-¿Militaste en política en los 60?

-En términos generales. Hice sindicalismo universitario en la FEUU [Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay], como todo el mundo, y soy socio fundador del comité Chucarro, del Frente. Hasta 1980, más o menos, fui frentista. Desde ese entonces no tuve nunca más adhesión partidaria, y me jacto de haber votado a todo el mundo, pero me considero independiente, por supuesto, hace 35 años.

-¿Dónde estudiaste cuando cerraron el Instituto de Ciencias Sociales (ICS)?

-Cuando vino el golpe de Estado a los interinos los echaron, pero a los efectivos nos hacían ir una vez por mes a decir “presente”, no hacíamos nada. Cuando vencieron nuestros cargos no nos renovaron y nos sacaron “legalmente”. Traté de ir a FLACSO, en Santiago de Chile. Me aceptaron, pero cayó el golpe de Estado allá y FLACSO cerró sus cursos. Era un ambiente complicado. Más que acá. Carlos Filgueira, el director del ICS, me dio una mano. Justo en ese año, 1974, se abría el curso de posgrado de la Fundación Bariloche. Fue una especie de shock. Terminé el grado en dos años y medio y volví. Se me ocurrió que en el fondo la sordera no era un obstáculo y que podía irme a Estados Unidos. Delirante. Finalmente me fui a Yale, donde me habían hecho una buena oferta, entre otras cosas porque ahí había hecho su doctorado Guillermo O’Donnell, que me había recomendado. En aquel momento el Departamento de Ciencia Política de Yale era el mejor en los rankings. Ahí conocí a tipos eminentes que me ayudaron a pensar de otra manera y me hicieron la persona que soy ahora.

-A uno de tus guías en Yale, Juan Linz, lo influyó haber visto el falangismo y el nazismo y a otro, Robert Dahl, la pobreza. ¿Qué cosas pensás que te definieron?

-A mí me pasó con mis amigos de mi pequeño círculo universitario, que eran tipos que querían hacer la revolución. Yo también, pero como tenía esa veta de tipo inquieto en la reflexión sistemática, empecé a tomar distancia del asunto. Leer El capital era dificilísimo, pero era razonablemente útil. Más útil aún era El manifiesto comunista. Pero cuando uno agarraba La revolución en la revolución ,de Régis Debray, hasta el más chorizo se daba cuenta de que ahí había algo raro, cosa totalmente confirmada por los acontecimientos posteriores. Había una frivolidad intelectual, una forma de ser muy dañina para mucha gente. Cuando me convencí de que en realidad yo era esa cosa soreta que se llamaba con enorme desprecio en aquella época “socialdemócrata de mierda”, me decidí a tratar de entender a aquellos amigos. De alguna manera me he pasado la vida tratando de descubrirlo.

-¿De qué pensabas vivir cuando volviste?

-Con César Aguiar teníamos una relación amistosa desde hacía 20 años, desde la época del ICS. Cuando yo me fui a estudiar César se quedó; fundó lo que hoy es Equipos. Cuando vino la apertura, con las elecciones de 1984, Equipos empezó a hacer opinión pública. Me invitó a ser consultor para una encuesta sólo montevideana. Era un negocio en especia: yo hacía consultoría gratis pero accedía a toda la información y la podía usar en mi tesis de doctorado. Funcionó, pero no podía vivir de eso. César me dijo: “Sordo, ¿por qué no comprás un paquetito de acciones de Equipos y te transformás en el director de opinión pública de Equipos, en vez de ser consultor?”. Y lo hicimos.

-¿Por qué te fuiste de Equipos?

-Lo de siempre: algunas discrepancias legítimas y cuestiones de testosterona y de egos, probablemente más importantes. Al principio estuvimos muy distanciados. Después pasamos a ser competidores más pacíficos y a hacer algunas cosas juntos.

-Escribiste que acá se pasó de pensar que los encuestadores estaban comprados a pensar que tienen desvíos de orden ideológico-moral, lo cual te parecía un avance.

-Hace poco Ombú me dedicó una caricatura: Lacalle Pou me dice algo en inglés y después algo en español, y yo le contesto “how much?” extendiendo la mano, o sea, “¿cuánta guita hay para que diga lo que vos querés que diga?”. Eso ahora es raro. El insulto de vendido pecuniariamente fue desplazado con el correr de los años al insulto de vendido como operador político, alguien con la camiseta, que busca sus propios fines.

-¿Cómo es el trato con los políticos?

-La política acá, a Dios gracias, tiene un componente amateur todavía muy fuerte y es muy pasional, entonces se calientan en serio. Te tratan menos en el ámbito privado. Las calenturas son reales. Desconfían en serio.

-¿Las encuestas influyen en el electorado o en otros circuitos? Capaz que ahí está la raíz de esos enojos.

-Las encuestas empiezan a tener un poquito más de incidencia, pero es indirecta y es limitada. Que Fulano vaya a más y Mengano a menos es importante, sí, porque tiene que ver con la idea del “voto útil”, pero el problema es que las encuestas son una pequeña parte de eso; tanto o más importante que ellas son las conversaciones de la gente, lo que chamulla en las oficinas, los amigos, ese contacto primario. Los medios son mucho más importantes que la encuesta, ¡por favor! El de las encuestas es un papel limitado, pero entre las elites políticas tienen mucho más impacto, en particular no tanto en la campaña electoral, sino en la formación de coaliciones que determinan el paquete de candidaturas. Capaz que eso es malo, pero si lo mirás del otro lado quiere decir que las encuestas dan información no contaminada de la situación, y están facilitando la construcción de alianzas más apropiadas.

-También influyen en los aportes para las campañas, ¿no?

-También. Pero eso está en una cancha intermedia entre lo que pasa por el público y lo que pasa en las elites políticas. Con la guita es un cálculo más prudencial. La gente tiene que cuidarse el bolsillo, y está bien.

-El día de las elecciones, cuando aparecés en televisión, ¿hay presión para anticipar el resultado o está implícito que hay que apurarse?

-Es mucha adrenalina. Mucho riesgo. Es un hervidero. Una experiencia muy notable. Después de eso uno queda blandito. He sido bastante prudente. La única vez que metí la pata ya era un muchacho grande, que fue en el famoso referéndum [por la anulación de la Ley de Caducidad]. Había una montaña de evidencias tan brutal y era todo tan sesgado, que nos parecía que iba a salir. Y no salió. Me quedé muy golpeado con la experiencia y me tuve que disculpar públicamente en cámara. A mucha gente le importaba mucho. Era una cagada grande. A veces uno le erra, pero de ese calibre fue la única.

-¿Hay algún parecido entre la anulación de la Ley de Caducidad y la reforma para aprobar la baja de edad de imputabilidad?

-Tal vez no tanto, porque aquello es un tema mucho más pasional. Éste es menos cargado. Lo que ocurre es que la gente se deja agarrar muy selectivamente, y los que se dejan agarrar responden la “no respuesta”: no saben. Es muy diferenciado del resto del electorado. Entonces tenés la sumatoria de las dos cosas: que algunos rechazan la entrevista y otros no contestan. No tenés forma de saber qué piensan y lo único que podés hacer es contarlos, que no es poco.

-El crecimiento del FA en la encuesta difundida la semana pasada en Canal 12 ¿se interpreta como una tendencia, tal como se leyó el crecimiento anterior del PN?

-El PN viene con una tendencia de crecimiento, lenta pero estable, desde febrero. La última encuesta ratifica esa tendencia: sube un punto porcentual de agosto a setiembre. El FA también venía con una tendencia desde febrero, igualmente lenta pero estable, en este caso a la baja. Lo que muestra la última encuesta es que esa tendencia se frenó, y el FA comenzó a repuntar (dos puntos en el último mes). Pero no sabemos si esto es una nueva tendencia. Para eso hay que esperar que nuevas encuestas lo ratifiquen o rectifiquen. Para hablar de “tendencia” se entiende que tiene que haber al menos dos cambios consecutivos en la misma dirección.