Su rutina es así: madrugar, esperar que el patrón los pase a buscar en un camión chico, llegar al viñedo a las 7.30. Una vez allí, respirar y sentir el olor del campo, doblar el lomo, podar, cortar las ramas que no tengan brotes, levantar troncos, alambrar, manejar un tractor o arreglarlo, secarse el sudor de la cara, almorzar, retomar la tarea y esperar, otra vez, a que los lleven de regreso en el mismo camión al mismo lugar. A las 19.00 están listos para bañarse, comer y dormir. Tratan de no pensar, pero despiertan y saben que la oportunidad es esa rutina: sentir la tierra en las manos y el sol en los hombros, ganar unos pesos y mandárselos a la familia, pasar el día fuera de la cárcel de Juan Soler, en San José.

En Uruguay hay cerca de 10.000 presos; unos 118 están en Juan Soler, y ocho de ellos trabajan en las bodegas Castillo Viejo, una empresa vinícola de 110 hectáreas ubicada a 20 minutos de la cárcel. Son todos hombres. Algunos fueron procesados por el delito de rapiña, otros por suministro de estupefacientes y uno por violación. Todos quieren exactamente lo mismo: conseguir la libertad cuanto antes, y todos hicieron mérito para obtener el permiso del juez, trabajar fuera de la cárcel y poder redimir su pena. Cada dos días trabajados, se descuenta uno de pena.

La oportunidad laboral surgió porque el Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados (PNEL) tiene un convenio con Castillo Viejo desde agosto. La empresa planea integrar a dos presos más, y en un par de meses, cuando arranque la zafra, trabajar en total con 40 privados de libertad. El encargado general de la bodega, Javier Peraza, aseguró que emplear presos “da tranquilidad”. “Contás con un personal estable, que no te falta, que llega en hora y cumple toda la jornada, que aprende rápido y se esfuerza por mantener lo que consiguió”, explicó, y destacó su “disposición” hacia el trabajo: “Son los que llevan la iniciativa”, y eso “es una gran ventaja porque ordena al grupo”.

El convenio con la bodega no es el único que tiene el PNEL. Desde 2012, aproximadamente 650 presos han pasado por diferentes empresas que ofrecen pasantías que pueden renovarse o convertirse en un trabajo fijo incluso cuando salen en libertad; entre ellas se encuentran UTE, CUTCSA, la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Focap, intendencias, alcaldías y el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop), que brinda talleres de capacitación de oficios. Del total de los presos que trabajan fuera de la cárcel “hay una reincidencia de 6%” frente al 53% que vuelve a delinquir si no trabaja, recordó el coordinador del área laboral del PNEL, Martín Quiró, e hizo énfasis en la importancia que tienen la capacitación y el empleo para los presos. “La fotografía que tenemos [de los presos] nos dice que son personas jóvenes, con primaria incompleta, en su mayoría jefes de hogar con muchos hijos, desempleados crónicos con muy poca capacitación”, explicó, y argumentó que por eso es necesario que se eduquen, para “cambiar el chip” de la cabeza -reemplazar los códigos carcelarios por los que se manejan fuera, adecuarse a la rutina-, y así lograr mantener un trabajo.

“Todos estamos tratando de rehabilitar a esta gente”, dijo Peraza, el encargado de la bodega, y agregó que el aprendizaje de nuevas habilidades es otra de las cosas que le dan “tranquilidad”. Como consecuencia, la empresa y el PNEL acordaron terminar dos horas antes la jornada de trabajo durante las próximas semanas para que se capaciten en las tareas del viñedo y certifiquen los saberes. “La idea es que se vayan con un currículo con lo que sepan hacer y que les sirva en un futuro”, explicó. La “empresa tiene las puertas abiertas” y “sería ideal que [al salir de la cárcel] se quedaran”. “Yo me doy cuenta de que son privados de libertad cuando llego al establecimiento y los tengo que dejar”, dijo Peraza, y contó que desde que los emplearon, la productividad del viñedo aumentó 60%. Antes de que llegaran había 16 personas trabajando en forma fija, pero no daban abasto, porque generalmente los que entraban cortaban la jornada a la mitad del día o sencillamente no iban.

El hábito no hace al monje

Cuando se confirmó la integración de los presos al escuadrón de trabajo, la empresa, junto al PNEL, hizo una reunión con todos los empleados “porque la gente de afuera tiende a verlos vulnerables y a protegerlos”, y ésa no era la idea, porque en definitiva “son uno más del montón” y no hay que olvidar que “por algo están presos”. La charla “generó ansiedad, todos estábamos ansiosos por que llegaran”, aseguró. Finalmente llegaron, se “adaptaron rápido” y la ansiedad era tanta que Peraza pidió fijar otra reunión, esta vez con los psicólogos del PNEL, para tratar el tema de por qué están presos y cómo es vivir en una cárcel. La curiosidad de los empleados era “tremenda”. Se decidió que lo mejor era “entender [y que los presos dijeran] que habían cometido un error y lo estaban pagando”.

Y eso fue lo que dijeron. Todos tienen un proyecto para cuando salgan: trabajar. Todos quisieran salir antes de tiempo y todos tienen a alguien que los está esperando afuera. Es el caso de Sergio, de 26 años. Ahora está “pagando” su delito. “Estoy por rapiña hace dos años. Me dieron siete años y siete meses”, dijo, mientras avanzaba paso a paso, con la espalda curva, para cortar las ramas secas y sin brotes por la plantación de uvas en lira abierta -en forma de V- que aún no están listas para cosechar. Ese trabajo, para él, es “una oportunidad, no sólo para mí sino para los demás compañeros que están privados de libertad”, reconoció. “Hay que ser responsable, tener buena conducta, levantarse temprano y hacer las cosas bien” para que las oportunidades lleguen, concluyó. Sergio empezó a trabajar en la bodega el 18 de agosto, y considera que el premio es que “salís del encierro”; además, “estás redimiendo [pena] y ayudando a tu familia con algún peso”. “Está bueno” no depender de nadie, “te rinde porque a mí no me gusta pedir que me manden para comprar una pasta de dientes, una remera”.

Cobran el mismo sueldo que cualquier otro empleado que desempeñe la misma función. Una parte se destina a su peculio, que cobrará al salir, otra es para su familia, y otra, la menor, se la queda él. No se queja. “Me dieron la oportunidad y la estoy aprovechando. Salir del encierro te cambia la rutina, no estás todo el día trancado”.

Sergio tiene una familia que lo espera y una abuela que le guarda los recibos de sueldo de los trabajos que tuvo antes de caer preso. Sabe que cuando salga va a “estar bravo”, pero tiene cierta tranquilidad: “Yo aporté al BPS, y eso me sirve a la hora de buscar trabajo”, dice; espera.

Javier, de 34 años, también dijo que “estaba por haber cometido un error”, pero después, cuando empezó a contar su historia, aseguró que estaba ahí por una “confusión”, porque “mi suegra denunció que toqué al gurí”, dijo, y siguió cortando ramas. Él también quiere salir cuanto antes; hace un año y seis meses que está preso, pero si todo sale bien, calcula que estará libre en marzo de 2015. Es el más nuevo en el grupo, entró hace nueve días y dice que le gusta estar en un viñedo, porque siempre trabajó en las quintas, y esto es lo más parecido que hay a las quintas estando en la cárcel. Javier tiene una esposa y niños que lo están esperando.

Rodrigo, de 29 años, también tiene familia y una esposa emprendedora que quiere poner un supermercado y que lo está esperando. Cayó por rapiña hace un año y ocho meses, el juez le dio cuatro. Sabe que se mandó “una cagada”, que cometió “un error y hay que aceptarlo”, y también que “uno se da cuenta de lo que tiene cuando lo pierde”. Reconoció que estar alejado de su familia, principalmente de su esposa y cuatro hijos, se le ha hecho “muy difícil”.

Esas mismas palabras usa para describir el sentimiento Quiroga, esposo y padre de una nena. También está preso por rapiña, según él, mal juzgado, pero ahí está, redimiendo, juntando las ramas secas de la plantación, apilándolas sobre un armazón de madera que tira un caballo. Le quedan tres años, y hace un año y seis meses que está ahí.

Hasta acá los primarios. También están Michael, de 42 años, y Daniel, de 34, ambos procesados por quinta vez por suministro de estupefacientes. Michael maneja el tractor mientras Daniel alambra, poda, levanta ramas. Ambos tienen ganas de salir, ambos reconocen el error y juran que nunca más. Ambos tienen familia que los esperan y proyectos de trabajar para sustentarla.

Sergio, Javier, Rodrigo, Quiroga, Michael y Daniel. Seis de los ocho afortunados de Juan Soler. Seis “trancados” que aseguran que su conducta -últimamente- ha sido intachable, y que esperan redimir y achicar la pena, que quieren otra oportunidad. Seis hombres que quieren la libertad.