Las sociedades, sin distinciones ideológicas, se han sentido interpeladas por sus poetas a lo largo de la historia. Juan Gelman fue el ejemplo de una voz tutelar latinoamericana, que ya desde su primer libro, Violín y otras cuestiones, publicado en 1956, abrió un nuevo camino para la poesía. El grupo Pan Duro, que junto con otros poetas fundó a mediados de los años 50, aspiraba a una poesía popular y política, y en esta estética se enmarcó su primer libro.

A partir de mediados del siglo XX, la poesía hispanoamericana vivió una transformación tan profunda que incluso puede pensarse en un cambio no sólo de su concepto en sí, sino también de sus objetivos y sus formas. Gelman fue uno de los más adelantados en esta renovación. Su experimento de las formas y su continua búsqueda de sentido nada tuvieron que ver con lo superficial o improvisado. Cuando su obra se construye sobre variadas tensiones vinculadas a la política, al exilio o al amor, por ejemplo, esa tensión también se traslada a la propia escritura. Su producción atraviesa etapas de ternura y de juego, de exilio, de dolor y de derrota, pero también de paz, de reconciliación.

En muchas ocasiones desintegra las palabras y trastoca la sintaxis -práctica que también motivó a César Vallejo- para expresar las vivencias que lo marcaron. Pero en esta clase estilística innovadora, el poeta bonaerense no dejó de lado el uso rioplatense del voseo, e incluso los diminutivos.

Fue autor de más de 30 libros y recibió importantes reconocimientos literarios. El mexicano Carlos Monsiváis ya había definido su obra en el texto “Juan Gelman: ¿Y si Dios dejara de preguntar?”, como un “ir y venir entre las atmósferas de todos los días y la reflexión sobre la escritura poética, la pesadumbre de la patria perdida, de los seres amados destruidos por la dictadura, de la revolución que no llegó, del exilio que se compensa de un modo sustancial por los nuevos arraigos, de la composición de circunstancias”.

Al conocerse la noticia de su fallecimiento, cientos de personas en el mundo, entre las que se encuentran escritores, críticos, editores y lectores, se refirieron a estas particularidades que Monsiváis describió. “Miente la muerte cuando dice que Juan Gelman ya no está”, escribió ayer Eduardo Galeano en el diario argentino Página/12, en el que Gelman publicaba su columna semanal desde la primera edición: “Él sigue vivo en todos los que lo quisimos, en todos los que lo leímos, en todos los que en su voz hemos escuchado nuestros más profundos adentros”.

La periodista y escritora Elena Poniatowska, reciente ganadora del Premio Cervantes, expresó al diario azteca La Jornada que se trata de “una pérdida terrible para la poesía y también para México” y agregó que “la suya es una poesía muy inteligente, muy respetada por todos”. Por su parte, la escritora y dramaturga argentina Griselda Gambaro dijo que ésta era una suerte de catástrofe que, en este caso “se lamenta doblemente, porque Gelman fue un renovador del lenguaje y, como decía el filósofo Gilles Deleuze, los grandes escritores son los que encuentran la lengua extranjera en la propia lengua”.

Esta breve selección expone una señal de infinito dolor sobre la obra de este poeta, que supo retratar lo que el lenguaje no había logrado, y desplegó juegos poéticos que alcanzaron espacios inimaginados.