Dos semanas después de que se divulgara la existencia del proyecto Prism, que relaciona al gobierno de Estados Unidos con las mayores compañías de tecnología del mundo, se tiene una imagen más clara de su funcionamiento, aunque la información sigue siendo tan confusa como tediosa.
El 6 de junio, dos artículos en The Washington Post y The Guardian daban a conocer Prism, un programa de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por su sigla en inglés) que permitía el acceso a una infinidad de datos de usuarios por intermedio de las grandes empresas de Silicon Valley: Google, Microsoft, Yahoo, Facebook, AOL, Skype y Apple. El programa se dedicaba exclusivamente a acceder a todo tipo de datos de personas no residentes de Estados Unidos: correos electrónicos, registros de chat, audios, videos, llamadas telefónicas vía internet, transferencias de archivos y prácticamente cualquier cosa que hagamos en internet. Esta información se dio a conocer en forma de imágenes de presentaciones en Power Point rústicas y poco claras, que contribuyeron al impacto inicial y a la vaga y discordante recepción por parte de los medios.
Las empresas partícipes de Silicon Valey no tardaron en poner el grito en el cielo y negar todo conocimiento del proyecto. Cada una de ellas publicó un statement en el que indicaba que la información de sus usuarios es totalmente segura y sólo accesible al gobierno de Estados Unidos mediante un pedido específico y un procedimiento legal. Pero, a su vez, se dio conocer que la NSA manda miles de solicitudes de información por mes a todas estas empresas, y que varias de ellas (por ejemplo, Microsoft, Google y Facebook) cuentan con una infraestructura específica que permite que la agencia de seguridad tenga cómodo y rápido acceso a sus sistemas y a los datos de sus usuarios.
Luego de unos pocos días (y miles de artículos y especulaciones al respecto), el director de Inteligencia, James Clapper, confirmó la existencia de Prism y que la información que recauda muy valiosa para las tareas de Inteligencia de Estados Unidos. Por otro lado, varios gobiernos de Europa se mostraron furiosos ante esta violación de los derechos de los ciudadanos de la Unión Europea. Este intercambio terminó con el mismo Barack Obama comunicando la existencia del proyecto, al que justificó como una pérdida de derechos “necesaria” para proteger al país de amenazas terroristas.
Todo esto generó una interesante discusión sobre el valor del anonimato y la privacidad en internet. Muchos saltaron, furiosos e indignados, en cataratas de comments en todo tipo de revista o portal web. Pero muchos otros se encogieron de hombros y no consideraron tan terrible que el gobierno revise un montón de datos de extranjeros, por las dudas. Activistas como Julian Assange y Jacob Appelbaum consideran que Prism viola la cuarta enmienda constitucional y que acerca al gobierno de Estados Unidos a un Estado de vigilancia. Como dato de color, las ventas en Amazon.com de 1984, de George Orwell, aumentaron 60%.
Cuando Edward Snowden -el empleado de la NSA que destapó el proyecto Prism- sacó el asunto a la luz, miles de periodistas y curiosos se pusieron a buscar su nombre en internet para encontrar poco y nada: no había ningún perfil de Facebook, ninguna cuenta de Twitter, ni nombres de familiares, ni conocidos, ni similares. Snowden es una de esas personas totalmente conscientes de su espacio virtual, de la huella que cualquier usuario deja en internet, y decidió minimizarla para no afectar a ningún conocido o familiar, para volver imposible hacer conjeturas sobre su vida o su posible futuro paradero.
David Simon -creador de la brillante serie de televisión The Wire- escribió en su blog (davidsimon.com) que la reacción ante Prism era una exageración ridícula y que no se diferencia de las operaciones en los años 80 con el rastreo de teléfonos públicos en Baltimore, excepto en la magnitud del rastreo. Simon se olvida de un detalle muy importante: el problema con esta extracción de datos no es sólo su escala, sino lo que ésta conlleva. No hay una oficina con miles de investigadores del FBI revisando exhaustivamente cada uno de los datos. Para procesar los miles de millones de gigas de documentos, textos, relaciones y vínculos entre personas, correos y llamadas, la información se filtra con algoritmos que buscan patrones y conexiones, vínculos que pueden consistir en colocar a cierta cantidad de personas como sospechosos o personas “a tener en cuenta”. La envergadura de esta información es tal, que sólo es posible crear conjeturas y aproximaciones, en las que cada persona es sólo un plano borroso de conceptos y conexiones, utilizados por un sistema para definirlos como sospechosos o no.
La persona promedio no está realmente preocupada por la seguridad en internet, y le parece suficiente asegurarse de cerrar su cuenta de Facebook cuando se conecta en la casa de un amigo. Aunque la mayoría de la gente pueda ser consciente de que hay cierta recopilación de datos constante entre las cosas que uno hace, lo ve como algo común, normal, como cierta commodity: ya están en el pasado los días de paranoia al notar que la publicidad en Gmail se refiere precisamente a cosas sobre las que uno estuvo escribiendo. Pero esta tendencia puede modificarse, y la conciencia de la seguridad y la privacidad de datos de internet cada vez esta más presente.
Para los que más se preocupan por la seguridad hay varias opciones para usar internet de forma más anónima. Proyectos como TOR (www.torproject.org) permiten a cualquier persona navegar de forma segura y haciendo difícil el rastreo de sus datos. Es muy fácil de utilizar y sólo implica usar un navegador web alternativo y gratuito. Duck Duck Go (www.duckduckgo.com) es un buscador de internet alternativo a Google que no guarda ningún dato de ningún usuario ni búsqueda de ningún tipo, ni filtra tus búsquedas con respecto a tus hábitos en internet (como hace Google). En la última semana y gracias a las notas e informes sobre las prácticas de la NSA, su uso se triplicó. Por el lado de las empresas, sin embargo, no se puede afirmar que el destape de Prism haya causado mucho cambio. Pese a que todas las empresas partícipes intentaron blanquear su participación para quedar sepultadas posteriormente, los precios de sus acciones en Wall Street se mantuvieron inmóviles.
Aunque Prism y su funcionamiento no estén totalmente claros, y sus connotaciones en la vida online no preocupen a la mayoría de la población, es indudablemente un elemento más de lo que debería ser un debate sobre la persistencia de la privacidad.