A partir de los resultados de la elección del 26 de octubre, en Uruguay se estaría inaugurando un fenómeno político-religioso denominado “bancada evangélica”. Con la reelección del diputado evangélico bautista Gerardo Amarilla en Rivera y la aparición del pastor neopentecostal Álvaro Dastugue -diputado suplente por Montevideo de Verónica Alonso, que asumirá en el Senado- se conforma esta pequeña bancada evangélica con dos representantes del Partido Nacional.
El impacto de lo religioso en la esfera político-partidaria no es una novedad para Uruguay, pero vale la pena atender cuáles son las nuevas formas en que se expresa.
En la historia nacional encontramos expresiones religiosas en los partidos políticos, como el Partido Demócrata Cristiano en el Frente Amplio (FA), la Unión Cívica en tanto partido católico y la presencia destacada de miembros de la colectividad judía en los gobiernos de diferentes partidos. Tampoco es novedosa la presencia de los evangélicos en el Parlamento uruguayo; han estado desde comienzos del siglo XX, especialmente provenientes de las comunidades valdenses del departamento de Colonia.
Lo novedoso para Uruguay es la llegada al Parlamento de un líder religioso -en su calidad de pastor de la iglesia Misión Vida para las Naciones- que utilizó la estructura religiosa, social, empresarial y mediática para alcanzar un objetivo político partidario (ver nota “Del templo al Parlamento” en www.dioseslocos.org).
A partir de ahora, nuestro Parlamento contará con dos fervientes evangélicos de corte conservador. Las preguntas, entonces, serían: ¿Cuál será su agenda? ¿Para quiénes legislarán? ¿A quiénes representarán? ¿Qué rol jugarán las iglesias? ¿Qué lugar ocupará lo religioso en sus declaraciones?
Si tomamos como referencia los discursos del pastor Dastugue -antes de ser electo- y los principales planteos de Amarilla como diputado, podríamos adelantar que sus propuestas estarán enfocadas en temas como salud sexual y reproductiva, matrimonio igualitario, regulación del mercado del cannabis y la participación de organizaciones como Beraca en políticas públicas. Dicha organización es dirigida por el cuñado del diputado Dastugue, Gavo Silveyra, quien hasta las elecciones internas del 1º de junio era el “otro candidato pastor” promovido por su suegro, el “apóstol” Jorge Márquez.
El tipo de política que podemos esperar está relacionada con las voces e intereses más conservadores de las iglesias evangélica neopentecostal y católica. El discurso político-religioso estará fuertemente centrado en la defensa de “los valores y la familia” como realidades inalterables, que serán los ideales mientras tanto se defiendan los tradicionales.
Fenómenos similares -de más larga data y mayor envergadura- pueden ser observados en otros países. Un caso paradigmático es el de Brasil, con una “bancada evangélica” compuesta por 80 diputados y una líder política evangélica como Marina Silva -proveniente del movimiento ecologista y de la iglesia pentecostal Asambleas de Dios-, que aunque se mantuvo durante más de 20 años por fuera de esta “lógica” político-religiosa, en los últimos meses de campaña transó con el poder religioso evangélico conservador y buscó captar parte del preciado electorado de aproximadamente 22 millones de “votos evangélicos” en su país. También podemos recordar otros casos, como el del ex dictador guatemalteco Efraín, que era pastor pentecostal, o el del ex presidente de Perú Alberto Fujimori, que estableció alianzas con decenas de pastores en la década del 90. Hoy en casi todos los países de América Central hay bancadas con decenas de diputados evangélicos y católicos que se suman en alianzas, para comulgar en este nuevo “ecumenismo” político, con un fuerte foco en los temas vinculados al control del cuerpo.
Esto no significa que todos los evangélicos han estado, están o estarán de acuerdo con esto. La comunidad evangélica uruguaya es muy diversa y no es tan simple, en este acotado espacio, hacer justicia a la diversidad de su participación en la política uruguaya, y mucho menos en la latinoamericana, en la que ha hecho importantes aportes desde la Teología de la Liberación y el movimiento ecuménico, en diálogo con los movimientos sociales. En el caso uruguayo, la historia política ha invisibilizado la participación de pastores y laicos protestantes, especialmente valdenses y metodistas, como Emilio Castro (fundador del FA), Ademar Olivera, Heber Cardozo, Helmut Winkler, Carlos Delmonte y Julio Santa Ana, quienes tuvieron un incansable compromiso con los derechos humanos, la resistencia a la dictadura y la opción preferencial por los pobres.
El concepto “evangélicos” proviene de la Reforma protestante. El hito fundante de este movimiento fue el momento en que Martín Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, como símbolo de protesta contra el abuso de poder que ejercía la Iglesia católica romana medieval. En ese manifiesto condenaba la corrupción de la Iglesia romana, la venta de indulgencia (para salvación del alma), el abuso de poder por parte de los religiosos, la infalibilidad papal y la instrumentalización política y económica para la manipulación de los y las creyentes. El 31 de octubre de 1517 simboliza la ruptura de la hegemonía religiosa de Roma. La pertinencia de la Reforma protestante se presenta como una contrapropuesta a intentos hegemónicos de corte medieval actuales, como son las estrategias político-partidarias de las iglesias neopentecostales y seudoevangélicas.
Hoy no sólo es Halloween. Pero si la “bancadita” fuese “bancada” y dominara el Parlamento, también esta celebración estaría prohibida.