-¿Qué implica el proceso de acompañamiento?

-Arrancamos apoyando el proceso de selección de las familias. Preparamos un material mostrando aspectos claves, como las características culturales y socioeconómicas, porque cuanto más claro tengan el lugar a donde vienen más fácil va a ser para ellos el proceso posterior. Era importante que supieran que Uruguay es un país con desigualdades, con sistemas de servicios y de asistencia social importantes pero también con muchas dificultades. Sabíamos que ellos no iban a tener experiencia de personas durmiendo en la calle, cosa que no sucede en esas regiones porque puede haber más o menos carencias económicas pero hay lazos muy fuertes entre las familias. El sistema educativo acá es mixto, laico, obligatorio, y hay temas de violencia de género y violencia doméstica que son diferentes de una cultura a otra. Nosotros vamos a acompañar todo el proceso: el período durante el cual van a estar con los maristas, cuando se realojen en sus casas definitivas, los dos años durante los que van a recibir apoyo económico del Estado -subsidio económico y acompañamiento- y los seis meses siguientes a esos dos años, para ver si efectivamente se logra la autonomía y se hace en buenas condiciones. Vamos a ver cómo se articula todo -salud, educación, recreación, capacitación laboral, inserción en el medio, adaptación cultural- y vamos a ajustar esta primera experiencia a las 72 personas sirias que vengan en febrero.

-¿Qué te parecieron las manifestaciones de solidaridad?

-Hubo una muy buena recepción; a mí me sorprendió. El hecho de que lleguen por intermedio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados [ACNUR] y de que en Siria exista una crisis humanitaria seria favorece que la población se sensibilice. Las imágenes de los vecinos en Villa García con los carteles son algo con lo que uno no puede no emocionarse, pero me sorprendió el consenso social.

-¿Por qué te sorprendió tanto?

-Porque la recepción que Uruguay en general les da a los extranjeros no es ésta ni mucho menos. Dominicanos, africanos, centroamericanos y personas de países andinos sienten el racismo cotidianamente, el desprecio, reciben insultos en la calle, son ignorados en los comercios, acceden a los peores puestos de trabajo, y el manejo que se da en la prensa es totalmente diferente. La prensa trabajó mucho, en un sentido muy positivo, para que la recepción de los sirios fuera así, mientras que lo que pasa con los centroamericanos es totalmente lo contrario. Creo que la sociedad uruguaya, que es tan cerrada y tan chata, tiene la contracara en ese amor por lo exótico. Los sirios son personas diametralmente opuestas a nosotros; toman mate y es lo que nos aproxima, pero viven en una realidad completamente diferente y vienen de una situación de devastación, y eso en este caso fue tomado como un rasgo positivo. Para otros inmigrantes funciona al revés: son diferentes, entonces no tienen que estar acá. Hay notas de vecinos de la Aguada que juntan firmas porque los dominicanos escuchan la música muy alta en la plaza. Se trata de gente que vive en pensiones en las que duermen tres por cama: ¿dónde van a escuchar música si no es en la plaza? La diferencia cultural, en este caso, es identificada negativamente; en el caso de los sirios también funciona la identificación de la diferencia cultural, pero como rasgo positivo. Si uno trabaja para sacar lo mejor de esta situación, como pasó con los sirios, la gente responde, pero si uno trabaja para el otro lado, también.

-¿Cómo es el tema de género en la cultura siria?

-No es un país que históricamente sea muy cerrado, en el sentido de pensar la organización doméstica sólo como manda el Corán. Por lo que pudimos observar hay apertura a que niños y niñas continúen sus estudios, y creo que no van a existir mayores problemas. No descartaría que pueda haber alguna situación de violencia doméstica, pero nosotros también tenemos ese problema en nuestra sociedad. Trabajamos mucho con el tema de respetar el velo, de dejar que cada familia haga su proceso en relación con las costumbres, que definan qué quieren mantener o modificar; es un proceso largo. Hay niñas que ya estaban usando velo y niñas que pasarían a usarlo acá [se usa a partir de la primera menstruación]. Es una transformación radical para ellos: perder un contexto cultural, perder la proximidad o la expectativa de reencontrarse con sus familiares en un tiempo corto.

-¿Qué aprende el Departamento de Antropología Social de esta experiencia?

-Muchas cosas. Es una experiencia fantástica. No es el primer programa de rea-
sentamiento de refugiados que hay en Uruguay, ACNUR tiene el programa de reasentamiento de colombianos, pero es la primera vez que hay un programa tan numeroso y tan fuerte de reasentamiento, y en un contexto tan distinto. Es la primera vez que vamos a poder pensar muchos temas de coordinación y articulación con el Estado, de instrumentación de una política, de inserción de un colectivo que es distinto. Nos permite pensar las formas en las cuales Uruguay se piensa como un país homogéneo, integrado; aunque cada vez menos, todavía es muy fuerte esa idea de país integrado. Todo el proceso de integración de estos niños en la escuela va a ser riquísimo para arrojar luz sobre el proceso mismo, pero también sobre qué es ese Uruguay que nosotros imaginamos, hasta dónde somos un país solidario, de acogida, integrador.

-¿Qué se puede hacer para que otros refugiados sean bien recibidos?

-No sólo refugiados sino también con migrantes. Se puede trabajar mucho más en términos de educación y de formación para que realmente nos volvamos un país de acogida y no sólo en el discurso. Los programas del Estado para el reasentamiento son políticas muy concretas y tienen sus límites respecto de la población a la que se dirigen. Me parece que es una excelente iniciativa del Estado y que se debería seguir haciendo, no sólo con Siria sino con otros países que también lo necesitan. Hay que trabajar en la escuela, en el sistema de salud, porque podemos estar de acuerdo con que vengan, pero hay historias de campo que son fantásticas, como el caso de una maestra que el día de un partido de Uruguay les pintó la cara a todos los niños de celeste y blanco y a un niño cuyos padres eran peruanos no lo quiso pintar porque no era uruguayo. En materia de legislación estamos bien y estamos mejorando, pero hay que apoyar mucho en otras cosas. El ideal es que esos niños no vayan a la escuela con un cartel que diga ‘soy refugiado y me tienen que ayudar’ sino como alguien más que se integra a nuestra sociedad, como puede ser un inmigrante, el hijo de un diplomático o el de un retornado que nació en otro país. ■