“Pensamos que Uruguay era más moderno”, admitió en declaraciones a la agencia Efe la directora de Cifra, Mariana Pomiés, a modo de explicación de la escandalosa diferencia entre las predicciones de las encuestas y los resultados finales de las elecciones (ver http://ladiaria. com.uy/UFo).
La explicación, en verdad, es bastante razonable. Habla de la capacidad de Luis Lacalle Pou para seducir no tanto la opinión del electorado sino la de quienes, por su control de medios de comunicación, empresas encuestadoras y otros capitales económicos y simbólicos, son capaces de transformar su opinión en “opinión pública”.
El dinamismo, la innovación, la frescura y la renovación son palabras que les gustan a los políticos, los emprendedores, la gente del marketing, a las personas que comprarían una biografía de Steve Jobs. Pero quizá no tanto al resto de la gente, y quizás eso es algo que debería saber una empresa cuyo trabajo es saber qué piensa la gente.
Incluso entre los intelectuales de izquierda existe la idea de que hoy la política es el marketing, las encuestas, los spots, la imagen de los candidatos, la “nueva política”. Para algunos eso es algo bueno. Para otros, una catástrofe. Pero el hecho de que tantos lo hayan creído habla de la capacidad de producción ideológica de ciertos sectores económicos.
A veces, el mundo se rebela ante la ideología y las cosas no suceden como los sentidos comunes construidos lo esperan. En parte, eso fue lo que ocurrió el domingo. Primero, porque los que estaban tan convencidos de que “lo moderno” era representado por Lacalle se olvidaron de que la campaña del Frente Amplio (FA) fue igual de modernista, igual de obsesionada con la tecnología e igual de fetichizadora del crecimiento que la de su rival.
Pero en segundo lugar, y más importante, porque la otra forma de hacer política, la vieja, parece haber tenido un lugar no menor en la campaña. Mientras la prensa se obsesionaba con los spots, las proezas atléticas y los jingles, en las calles se vivía un crescendo de movilización de izquierda que indicaba que algo más estaba pasando. La marcha de la diversidad, las movilizaciones del PIT-CNT y el SUNCA, la marcha de No a la Baja, la marcha nacional por la tierra, la vida y el agua, así como los actos de masas del FA en el Cerro y en Punta Carretas mostraron una ciudadanía muy distinta de la abúlica, apolítica y desinformada que, según las encuestas, define las elecciones.
¿No será que es la otra parte de la ciudadanía la que define el rumbo de la política? ¿No será que la participación, lo colectivo y la voluntad de poner el cuerpo juegan en algo? ¿No cambia nada que a tres días de las elecciones el FA demuestre su fuerza concentrando 300.000 personas en la costa del este de Montevideo, hogar de profesionales y miembros de la “clase media-alta” que supuestamente la coalición había perdido?
Quizás tengan que volver al análisis político categorías que no les gustan a los analistas neutrales y científicos, como “masas” y “militancia”. No para decir que las encuestas no importan, sino para entender que la política es más que eso, y que decir que su forma actual es la mediada por grandes empresas y medios privados de comunicación, más que una intervención científica, es una intervención política.
Obviamente, no estoy diciendo que todas esas movilizaciones tuvieran como razón de ser el respaldo al FA, ni que la buena votación de éste se deba únicamente a ellas. Estas movilizaciones van más allá del FA y de la política partidaria. Pero el hecho de que después de estos meses de movilizaciones de izquierda la campaña terminara con una muy buena votación del FA, junto con la pérdida de bancas por parte de los partidos tradicionales, la llegada al Parlamento de Unidad Popular y la derrota del plebiscito que buscaba bajar la edad de imputabilidad nos tienen que hacer por lo menos considerar que estas cosas estuvieron relacionadas de alguna manera.
Ningún analista previó (yo tampoco) que el resultado de las elecciones fuera un corrimiento a la izquierda de todo el sistema político. Pensaban que la política es lo que hacen los operadores. Pensaban que los uruguayos éramos más modernos. Por suerte no lo somos. Y por suerte también, sabemos que estas luchas no se terminan cuando se terminen los jingles.