¿De dónde venís? ¿De qué cuadro sos? Son las dos primeras preguntas que te asaltan al subir a la camioneta. Cada uno va incorporándose al paseo con mucha expectativa y con ganas de conocer algo más del país, de su historia. Todos son hinchas de algún club del mundo. El paseo que propone Fanáticos Fútbol Tours ha comenzado. Se trata de una empresa que surgió hace un año como una loca idea de verano de un grupo de amigos uruguayos que descansaban en Punta del Diablo. ¿Por qué no llevar a extranjeros a las canchas? ¿Y al Museo del Fútbol? ¿Por qué no contar la historia de los equipos y del desarrollo del deporte en Uruguay? En otros países lo hacen y el negocio suele ser redondo.

Más que un club

La idea surgió como al azar. Fue un enero en Punta del Diablo, cuando Ignacio y Franco estaban de vacaciones. Pero más que una locura parecía una necesidad. Se pusieron a pensar que en Uruguay no existía una propuesta del estilo y se dieron manija. “Sabíamos que el turismo asociado al fútbol en el mundo genera muchos ingresos”, contó a la diaria Franco Pérez, uno de los directores de Fanáticos Fútbol Tours. Empezaron en marzo del año pasado, llevando a alemanes e italianos al estadio Centenario cuando jugó Peñarol con Racing por el campeonato uruguayo. Ya habían terminado la recorrida por hoteles y hostales de Montevideo. “Los pasamos a buscar. Fuimos a la tribuna Olímpica. Nos pidieron probar la comida típica, así que compramos chorizo. También llevamos mate. Les damos las alineaciones de los equipos, y una breve reseña que incluye la historia de los clubes”, contó. A un año del emprendimiento, ya han recibido a más de 200 extranjeros.

Primero sube Héctor, que llegó a Uruguay desde la ciudad de México. Ahora trabaja en un hostal en el centro de Montevideo. Se quedó en Uruguay porque le encantó, dice. Y para ir despejando dudas, aclara que es hincha de Club América. Más tarde sube Xavi, un español nacido en Pamplona que se reconoce hincha de Osasuna. Es fotógrafo y cuenta que hace cinco años que llegó. Se quedó “por amor”, relata.

Más adelante, se incluyen Alessandro y Mateo, los dos oriundos de Italia. El primero es de Bari y el segundo de Milán. Ambos trabajarán una temporada en Uruguay. Cuentan que son fanáticos del fútbol y que les interesó hacer el paseo porque significa conocer algo más de la historia del país. Entre los que están en la camioneta ya se empieza a armar una conversación cruzada. En algún momento, Alessandro recuerda que entre 1957 y 1959 Alcides Ghiggia jugó en la selección de Italia. El dato queda picando y uno de los guías, Santiago, que va sentado adelante, no la deja pasar. Remata diciendo: “Tocaste un tema lindo. Ghiggia es recordado por haber hecho el segundo gol del Maracanazo, contra Brasil, en la final del campeonato mundial de fútbol de 1950”. Todos asienten con la cabeza y sonríen. Conocen esa historia, no de taquito, pero algo han escuchado o leído al respecto.

El último que sube es Constantino, un ruso que lleva puesto un gorro negro que dice “Uruguay” al frente. Es hincha del CSKA Moscú de su país. Se hace entender en inglés porque de español, nada. Trabaja en una petrolera en el este de Rusia y sus destinos antes de Montevideo fueron Dubai y Nigeria. Consultado sobre cómo llegó a Uruguay, comenta que, al azar, posó el dedo índice en América Latina y dio justo en el pequeño país al sur. Ni idea tenía de qué se trataba. Luego empezó a averiguar algunos datos y, por fin, tocó suelo uruguayo vía Buenos Aires. Por intermedio del hotel donde se hospeda consiguió dar con Fanáticos. Cuando se entera de que hay dos italianos sentados detrás de él les pregunta: “¿Y el catenaccio?”, en alusión a la estrategia defensiva con que se reconocía a la escuela italiana de fútbol hasta no hace tantos años. Mateo se sonríe pero dice que le molesta, que es un lugar común que sigue quedando, que la historia ya cambió, que no puede ser que eso se siga preguntando. Nadie le contesta. Catenaccio quiere decir cerrojo y describe la táctica con la que triunfaron los clubes italianos en los años 60.

Primera parada, Parque Central. Todos bajan. Se toman fotos entre ellos en la puerta. Entran. El guía los reúne y empieza por contarles sobre el nombre de las tribunas. De Atilio García les dice que es el máximo goleador de Nacional y menciona además a Luis Artime, dos argentinos que se destacaron en el fútbol local. “Héctor Scarone se llamará la tribuna que están construyendo”, explica Santiago, porque en ese momento faltaba la pintura. “Fue una figura relevante para la selección porque por su participación Uruguay ganó los Juegos Olímpicos de 1924, 1928 y el primer Mundial, en 1930. Era la figura de la generación más importante del fútbol local”, explica el guía. “Muchos entrenadores italianos venían a Uruguay en esa época a conocer qué se hacía porque eran unos maestros”, comenta Alessandro. La explicación sobre la Abdón Porte lleva unos minutos más. “Es donde va la hinchada”, comenta el guía y cuenta el suceso desafortunado de su muerte, en 1918, cuando se quitó la vida en medio de la cancha luego de enterarse, según la versión más difundida, de que ya no estaría en el equipo titular. Mateo y Xavi se impresionan. También les cuentan que Eduardo Galeano y Horacio Quiroga han escrito sobre esa anécdota. El escritor salteño recreó su historia en el cuento “Juan Polti - Half Back”. Los extranjeros quedan conmovidos. Entienden de fútbol y de sensaciones, pero para ésta no encuentran lugar.

“La palabra ‘hinchada’ es uruguaya”, dice el guía. Cuenta que se le asigna a Prudencio Reyes, un señor que estaba encargado de inflar pelotas en el Parque Central. El concepto se ha cargado con el paso del tiempo; tanto, que en su libro Fútbol a sol y sombra Eduardo Galeano escribe: “Rara vez el hincha dice: ‘Hoy juega mi club’. Más bien dice: ‘Hoy jugamos nosotros’. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música”.

Al salir al pasillo, el grupo se para frente a un cuadro. Les llama la atención. Es el que muestra a Carlos Gardel en 1928 sentado en el Parque viendo el amistoso entre Nacional y FC Barcelona. Y se mezcla el tango en la conversación.

Sigue el viaje

Segunda parada, estadio Centenario y Museo del Fútbol. Una gigantografía asalta a los visitantes. Se lee: “Tuya Héctor”. El guía cuenta que en la segunda final de Ámsterdam, en 1928, jugó Scarone. En una jugada que empieza Tito Borja, ve a Héctor en buena posición y enuncia la frase. Y gol.

Más adelante hay una vitrina con una camiseta desteñida y con pintas rojas. “La garra no pasa sólo por los zagueros”, comenta el guía en alusión a la camistea ensangrentada que se exhibe, que perteneció a Scarone. Constantino pregunta si el fútbol tiene algo del boxeo.

Otra gran foto los detiene. Se ve la plaza Independencia llena de personas que visten traje y galera, con los ojos desorbitados. “No había muchas radios -la radio en Uruguay desembarca en 1922-, entonces las personas se enteraban del partido por unas placas que se alzaban en la plaza. Hubo una jugada de peligro. Casi gol”, cuenta el guía. “Era como tener Twitter”, dice Héctor riéndose. Claro, pero en julio de 1928, mientras se escuchaba por los altavoces el relato de la final de los Juegos Olímpicos.

La otra que se lleva sonrisas es la anécdota de la entrega de la Copa del Mundo de 1950, el Maracanazo. “Existe sólo una foto del momento”, comenta el guía. Todos se acercan a mirar. Está amplificada en la pared de la derecha en el museo. Si se observa con atención, se nota que está tomada de una edición de un diario porque se traslucen las letras de la página. Comentan que cuando los brasileños vienen al museo no quieren estar mucho tiempo en el sector dedicado a este evento. Todos ríen.

Grandes momentos

Salen a la cancha del estadio. Foto obligada. Preguntan por la Torre de los Homenajes. “¿Qué es eso?”, se escucha. Los guías comentan que es un mirador y que tiene nueve pisos por las franjas de la bandera uruguaya. Sus espacios en principio fueron concebidos como cabinas de transmisión.

Mateo, que mira para un lado y para otro, como para no olvidar la dimensión del estadio, dice que los tifosi no son buenos, que no le hacen nada bien al deporte. Xavi, con la cámara en la mano, aprovecha y le cuenta una anécdota vivida en un partido entre Roma y Real Madrid, en el que estuvo cuando viajó a Italia. Hubo heridos antes de comenzar el encuentro. “Me da miedo. No voy más a los partidos por eso”, dice. Mateo le cuenta que él elige a cuál ir. “A Roma-Nápoli se puede ir, pero a Roma-Juventus no”, le cuenta.

Última parada, Palacio Peñarol. La anécdota de por qué se les dice “manyas” a los aurinegros aparece en el relato primero que las copas. Ahora es Christian quien oficia de guía y cuenta que el origen se le adjudica a una frase que usó Héctor Scarone, descendiente de italianos, que era de Nacional, mientras que toda su familia era de Peñarol. Estaba jugando en Boca Juniors, en Argentina, y recibe una llamada en la que le piden que venga a jugar a Uruguay y él contesta algo así: “¿A qué voy a ir? ¿A manyare merda?”.

En la pared hay algunas fotografías. Como máximo goleador de la Copa Libertadores se presenta a Alberto Spencer. En un aparador se ven las tres copas internacionales. Santiago, que es el guía declarado hincha de Nacional, dice: “¡Chapeu!”. También están las réplicas de las cinco copas Libertadores.

Hay una foto de Néstor Tito Goncálvez del 26 de octubre de 1966. Está colgada en medio de las vitrinas. Los guías les cuentan que su hijo también jugó en Peñarol, con la misma camiseta. Xavi pregunta si es parecido al caso de Diego Forlán.

Al terminar el pasillo aparece un mural de Fernando Morena entre fotos y copas. Los guías se animan y entonan el canto: “A Morena lo traemos todos” y les cuentan a los extranjeros que se había organizado una colecta entre la hinchada carbonera para lograr que volviera al cuadro. Constantino pregunta si es uruguayo y Xavi, si está con vida aún. Las respuestas son dos “sí”.

En el mural de Obdulio Varela el grupo se detiene. Le explican a Constantino que era un líder moral, un referente emocional en el equipo. Aparecen los nombres y las caras de José Piendibene, Julio César Abadie, Isabelino Gradín, Pedro Rocha, Juan Alberto Schiaffino y Óscar Míguez. Todos en un mismo cuarto y con fotos colgadas en la pared. La historia del Negro Jefe gusta, prende. Los guías se detienen en aquella frase: “Los de afuera son de palo”.