Viernes 17.30. La terminal se llena de personas que van y vienen, el ruido ambiente aumenta proporcionalmente al paso del tiempo. Hay cierto desorden en esos movimientos; sin embargo, las colas de pasajeros que intentan abordar los ómnibus que apenas llegados al andén pretenden irse en cuestión de minutos parecen parte de una gestualidad ensayada y precisa. Nadie improvisa. La cola se alarga y parece respetarse por orden de llegada. Los pasajeros frecuentes se saludan mientras se van colocando en el último lugar de la fila. Abono y dinero en mano, esperan la llegada de su coche. En el mejor de los casos, no contarán anécdotas de ómnibus que se rompen a mitad de camino. Otros no tendrán la suerte de ganar un asiento y viajarán parados durante la mayoría del recorrido. La travesía comienza y hay que tomarlo con calma. Hay quienes esperan horas la salida del ómnibus. La terminal, que no muestra un edificio demasiado agiornado para la funcionalidad que cumple, se llama Baltasar Brum, aunque es conocida por su calle lateral: Río Branco. Fue inaugurada en 1992, cuando sustituyó al viejo Control ubicado en Arenal Grande. Desde allí salen los ómnibus que recorren una distancia menor a los 60 kilómetros.

En el medio de la plataforma, una garita parece haber llegado allí desde otro lugar. Se trata de un refugio cerrado, con bancos puestos en forma de u.

De la cantidad de comercios que se ven, sobresale el de la red de cobranzas que está al centro. Muchos aprovechan para pagar cuentas antes de abordar. La oferta gastronómica es abundante y variada. Algunos comen algo mientras esperan sentados la hora de subirse al coche. Entre tanto local, aparece un dato curioso: las empresas no centralizan su información; no existe un espacio de atención al usuario. Cualquier viajante que necesite saber los horarios o precios de boletos tendrá que comunicarse con la empresa correspondiente para evacuar sus dudas.

Tomate uno

María Noel tiene 26 años, vive en Progreso y utiliza el servicio de Copsa todos los días porque trabaja en Montevideo. Está haciendo la cola para subir al ómnibus aunque ya sabe que le tocará un lugar al fondo del coche antes de haber subido. La cola es larguísima. Contó que sale a las 7.30 de Progreso. Toma el ómnibus de regreso a las 17.30. “Subo en la terminal porque en el recorrido ya no consigo lugar. Muchas veces me voy parada contra la puerta, pero me voy igual, porque te demora mucho el próximo. Hay frecuencia, pero es demasiada la gente que sube en las horas pico”, relató. “A la mañana veo personas que se quedan en las paradas sin subir. Ésas llegan tarde a su trabajo por perder ese ómnibus. Ya sucede eso en Las Piedras, a 13 kilómetros de recorrido desde la terminal”, comentó. Paga 37 pesos el boleto diario en un tramo.

Juan Carlos escucha música parado cerca del andén. No necesita hacer cola porque no hay muchos pasajeros aguardando el 7A de Copsa. Tiene 21 años y vive en Barros Blancos. Utiliza el servicio todos los días hasta el kilómetro 23 y su recorrido demora cerca de 45 minutos. Trabaja en un call center y estudia ingeniería de sistemas en Montevideo. Casi siempre viaja sentado: “Hay bastantes ómnibus para aquel lado”, comentó. Sobre el viaje a Montevideo, dijo: “Hasta el kilómetro 21 no se llena. Por ser estudiante pago la mitad del boleto porque tengo abono”, aclaró. Dijo no tener quejas del servicio, aunque advierte que el portaequipajes es muy chico y que tiene que llevar la mochila entre las piernas. Además, con las rodillas toca el asiento de adelante y la cosa empeora si el pasajero que ocupa ese lugar lo reclina buscando alguna comodidad, aquella que le quita al de atrás.

Mónica no se queja del servicio de Copsa. Viaja todos los días, desde hace tres años, de Pando a Montevideo. Trabaja en la Junta Departamental y llega a la terminal caminando. “Para venir, me subo en la terminal de Pando y vengo sentada, y cuando me voy de Montevideo, lo mismo”, contó. Se llena siempre tanto el viaje de ida como el de vuelta. “A pocos kilómetros, en Barros Blancos, ya no entra más nadie. Cuando voy de regreso el ómnibus sale de la terminal sin asientos libres. De la frecuencia no me quejo porque hay coches, aunque a veces se llenan. Además, están nuevos y muchas veces, limpios”.

Subite que te llevo

Llegar hasta la terminal es otro tema. Ningún ómnibus urbano deja a un pasajero a menos de varias cuadras. Las paradas de la calle Uruguay quedan a tres calles y las de 18 de Julio al doble. En la noche, la llegada hasta allí no es sencilla, no se trata de una zona muy iluminada. Bajar desde 18 de Julio por Río Branco supone atravesar varias calles con construcciones de grandes galpones y es probable que, en horarios de la tarde-noche, no circulen muchas personas por allí. Es por eso que algunas empleadas de los hoteles que se encuentran en esa zona aprovechan el paso de algunos pasajeros hacia la terminal para plegarse en su trayecto y llegar acompañadas. Se hacen las 18.00. Los ómnibus siguen saliendo uno a uno. Llegan y se van. Están poco tiempo en los andenes (que son cerca de 30 en total) donde paran para que las colas, prolijas, comiencen a despejarse y los pasajeros suban al ómnibus.

Marita espera hace rato parada en la cola. Tiene 53 años. Viaja todos los días desde Playa Pascual, a la altura del kilómetro 31, a Montevideo en el 1M de Solfy, porque trabaja para “hacer el dinero del día en casas de familia”, explicó. Es una de las tantas personas que esperan la salida de su ómnibus casi una hora en la terminal. “Prefiero esto que irme en otro que me deje en la ruta. Si espero me bajo a una cuadra de mi casa”, comentó. Marita se queja del precio del boleto (37 pesos) pero no de la calidad de los coches ni de la frecuencia del servicio. “Es muy caro para una familia sostener ese costo todos los días. A veces no me da la plata para irme y me quedo en mi trabajo para ahorrar el boleto”, explicó.