La noticia de la muerte de Gelman me llegó en un mensaje de texto, recién acontecida. A diferencia de lo que hago en otras ocasiones y con otras noticias, no intenté ampliarla por algún medio de comunicación, ni por internet ni por ningún otro mecanismo que me hiciera saber lo que simplemente dos palabras doloridas ya me habían dicho: murió Gelman. Inmediatamente vienen a mí dos momentos que atesoro y conservo en esa memoria que también tiene el alma. Dos momentos, dos instancias imborrables impregnadas de su presencia como poeta inmenso y como luchador inmenso por la verdad y la justicia.

Uno fue en Buenos Aires, en 1993, presentando su libro Salarios del impío, en compañía de Eduardo Galeano en el Centro Cultural La Plaza. Tanta gente dentro de la sala, tanta gente fuera, desbordando la calle Corrientes y el encuentro que se demoraba porque quienes lo organizaron no habían previsto debidamente el poder convocante de la poesía. Y hubo que salir a buscar una pantalla gigante que pudiera colocarse fuera de la sala. Tengo un viejo casete que registra ese diálogo intenso y bello entre dos poetas que a pura poesía reunieron una multitud y tengo también una dedicatoria de ese libro de tapa tan negra y letras tan blancas, bellamente ilustrado por Carlos Gorriarena.

El segundo momento fue en la ciudad de Córdoba, España, en el marco de Cosmopoética 2005, evento cultural que cada abril reúne a personalidades de las letras de todo el mundo. Ese abril de 2005 la alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, declaraba al poeta argentino Juan Gelman Ciudadano Ilustre. El homenaje en sí mismo tuvo toda la relevancia que entraña ese tipo de reconocimientos. Y aún más.

Junto a 57 poetas de 27 países en una magnífica sala del Alcázar de los Reyes Cristianos se dio a conocer públicamente el fallo judicial que reconocía los dos apellidos de su nieta nacida en Uruguay durante el cautiverio de su madre. Las palabras de la alcaldesa lo señalaron como un ejemplo de lucha contra la dictadura y de firmeza personal, virtud que ha puesto de manifiesto durante los años que ha dedicado a averiguar el paradero de su hijo, su nuera y su nieta.

Seguramente hubo más palabras de otras autoridades, seguramente Gelman dijo lo que la emoción le permitió decir, seguramente los aplausos permitieron canalizar múltiples emociones. No sé si yo era la única uruguaya que estaba en ese momento y en ese lugar, pero en ese momento y en ese lugar, Uruguay me pareció de verdad ese país con forma de corazón que decía aquel libro de la escuela.

Recuerdo que avancé sobre el alfombrado pasillo hacia su encuentro simplemente para decirle que acababa de llegar de Uruguay y quería abrazarlo. Ahora simplemente abro Salarios del impío y leo :
“Así palpita el mundo de la boca. Caen árboles de luz con animales. Su corazón ha sido”.