Así arrancó el sábado de mañana el cuarto encuentro de acordeones, organizado por Silvio Previale, maestro del instrumento al igual que su padre, fallecido en 2007. Los encuentros se iniciaron en 2006 y se repiten desde entonces con una frecuencia bianual; nacieron del vínculo con acordeonistas argentinos que organizaban instancias similares a la otra orilla del río Uruguay.

De la vecina orilla

Agustín Aníbal Gómez nació y vive en Buenos Aires y fue uno de los fundadores de la Asociación Internacional de Acordeones, en 1993. Desfiló por cuarta vez por las calles de Salto. Su madre, descendiente de franceses, había arribado al Río de la Plata con su verdulera. Contó que el cometido de la asociación fue “que no se perdiera el acordeón”; para ello comenzaron con los cursos y festivales. El relato de Gómez coincide con el de Previale en afirmar que hoy están cosechando los frutos de lo sembrado hace 20 años. Al igual que Gómez, desfiló por la mañana Norberto Pinotti, del Fortín, de Córdoba. Pinotti vive del acordeón por dos cuestiones: “Durante la semana tengo un taller, me dedico a la afinación y reparación de este instrumento, mientras que los fines de semana toco en un grupo: música bailable, hago de cumbia, cuarteto, pasodoble, algún foxtrot. Allá se acostumbra mucho todavía a hacer esos bailes en los campos, hay muchas escuelitas en zonas rurales y las comisiones organizan eventos para recaudar dinero”. Comentó que en Argentina se toca más el acordeón que en Uruguay. De todos modos, marcó una diferencia con Europa y señaló que allí “hay otro ambiente para la música; se acostumbra mucho a tocar en los teatros, a tocar clásicos”. Agregó: “En Europa el acordeón ha evolucionado mucho tecnológicamente, le han introducido novedades que estos acordeones no tienen. Por ejemplo, en los bajos: ahora allá se usa mucho el acordeón de bajo suelto, es como si éste tuviera otro teclado del lado izquierdo, con toda la extensión que uno quisiera”. Walter Gialdi, también cordobés, cerró como solista el espectáculo de la noche. Su abuelo le regaló un acordeón cuando tenía nueve años y retomó su formación de grande, cuando estudió con Ildo Patriarca, acordeonista argentino reconocido a escala mundial. Gialdi es profesor de Educación Física y el acordeón es su otra pasión, que también desarrolla de manera profesional. Consultado respecto de la presencia actual del acordeón, Gialdi opinó: “En el mundo hay una tendencia a volver a las bases en materia de música y de cultura”. Agregó: “El acordeón es un instrumento netamente europeo instalado en nuestro país un poco superficialmente”, pero valoró que “ahora hay una tendencia a tomar este instrumento con otro tipo de compromiso, tratando de desarrollar otro nivel en la interpretación y hay un regreso a la música tradicional pero con un compromiso mayor, con una búsqueda de calidad, porque hay muy buenos músicos en todos lados, hay muy buenas escuelas de música, y la música también se ha desarrollado en el ámbito académico”.

Por la mañana desfilaron alrededor de 25 músicos, la mayoría varones y mayores, pero había también mujeres, algunos jóvenes y niños. Por la noche cerca de 60 instrumentistas -entre ellos músicos, amateurs y estudiantes- tocaron en el teatro Larrañaga para más de 400 personas en un recital que duró más de tres horas. Los concertistas procedían de Salto, Canelones, Colonia, Montevideo y también de Argentina: Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires. Más de un músico aludió a las similitudes de los pueblos situados a ambas orillas del río Uruguay, como querían Artigas y Bolívar, se dijo más de una vez desde el escenario.

Transportable

En pleno desfile Previale señaló a un hombre que aguardaba en una esquina y anunció: “Éste fue el que le puso a Salto ‘Capital del Acordeón’, él era concejal y le dimos la razón”. El rótulo fue adquirido formalmente en 2011, cuando la Junta Departamental de Salto aprobó la propuesta. El hombre se llama Westerman Tironi y fue alumno de la Academia Previale. “Considerando que en otra época se veían muchísimos acordeones en Salto y había varias academias, siempre decíamos ‘debe de haber cantidad de acordeones guardados en los roperos’. Salto tiene una riqueza cultural histórica y quisimos destacar esa parte”, dijo a la diaria.

Unos pasos más adelante una viejita se acercó para felicitar y contó que tenía un acordeón guardado desde hacía 30 años y que su sueño era ver tocar a su hijo, al que nunca le gustó.

Pero no sólo en Salto se produjo ese letargo del que ahora parece despertar el instrumento. Hugo Fattoruso, recién llegado esa madrugada de una gira por Corea, era el nombre que resonaba en las invitaciones; el músico incorporó el instrumento a sus recitales y grabó un disco llamado Acorde On. Contó que cuando tenía siete años sus padres le regalaron uno: “Empecé a estudiar piano después y me separé del acordeón muchos años hasta que Jaime Roos me invitó a tocar; me dijo ‘Hugo, tenés que tocar el acordeón en un tema’, que era ‘El hombre de la calle’. Y después me dijo ‘ahora te tenés que comprar un acordeón porque voy a ponerlo en más temas’. Empecé a componer y a hacer versiones y me enamoré del instrumento”.

“En Montevideo cuando yo era niño había una cantidad de niños, señoritas, chiquilines ya mayores y adultos tocando acordeón, se veía mucho, ahora no”, sostuvo Fattoruso, quien atribuyó el hecho a “las modas: van cambiando, hoy un pibe se compra una guitarra y toca música sajona, no sé... en todas las casas están tocando batería, antes tocaban acordeón, guitarra criolla”.

Previale reseñó que el acordeón llegó “en 1850, por Rio Grande do Sul, con los alemanes del Volga. Ahí llega lo que conocimos como ‘acordeón verdulera’, un acordeón de dos hileras [de botones]”. Ingresó por la frontera con Cerro Largo y en 1900 llegó “la segunda oleada, la que viene con italianos y españoles, cuando llega el acordeón a piano [con teclado de piano a la derecha y a la izquierda botones]. Llega reemplazando muchas veces al piano. Por los costos y la movilidad, el inmigrante pudo traer un acordeón, pero no pudo traer un piano”, dijo, y agregó: “Pierre Bourdier, cuando analiza las clases sociales francesas, dice que las populares tocan el acordeón. Entonces nos queda la definición de que el acordeón era el piano de las clases populares”.

Esa facilidad para transportarlo fue la que lo hizo extenderse por el interior de nuestro país. Uno de los veteranos que tocaron de mañana se llama Rodolfo Rodríguez. Toca el instrumento desde los ocho años y hoy tiene 70: “Yo nací en campaña y allá apareció una verdulera, la típica verdulera, un acordeoncito chiquitito, de ocho bajos, hasta que llegué al [acordeón a] piano”. Contó que había aprendido “de oído” y que toca en cumpleaños y reuniones con otros músicos: “Donde hay alegría yo quiero hacer alegría, hasta hice bailar a una viejita de bastón de 90 años. ¡Qué cosa más linda es ver a una persona contenta!”, resumió.

Del contacto con el acordeón hay tantos cuentos como casos. Muchos de los actuales intérpretes lo rescataron de roperos, de tíos, abuelos o abuelas que tocaban años atrás, y tras recuperarlo, quedaron atrapados por el sonido. Las famosas verduleras -que todos nombraban- se denominaban así por ser el instrumento que llevaban los verduleros cuando salían a vender por las calles; lo usaban a falta de parlantes. Pero también hay nuevas generaciones, como Ángel Moreno, un chico de 12 años que prolijamente vestido tocó en el desfile. A medida que se acercaba la noche se acrecentaban sus nervios, puesto que su turno llegaría en la última canción, interpretada colectivamente entre 20 acordeones.

La formación profesional tiene poco lugar en nuestro país por ahora. Previale y otros músicos de Montevideo estuvieron de acuerdo en esa precisión, ya que no hay estudios universitarios de acordeón y es difícil conseguir maestros que comuniquen lo aprendido. De todos modos, parecería que cierta tendencia al profesionalismo también está alcanzando al instrumento.

Muchos de los músicos entrevistados avalaron las virtudes del acordeón, con el que se puede tocar cualquier género, resumieron. En el escenario se interpretaron tangos, cumbias, candombes, pol-kas, pasodobles, zambas, milongas, vals, clásicas, jazz. El público salteño vibró con los ritmos más alegres: la chamarrita, el chamamé, la ranchera, la mazurquita, los géneros más tocados en Entre Ríos, dijeron sus intérpretes. Se trata de un instrumento mundial y varios referenciaron su presencia en la música gitana, judía, árabe, italiana, alemana, colombiana, panameña, mexicana, de Estados Unidos y toda América del Sur.

De sur a norte

Veteranos argentinos y uruguayos estaban fascinados al ver a los jóvenes tocar el instrumento. Entre ellos había un cuarteto montevideano; aunque pasaban los 30, en un país con promedios elevados como el nuestro tenían merecida todavía la categoría de jóvenes. El invitado inicialmente había sido uno de ellos, Fernando Nathan, que extendió el convite a otros tres: Lichi, Lucía y Jorge.

Fernando, que es pianista, comentó: “Lo que tiene el acordeón es que la fusión es completa, uno puede generar el acompañamiento, parte de la melodía, rítmicas diferentes”. Jorge se crió en Canelón Chico, en Canelones. Contó que de niño estudiaba guitarra clásica y que cuando falleció su abuelo supo que tenía una verdulera; ahora, siendo docente de dibujo y educador social, incorpora el instrumento al circo callejero, del que también participa. Lichi, de Montevideo, es uno de los payasos medicinales que suelen trabajar en el hospital Pereira Rossell y en el Clínicas y desde hace 11 años integra el instrumento a sus actuaciones: “Es alucinante, es súper redondo el sonido”, explicó. Lucía, de la costa canaria, recibió el instrumento de su tía abuela, a los 12 años, y teniendo el piano como instrumento básico, decidió incorporar el acordeón a las artes escénicas y performances.

Salto es una ciudad en la que viven 100.000 personas, tiene dimensiones grandes y población abundante si se la compara con otras del interior del país. La tarde del sábado era lo que correspondería a un veranillo para los que habitamos en el sur, no se podía pedir más calor ni el cielo más celeste. Con los cuatro músicos del área metropolitana nos lanzamos calle abajo destino al parque que da frente al río Uruguay. Ellos iban intentando sacar notas y partes de temas que tocarían de noche, pero el sonido tenía otra vida que los trascendía: tenía una historia guardada y a la vez estaba a flor de piel. Niños y grandes se detenían a mirarlos. Ya más cerca del río, en la vereda de enfrente, había un veterano sentado en una silla, acompañado por dos perros y un gato. Desde su actitud mansa, el hombre desafió al grupo a ver si tocaba una jota, un tema español. Pero ninguno lo sabía. Cruzaron la calle, el veterano arriesgó un tarareo que fue seguido por dos de los acordeones, pero no pudieron sostenerlo. “Me estás cachando, hermano”, dijo el hombre, cuando vio que el dúo no podía. “Soy chambón”, respondió uno de ellos, y el viejo redobló: “Yo también, soy re chambón”. Empezaron a sacarla y el hombre acompañaba golpeando manos y pies. El concierto duró cerca de un minuto y hasta los perros movieron la cola. Al terminar el hombre dio el fallo: “No somos ni profesionales ni amateur, estamos ahí”. Los muchachos agradecieron y el hombre ya desde la lejanía respondió con la mano en alto: “Pero, por favor, gracias a ustedes”. La reverencia era, en verdad, mutua: los músicos del área metropolitana extendieron las notas esa tarde, pero si no hubieran sido invitados, no hubieran tenido el gusto de hacerlo.