Los chicos eran de todas las edades, desde bebés hasta adolescentes. Afuera había una cancha, un pequeño ping pong y un futbolito en el que algunas niñas dominaban a los jugadores, aunque un varón había monopolizado la pelota y, por ende, el juego. Dentro del salón se había instalado un pelotero -varios dijeron que fue lo mejor de la tarde- y luego un grupo de boy scouts y educadores cantaban y tocaban instrumentos, acompañados por una ronda de chicos y de madres. Temprano se repartió algodón de azúcar y más tarde se sirvió una merienda.

Ésta fue la primera vez que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) hizo un festejo en el que reunió a los niños de distintos centros; hasta ahora se habían hecho dentro de cada local. Rosa de León, directora del Programa de Atención a Personas en Situación de Calle, explicó que estos centros funcionan durante las 24 horas, todos los días del año; los que tienen menor población reúnen 15 personas entre madres e hijos y el que tiene más es el destinado a núcleos familiares (a diferencia del resto, incluye padres), con cerca de 50 habitantes. Todos los refugios son gestionados por asociaciones civiles supervisadas por el Mides.

De León recalcó que la estadía es transitoria. “A los seis meses de haber ingresado se hace una evaluación y un plan de trabajo con el núcleo familiar o la persona, con líneas de intervención claras que son los que van a hacer que se impulse la salida de la situación de calle, y volvemos a hacer un tramo de seis meses más”. El acceso a documentación de identidad, carné de asistencia, controles de salud y la escolarización es lo básico que se coordina. La directora indicó: “Estamos asistiendo a jovencitas que están teniendo sus primeros hijos y que se criaron en situación de calle”.

Según la referente, desde 2005 el Mides ha mejorado el equipamiento y el trabajo técnico en los refugios: “No solamente hay una cama con un colchón; hay un lavarropas y un secarropas, agua caliente para ducharse, comida en buenas condiciones y un equipo técnico para que pueda trabajar con ellos”.

Lilián, de 56 años, permanecía sentada contra una pared. Pausadamente contó que tiene la tenencia de sus tres nietos y que desde marzo se encuentra con ellos en uno de los refugios. “Tenemos todo, no nos podemos quejar, pero no es tu casa y la convivencia es difícil”, lamentó. Tiene trabajo y dijo que está juntando dinero para comprarse “un ranchito en un asentamiento”.

María, de 24 años, tiene un niño de dos. Hace pocos días que trabaja en uno de los centros comunales y aspira a “salir de ahí”, “es una situación bastante revolucionada”, cuenta. Había estado viviendo en la calle antes de que naciera el niño, que asiste seis horas diarias a una guardería. Respecto de la salida comenta: “Es complicado; no me pagan mucho, alquilar una pensión también es caro, vale 6.000 pesos, y a mí me pagan menos de 5.000; tendría que conseguir un trabajo de ocho horas, para ganar un poco más y poder irme”.

A sueldos que de por sí son magros se suma la limitación horaria de las madres, atadas a la de asistencia de sus hijos a los centros educativos. Por ejemplo, Virginia, que vive con sus tres hijos en uno de los refugios pero los chicos van a una escuela en un solo turno, 
desechó la opción de trabajar en una fábrica de plástico por 120 pesos el jornal, y espera que le salga algo mejor. Ella y Sandra, otra compañera de habitación, comentaron las dificultades diarias: contar los pesos para un ómnibus o los obstáculos a la hora de encontrar pensiones económicas por discapacidad para sus hijos, y demandó más acciones del Estado: “Te tendrían que facilitar las cosas para que puedas moverte, hay asistente social, hay psicólogo, hay todo, pero ¿y?... Por un lado te dan una mano, pero por otro no te dan nada”.

Jéssica, una madre con su beba en brazos que conversaba con otras, contó que está empleada por Uruguay Trabaja y que aspira a conseguir una vivienda, en enero, por el Plan Juntos.