arreglado. Son cosas que no tienen que ver con el premio en sí, pero sí con la infraestructura, que es muy cara. Sólo poner un grupo de luces es carísimo. Cuando te lo solucionan, así también te alegrás mucho.