Por un lado, un estudiante de arquitectura llamado Federico Ruiz Santesteban, que se encontraba realizando su tesis como proyecto final de carrera y se cuestionaba la forma tradicional de entender ese tipo de trabajos. “Tenía ganas de hacer algo que fuera alternativo y diferente a los habituales trabajos de fin de carrera, que por lo general son de gran escala, propuestas tradicionales y fundamentalmente teóricos, ideales, no reales. Por eso me propuse un proyecto tangible, realizable, y justo me interesaba mucho el tema de la tradición de la construcción de vivienda en Uruguay”, explicó Ruiz y agregó que “la idea fue razonar de manera contemporánea cómo vemos a la vivienda, qué necesitamos de ella”. Sobre este punto afirmó que “la casa en nuestro país tiene una fuerte tradición de ser vista como un refugio físico. Si una pared suena dura es firme y buena, la historia de los tres chanchitos, pero se olvida por lo general que también se tienen que contemplar necesidades térmicas, de la evacuación correcta de desagües, y las viviendas tradicionales de hormigón son deficitarias en este tema, fundamentalmente en lo térmico, el hormigón es un puente térmico”. Por ese motivo, el trabajo de Ruiz comenzó con la búsqueda de nuevos materiales para la construcción, particularmente la madera nacional, muy barata y actualmente más conveniente, económico y fácil de cuidar que hasta hace unos años. “Sobre la madera hay un montón de mitos que no son reales, como que no es firme o que es insegura ante incendios. Justamente, la madera es un buen material térmico, expresó Ruiz. Precisamente, una de las mayores preocupaciones fue el tema de la aislación térmica. Ruiz afirmó que está comprobado que las construcciones de hormigón tienen un alto nivel de transmisión de energía, lo que hace que el costo para calefaccionarlas sea muy alto. “Yo siempre aplico el ejemplo del termo: cuando está roto o pinchado, hay que volver a calentar el agua una y otra vez porque se enfría, y eso genera gastos importantes. En nuestro país hemos venido construyendo, en materia de vivienda, desde hace mucho tiempo, termos pinchados”.

Para solucionar este problema de modo económico y eficiente, la casa lleva una aislación realizada con bolsas recicladas rellenas por la misma viruta resultante de los trabajos con las maderas de la casa. A esto se le agrega un techo de chapa, que Ruiz afirma que se trata de “un material subestimado en la construcción de casas: si está bien realizado, un techo de chapa aguanta y es mejor para la humedad que una planchada de hormigón”. Tiene paredes de yeso y piso flotante de madera, “materiales que en los últimos años han bajado considerablemente su costo y son fáciles de colocar”.

De este modo, el proyecto genera una casa económica, eficiente en materia térmica, que contempla la posibilidad de tener en el futuro autogestión energética y con un tratamiento de los desagües que provoca menor impacto que otros en el suelo.

Nuevos senderos

En el otro camino encontramos a dos profesores de carpintería de la UTU de San José, Daniel Roquero y Javier Tunin. En el curso de carpintería, en segundo año, figuraba la opción de construcción de vivienda, pero no tenían los medios para poder llevarla a la práctica. Conocieron la idea de Ruiz y se contactaron para trabajar juntos, así que en marzo de 2012 comenzaron la elaboración de la vivienda, en forma de prototipo. La presentaron en la Expo Rural de San José, se la mostraron a la ministra de Vivienda de ese entonces, Graciela Muslera, pero los materiales no alcanzaban para terminarla. Entonces decidieron pedirle al intendente del departamento, José Luis Falero, las facilidades para adquirir las chapas para el techo. La intendencia les ofreció comprarles la casa para alojar a una familia de Villa Rodríguez y facilitarles los materiales que faltaran. De ese modo, el prototipo salió del taller y se terminó de instalar en ese pueblo maragato, donde dejó de ser una prueba para convertirse en la vivienda de una familia. Roquero destacó la entrega que demostraron los estudiantes y la forma en que todos se fueron involucrando con el proyecto. “Nosotros queríamos hacer algo nuevo, que no se hubiera hecho, y después nos enganchamos y esto salió por el enganche de nosotros y el de los chiquilines. Acá estamos trabajando horas que no vamos a cobrar, porque estamos enganchados. Es que el empuje de los chiquilines nos motiva. Muchos de ellos trabajan y están perdiendo su jornal, y lo hacen igual con una felicidad bárbara”.

Tunin resaltó lo práctico de la experiencia y aseguró que “si nos hubiésemos quedado en el salón, habríamos hecho un panelcito y les habríamos explicado cómo funcionaba y chau. Lo enriquecedor para ellos de construir es que realmente se ven los problemas; hay que buscar soluciones, sentarse a pensar, y es ahí donde los alumnos desarrollan otras capacidades. Aprenden a enfrentarse a un problema y resolverlo”. Por su parte, Roquero agregó sobre este punto: “Así la hubiésemos armado en el taller, la casa no es lo mismo. Porque acá tiene que vivir alguien y quedar de por vida. Cuando vinimos tuvimos problemas con un adhesivo que no funcionó como esperábamos, entonces tuvimos que resolverlo, y como eso muchas cosas”.

Manos en la masa

Mientras los jóvenes construyen, los profesores les dan una mano o van preparando el almuerzo. No hay jerarquías ni liderazgos preestablecidos, pero cada uno sabe lo que tiene que hacer. Algunos son de trabajar sin descanso, concentrados en la labor; otros son más dispersos y se distraen cuando ven pasar a las adolescentes que caminan rumbo al liceo. Pero todos trabajan a la par. Los docentes guían pero no dan órdenes. Es más, muchas veces piden permiso para hacer una sugerencia. Lo mismo sucede con los alumnos de electricidad, que van junto a sus docentes a realizar la instalación eléctrica de la casa. En su mayoría, el grupo está compuesto por estudiantes jóvenes, pero hay algunos mayores. Entre éstos, Yoselín Aranda, una de las tres mujeres que integran el grupo, se dedicó a estudiar carpintería de adulta, porque cuando era joven sus padres no querían que lo hiciera, ya que consideraban que no era “cosa de mujeres”. Giancarlo Maulella, uno de los jóvenes, se está construyendo una casa aplicando mucho de lo aprendido pero integrando el barro y el techo verde. Es profesor de Educación Física y trabaja los fines de semana en un campamento que depende del Consejo de Educación Secundaria. Como conoce también el ambiente liceal, destaca este tipo de instancias que permite la UTU. “Acá se da algo diferente, otra relación con el oficio pero también con los profesores. Es más personalizado, saben quién sos, cómo sos, te llegan de otra forma. Hay otra confianza y eso permite poder trabajar acá, por ejemplo, de igual a igual. Son nuestros profesores pero en esta obra también son nuestros compañeros”.

Mientras trabajan sobrevuela en el ambiente una idea que los viene ocupando: la posibilidad de establecerse como cooperativa de producción y poder seguir construyendo este tipo de casas. “Es que se arrima gente a preguntarnos cuánto le cobramos por hacerle una casa como ésta y no sabemos qué responderle, pero tenemos ganas de hacer algo con esto”, relató uno de los jóvenes al terminar el almuerzo que compartieron con la diaria. El almuerzo termina y no se permiten descansos. Los electricistas retoman sus tareas, los jóvenes de carpintería también, porque quieren terminar ese mismo día con el techo. Hace diez que arrancaron la obra y creen que pronto estará lista la casa. El objetivo es ése pero todos quieren seguirla. “Cosas como ésta dignifican nuestro oficio”, dijo uno al pasar, y parece estar en lo cierto.