En una pequeña área de arena definida por cuerdas y cartelería, un grupo de niños prestaba atención a lo que las educadoras e integrantes del Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) contaban. Ésa fue la imagen que la diaria vio el sábado en la parada 2 de la playa Mansa de Punta del Este, Maldonado, que se repitió en el verano a lo largo de distintas playas y departamentos, y que continuarán esta semana. Dentro del recinto, había áreas subdivididas por cuerdas; sets de bandejas con pinceles, cucharas y espátulas; sets compuestos por baldes con coladores, blocs con hojas y lapiceras. Ninguno de
los niños que participaba en el taller de arqueología tocaba nada, simplemente escuchaban de qué iba la disciplina, para qué servía su conocimiento y cuál era el aporte que todos ellos podían hacer.

Con un lenguaje familiar y sencillo, las educadoras ejemplificaban que cuando algo queda enterrado, pasa el tiempo y es desenterrado, lo que se encuentra puede ayudar a conocer “cómo vivieron las personas en el pasado”. Agregaron que los arqueólogos de nuestro país pueden llegar a saber más sobre los indígenas. En ese momento, Santiago, uno de los pequeños que participaban en la actividad, hizo un aporte que fue bienvenido pero que abrió una puerta por la cual las talleristas prefirieron no ingresar. Dijo que los dibujos en cavernas, por ejemplo, también eran una forma de conocer más sobre el pasado. Hasta allí todos los adultos estuvieron de acuerdo, incluidos algunos padres y abuelos que acompañaban a los más pequeños. Pero agregó que los aztecas habían dibujado “seres raros”, por lo que se creía que habían tenido contacto con seres de otro planeta. Tras el aporte discutido, se siguió contando sobre la tarea científica que desarrollan los arqueólogos. Describieron las herramientas que utilizan y cómo hacen su trabajo. “Los arqueólogos no hacen pozos”, detallaron, “van despacito moviendo la tierra”, agregaron. Los definieron como “detectives del pasado”, término que a más de uno le hizo brillar los ojitos, porque por un día ellos también serían detectives.

El protocolo de trabajo estuvo presente: “Cuando los arqueólogos excavan no se llevan nada para la casa”. Del lugar donde fue hallado va directo al laboratorio y de allí al museo, “donde todo el mundo puede verlo”.

Tarea compartida

Los aproximadamente 20 niños se dividieron en grupos y cada uno asumió una tarea distinta. Unos buscaban restos en la arena. Las talleristas enterraron réplicas de restos óseos, líticos, cerámica, carbón y semillas. Otros tenían que limpiar lo encontrado con el pincel. Valentina, una niña argentina, los limpiaba con muchísimo esmero. Empleaba bastante tiempo pasando el pincel hasta que aparecía otro resto y el proceso se repetía, y si el hallazgo se demoraba volvía a limpiar los que ya estaban limpios. Finalmente, otro tomaba nota de lo encontrado haciendo un dibujo lo más mimético posible. En el mismo equipo estaba Morena, otra pequeña argentina que era responsable de los dibujos. Su abuelo, quien controlaba que las reproducciones se parecieran a las encontradas, contó que la niña había participado en los talleres que se habían realizado en la mañana y había procurado hacerse del mismo bloc, por lo que ella estaba orgullosa de que todos los dibujos fueran suyos. El abuelo también manifestaba orgullo por su nieta y dijo entusiasmado: “Nosotros somos de Argentina y allá no hay esto. Está muy bueno porque es muy motivante”. Una vez que el trabajo en la arena seca terminaba, la tarea seguía en la orilla del mar para aprender un poco sobre la arqueología subacuática.

Lucía Nigro, responsable de Servicios Educativos del MAPI, contó que con los talleres se intenta transmitir qué es lo que está por detrás del museo y la importancia de tener ciertos recaudos cuando alguien se encuentra frente a un elemento arqueológico. Consultada sobre las posibilidades que existen de enfrentarse con una pieza arqueológica en Uruguay, señaló que son “muchas” porque con frecuencia se encuentran en algunas zonas restos de boleadoras, puntas de flechas e incluso restos de vasijas. “En el campo es bastante alta la posibilidad, de hecho hay personas que tienen colecciones particulares”, agregó. Esto es justamente lo que se quiere evitar haciendo un trabajo educativo desde la infancia.

En relación con el interés que despierta el taller entre los niños, opinó que, en parte, se debe al “encuadre del discurso”, que no es “muy técnico, pero tampoco damos por válidos elementos que pueden salir de la ciencia, como el comentario que hizo hoy el niño sobre los aztecas”.

El jueves se llevará a cabo un nuevo taller a las 17.00 en la playa capitalina Pajas Blancas, y el 7 de febrero se hará otro en la playa Pocitos.