Al hablar de la dictadura, casi siempre se remite al movimiento social, las Fuerzas Armadas, los partidos políticos y la guerrilla. Pero en un clima tan represivo, ¿qué papel jugaron los medios de comunicación? Ésa fue uno de los interrogantes que se planteó “A 40 años del golpe de Estado en Uruguay: Periodismo, medios y dictadura”, que organizó el Seminario Taller de periodismo y Sala de Redacción de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (Liccom) de la Universidad de la República. La iniciativa surgió a partir de una propuesta del responsable del área de Periodismo, Edison Lanza, y se concretó con el intenso trabajo de 30 estudiantes que, desde abril, comenzaron las investigaciones, contó en diálogo con la diaria el docente y periodista Samuel Blixen.

El seminario, que comenzó ayer y continúa hoy hasta las 19.00 en el Centro Cultural de España, se centró en la cobertura de los medios antes y después del golpe de Estado, los criterios de censura del régimen autoritario y la persecución a los periodistas. El trabajo resultó “satisfactorio y fructífero”, señaló Blixen, pero por sobre todo, involucró a jóvenes que no sabían mucho sobre el tema, el cual, según el docente, les permitió comprender mejor la historia. Además, aportó nuevos conocimientos a los propios docentes. Blixen dijo no conocer, por ejemplo, los detalles de los hechos políticos que ocurrieron de abril a junio de 1973. “No había jerarquizado la importancia de sucesos que invocaron el golpe”, explicó. En ese sentido, reflexionar sobre la situación que vivió el periodismo resulta necesario para entender el tipo de cobertura que realizaron los medios de los hechos que signaron un cambio para el país y que marcaron “un pasado que todavía es muy reciente, por las huellas que dejó y el significado actual [del tema]”, dijo la profesora de Historia de la Liccom Mónica Maronna.

Por su parte, el director de la Liccom, Gabriel Kaplún, recordó algo particular: los sonidos de la marcha militar que comenzaron el 27 de junio de 1973. “No me olvido más de los dos o tres compases de aquel día”, dijo.

A marcha cañón

Federico Zugarramurdi, María José Valdez y Facundo Castro fueron los estudiantes encargados de presentar las investigaciones. Basados en un relevamiento de información de varios medios escritos, concluyeron que desde 1967 hasta 1985 el gobierno autoritario opuso “un único discurso oficial y homogéneo con el fin de suprimir la realidad, la que no les convenía a los militares”. “Y tuvieron éxito”, resaltó Zugarramurdi, ya que hacia 1976 el gobierno militar logró monopolizar la “prensa opositora” o “subversiva” a tal punto que consiguieron que la recepción de los mensajes “domesticara a la prensa para decir sólo las verdades absolutas”. Y ésa era la lógica de la censura: no sólo prohibir la transmisión de información, sino “hacer decir” un discurso oficial, lejos de emitir transparencia.

La censura comenzó en 1967 con las Medidas Prontas de Seguridad que implementaron primero Óscar Gestido y después Jorge Pacheco Areco. En 1971 se elaboró el Decreto 380/971 que creó el Departamento de Operaciones Psicológicas con la finalidad de “planificar las operaciones psicológicas, sociológicas y políticas”. Allí se dieron los primeros cierres de diarios, como fue el caso de Época y El Sol, y hacia 1976 el trabajo periodístico se limitó cada vez más.

El gobierno militar realizó detenciones arbitrarias, procesamientos con prisión y presionó a los dueños de los medios y las agencias de noticias para despedir periodistas. A su vez, los diarios debían ser revisados por la Jefatura de Policía antes de publicarse. Ante esta medida, algunos medios decidieron publicar páginas en blanco para transmitirle a la población que eran censurados: “Ese mensaje era más importante”, indicó Zugarramurdi. Se prohibieron términos como “terroristas”, “extremistas”, “tupamaros”, entre otros, y se censuraba la información de paros y huelgas. También hubo presiones en el ámbito económico, como el retiro de la publicidad.

Algunos medios como El Diario y La Mañana respaldaron explícitamente las acciones militares, mientras que otros como Marcha reflejaban, especialmente a través de editoriales, la necesidad de construir la democracia. En definitiva, sólo pudieron continuar en circulación aquellos diarios que respetaban las pautas marcadas por el régimen. El País estaba a favor implícitamente de la dictadura y basaba sus discursos en las versiones oficiales del régimen militar. Por ejemplo, cuando mataron al militante Ramón Peré, en la nota se dijo que estaba agrediendo a un ómnibus cuando en realidad, se supo después, estaba repartiendo volantes. Los editoriales de Washington Beltrán no decían explícitamente que estaba a favor de la dictadura, pero hablaban de una necesidad de “normalizar” la situación en la que se vivía.

Otro de los aspectos destacados fue el rol que desempeñó el humor: “¡Abajo la dentadura!”, fue una de las imágenes que se mostraron de El Popular.

Los estudiantes recabaron testimonios de periodistas que vivieron la época y fueron censurados. Héctor Menoni contó que la policía pasaba por los medios para retirar todo lo que se había publicado y las grabaciones que salían al aire en la radio.

Una anécdota que provocó risas en la sala fue una de Federico Fassano: “El logo del diario Extra era el rostro de un perro bulldog sonriendo; cuando censuraba cierta información, el rostro del perro gruñía”.

“¡Todo el mundo contra el piso!”, dijeron los policías que entraron a El Popular; salió la voz del periodista Rodolfo Porley de uno de los audios que los alumnos presentaron. El ejército armado ingresó al diario, tiraron bombas de gas e hicieron tirar a todos los periodistas al piso. Cuando bajaban las escaleras les pegaban, y al llegar a 18 de Julio, uno de los uniformados gritó: “¡Apronten, apunten, disparen!”, pero fue sólo para asustarlos. Después los llevaron: primero a Jefatura y luego al Cilindro Municipal, donde estuvieron varias semanas.