En la rambla, al borde del lugar donde desfila el Río Negro y todos se juntan a mirarlo y sumergirse en él en verano, se arma una playa que la Intendencia de Soriano rellena con arena y a la que llaman El Raviol. Acá muchas cosas tienen nombre de comida. Hay un barrio al que le llaman Mondongo y un lugar que se llama El Fideo (y no es lo mismo que El Raviol, claro). Esto pasa en una ciudad que algunos de sus habitantes dicen que está en un pozo, una ciudad donde la gente repite que “el agua mata todo”, “el agua se lleva todo”, “el agua rompe” y que es conocida por sus inundaciones, cuando su ancha rambla desaparece. Nadie pone negocios cerca de allí, sólo algún parador que, aislado, espera para sucumbir cuando llegue el agua.

En esta ciudad hay muchos carros que venden tortas fritas a 5 pesos, y dos semáforos. Hay también un tema del que todos hablan del 12 al 20 de enero. “El jazz”, le dicen.

Los amables donantes

Desde hace siete años se realiza en Mercedes, capital del departamento de Soriano, el Encuentro Internacional de Músicos organizado por el Movimiento Cultural Jazz a la Calle, una asociación civil sin fines de lucro. El evento es financiado con el apoyo de organismos públicos y privados y por un sistema de socios que pagan 50 pesos al mes o 600 al año. El dinero se puede depositar en la cuenta 237271 (caja de ahorro en pesos) de la sucursal 25 del Banco República.

El tema es así: a las 18.30 se brindan clínicas y talleres en el salón de actos de la Intendencia de Soriano, a las 20.30 hay toques callejeros en tres puntos de la ciudad y a las 22.00 llega el momento del toque en el escenario mayor, ubicado en la Manzana 20, frente al río, donde tocan entre tres y cuatro bandas por noche. Luego, se realiza una jazz jam session en el patio interno del lugar.

Antes de que caiga el sol, las reposeras están plantadas en las peatonales del centro de Mercedes. Mientras la gente toma mate, algunos niños bailan, otros lloran, algunas personas conversan y otras escuchan atentas e inmóviles como si un especialista estuviera desactivando una bomba que está a punto de explotar en su nariz.

Hay otras caras apoyadas en las reposeras, y son de goce. Enfrente, la música en la calle, amplificadores, algunos micros y mucha complicidad.

Las reposeras de todos los colores y estampados imaginables se mueven más tarde casi en caravana al pasto de la Manzana 20, un lugar enorme en donde desde temprano los mercedarios se acercan a buscar un buen punto frente al escenario mayor para disfrutar de la música. Ahora se suman los perezosos, los pareos y hasta las sillas de madera plegables. Además, se puede disfrutar de la gastronomía: es posible comer desde un pancho hasta un taco, pedir un buen postre o tomar un fernet (a 50 pesos). Recorriendo los diferentes salones se puede ver muestras de artistas plásticos del departamento, ver qué tiene la tienda de libros y discos o visitar las tiendas de artesanías.

Pero cuando digo “público heterogéneo” lo digo en serio. Se escuchan gritos y ovaciones cuando un saxofonista se manda un buen solo, pero también se escuchan comentarios como “tocate un cover porque me estoy muriendo”. Lo que pasa es que a medida que la noche se cierra y se hace más oscura el público se vuelve cada vez más joven y menos numeroso.

Al finalizar el espectáculo del escenario mayor, quienes se quedan se trasladan al patio interno de la Manzana 20 donde se realizan la jam session. O sea, músicos que no tocan juntos y quizá ni se conocen se juntan a improvisar y su fin máximo es el goce. La seducción de esta mezcla está en el placer de lo único, en lo irrepetible de esa combinación de personas sin partituras.

Jazz, rock and pop

Horacio Macoco Acosta era el tecladista de Fantasía, una banda de “rock y pop” mercedaria que se despidió de su público en 2007 luego de 30 años de trayectoria. Para la música uruguaya esta banda casi no existió, aunque hayan tocado en México y Estados Unidos, Chile, Argentina y Brasil. Macoco -como lo llama toda la gente que transita por la peatonal y lo saluda, o por haber sido integrante de Fantasía o por ser el ideólogo de Jazz a la Calle- siente que es una etapa de su vida que no lo enorgullece para nada y es totalmente olvidable, porque después llegó “a esto”; lo dice mirando y moviendo las manos hacia donde tocan algunos de los músicos en la calle.

Trabaja desde hace mucho en el Banco República y en la crisis de 2002 le tocó irse a trabajar a Montevideo. Comenzó a frecuentar bares donde sonaba jazz y ahí conoció una cantidad de músicos que tocaban “fantásticamente bien”. Él no entendía cómo podían hacer algo tan complejo sin una partitura o un ensayo previo. Esos músicos tocaban hasta el amanecer por 100 pesos que se gastaban esa misma noche en el bar. Ahí Macoco conoció un universo muy diferente al que él vivía con su banda: ellos no movían un dedo por menos de 2.500 pesos cada uno ni para tocar 40 minutos en un boliche.

Empezó a conocer a estos músicos y se dio cuenta de que no sólo estaba lejos de ellos musicalmente, sino que se quedaba fuera de las conversaciones de literatura, de pintura, de política. Intentó contagiarse de esta mentalidad, porque conoció que detrás de estas personas había una corriente de pensamiento común, una filosofía de vida que le llamó mucho la atención. Macoco pensó que sería bueno que esta cabeza pudiera llegar a más personas y que si ésta lograba ponerse al servicio de la sociedad se lograría algo perfecto.

Lo que hacía falta era conseguir un lugar que congregara a estos músicos, que les permitiera juntarse y compartir una semana. Se acordó de su ciudad natal.

Sin documentos

La idea fue tan atractiva para los músicos que al encuentro han llegado artistas de Corea, México, Venezuela, Brasil, Argentina, Estados Unidos y Francia. “Los tipos viajan miles de kilómetros para venir a encontrarse una semana con otros músicos gratuitamente”, cuenta orgulloso.

Jazz a la Calle no es un festival, es un encuentro de músicos, y eso se resalta en cada conversación con los involucrados. Lo que guía este movimiento no es el gran espectáculo del escenario central. “Se puede amontonar gente bien fácil. Yo hice jingles publicitarios toda mi vida, sé cómo combinar dos notas para que a una vieja se le caigan las lágrimas. Es lo más deshonesto que hay y el circuito comercial lo utiliza con absoluta inescrupulosidad”, confiesa Macoco.

Jazz a la Calle no paga caché a los músicos porque ellos son parte del movimiento que pretenden generar. “Acá se trabaja para que ellos tengan un mejor público, más criterioso, más consciente. Los artistas que vienen manejan estos códigos de convivencia, es por eso que hemos tenido acá a los músicos de Fito Páez, Milton Nascimento, Iván Lins, Jaime Roos, Ruben Rada, Djavan, pero no vinieron las cabezas de las bandas”, cuenta el ideólogo del encuentro.

Los artistas que llegan se hospedan en casas de familias mercedarias, para que la música no sólo aporte cuando sale amplificada desde un escenario, sino que también se introduzca en lo cotidiano de una familia, que exista diálogo entre la gente de la ciudad y quienes llegan desde otros departamentos del país o del exterior.

Callejeros

A Macoco no lo motiva que le digan que el encuentro es un éxito porque fue mucha gente; lo considera un éxito si se logra cambiar una cabeza.

“Cuando yo era joven quería entrar en el circuito comercial, ganar minas, subir al escenario, ser famoso, y después pasé a una etapa más profesional en la que sabía cómo hacer para generar lo que quería y era más consciente de lo que pasaba”, dice. Pero después que entró a la máquina del éxito quiso salir.

Trabajó en la CBS de Buenos Aires antes de la Guerra de las Malvinas y cuenta que allí se mencionaba constantemente algo llamado “la fábrica”; él ingenuamente pensaba que se hablaba del lugar donde se confeccionaban los discos, pero se trataba del lugar donde se construían los artistas, donde se ficcionaban sus biografías para vender más. “Por ejemplo, yo era un músico argentino nacido en Rosario, que había tenido un pasado lamentable y había resurgido de las cenizas. Mentira, ¡yo nací acá!”, dice riéndose y hablando del “morbo relojero” y la frivolidad malcriada de las grandes disqueras. Se hartó y lo dejó.

El tema fue que en Mercedes, cuando volvió, no había casi músicos, por lo tanto no tenía con quién juntarse a pensar en estas cosas. Trató de conversar con sus vecinos sobre los pasos previos a todo esto, sin intentar lograr siquiera que les gustara el jazz.

Macoco es consciente de que si en algún momento la gente deja de ver esto como un espectáculo es posible que el proyecto se derrumbe: “No tenemos herramientas para luchar contra la máquina comercial, que todos los músicos que van a Jazz a la Calle conocen a la perfección, y es por eso que vienen a tocar gratis a Mercedes”.

“Como en El baño del papa”, comenta un colaborador del encuentro que se suma a la charla y se sienta con nosotros. Se refiere a que muchos mercedarios aprovechan el festival para poner un carrito de chorizos, para vender comida, para ganarse un peso. Pero Macoco cree que aunque se involucren desde un costado comercial, también reciben a veces, sin saberlo, algo de lo que él propone.

Canciones que nos enseñó el Señor

La primera meta del movimiento era crear una escuela de música para niños y jóvenes. Pero para que fuera posible era necesario generarles interés por la música. Para esto se organizó el primer encuentro, en el que el público pudo ver a los músicos gozar en el escenario con sus instrumentos.

“Uruguay es el único país de Sudamérica que no tiene una formación en música popular, y todas estas formaciones en el mundo se basan en la metodología jazzística”. La escuela, entonces, estuvo en el centro de todo esto. Macoco dio clase 20 años y cuenta que a principios de los 90 no había ningún estudiante de música en Mercedes.

“Llegar a lograr placer con la música implica un camino que duele, que es jodido. Después el resultado es maravilloso, pero ¿cómo le hacés entender eso a un niño? Si cuando toca un botón escucha lo que quiere, o se baja las bases de internet... Para llegar a la escuela lo que tuvimos que hacer fue darle un shot de todo esto a la ciudad para que se pudiera ver lo que se puede hacer si se estudia. ¿Cómo le decís a un chiquilín que estudie violonchelo si nunca en su vida vio uno?”, se pregunta Macoco.

Una respuesta: llenar de artistas la ciudad durante una semana al año y luego empezar a trabajar para que se transformen en músicos. La materialización de esa idea son el Encuentro que se realiza desde hace siete años en enero, y la escuela.

Esteban Zarauz es uno de los alumnos de la escuela de Jazz a la Calle, tiene 15 años y se especializa en flauta traversa. Arrancó a estudiar hace cinco años y éste es su tercer año como flautista. El sábado fue la segunda vez que tocó en Jazz a la Calle; fue con la Orquesta Juvenil de Mercedes en la inauguración. El público aplaudió exultante. La orquesta está integrada por estudiantes de la escuela de jazz pero también por alumnos de otros institutos del departamento. Esteban tiene ganas de seguir aprendiendo y de estudiar en Montevideo, en la Escuela Universitaria de Música (EUM).

Uno de los colaboradores de Jazz a la Calle, Federico Villalba, también va a la escuela. En 2012 fue ayudante de profesor de trompeta y en 2013 quizá tenga la oportunidad de ser el profesor de trompeta de la escuela, a los 17 años. Además va al liceo y estudia en el conservatorio de música de Mercedes. Piensa que lo más fértil de este evento es poder sentarte una tarde en cualquier plaza con un músico de otro lado y que te enseñe cosas. También tiene ganas de irse a estudiar a la EUM.

En torno al fondo intacto

Más allá del leve síndrome “baño del Papa”, o de que no todo el mundo comprendida cabalmente el objetivo del encuentro, se genera un clima de festividad. Guste o no la música, la gente tiene una excusa para tomarse una, para verse, para encontrarse en un sitio donde suena muy buena música.

Jazz a la Calle es un ejemplo del tipo de descentralización que vale la pena. No se trata de llevar al interior cual delivery los proyectos que se generan en Montevideo, sino de que cada ciudad sea creadora y gestora de sus actividades culturales y elija qué es lo que quiere que suceda. El objetivo del proyecto -lograr una sociedad más armónica utilizando la música como herramienta- podrá sonar utópico, pero es digno de elogio que se congregue alrededor de 200 músicos de distintos países cada enero, que se haga un recital por mes durante el año para la formación de público, que se haya creado la escuela de formación terciaria en música. Es un proyecto con todos los frentes cubiertos, muy pensado, y que ya se transformó en un evento típico de esta ciudad donde el agua se lleva todo y demuestra el valor de que con una gestión adecuada y buenos argumentos se puede llevar adelante hasta la idea más desquiciada y menos rentable, como hacer un encuentro de jazz en la calle.