Es la zona cuya esquina principal es la de Juan Carlos Gómez y Piedras, bordeada por Bartolomé Mitre, la rambla 25 de Agosto, Ituzaingó y Cerrito. Cuando existía una entrada al puerto por Juan Carlos Gómez, estas calles eran parte del “bajo” de la ciudad, poblado por bares de copas, cabarets y pensiones. Después, los bares se corrieron hacia la entrada actual del puerto, mientras que en esa zona se mantuvieron algunas pensiones y se multiplicaron los inmuebles vacíos, algunos ocupados para vivir y a veces comerciar, por ejemplo, vendiendo pasta base.

Hace un año hubo un cambio importante; los vecinos con los que conversó la diaria y los impulsores del proyecto de reactivación están de acuerdo en que, desde que las esquinas de Ciudad Vieja cuentan con cámaras de seguridad, en estas calles hay menos violencia y tristeza.

El Bajo se llama el proyecto que busca revitalizar la zona otorgando inmuebles en comodato -un préstamo mediante contrato- a distintos artistas. El proyecto surgió de fondos de inversión privada con titulares uruguayos, argentinos y un italiano, quienes compraron edificaciones baratas en la zona, desvalorizada pero interesante desde el punto de vista histórico y arquitectónico. El centro administrativo funciona en la Casona Mauá, una construcción con valor patrimonial, que en su origen perteneció al brasileño vizconde de Mauá, después fue propiedad del Banco Hipotecario del Uruguay y desde hace cinco años le pertenece al núcleo de inversores.

Hace dos años, la estrategia de la Casona Mauá para valorizar la zona y los inmuebles adquiridos tomó el giro de los comodatos. La idea de base es que el arte y la cultura son buenos para reactivar un contexto urbano como éste. Según Martina Capó, gestora cultural del proyecto, “el artista se la juega y está en un lugar que para otros es inseguro”, por eso “es una muy buena ficha para tomar como motor de acción”. Además, algunos locales están en mal estado y se espera que los artistas puedan repararlos. La pintura y los materiales las aportarán marcas del rubro, porque El Bajo busca la participación de las empresas.

La idea de Casona Mauá es que los proyectos artísticos puedan autosustentarse en el futuro. La selección de artistas fue realizada “por conocimiento, por llegada”, por la gestora, que trabaja hace tiempo en el medio cultural y buscó generar una propuesta variada donde mezclar artistas y públicos. Según Capó, fue condición para la selección que los artistas se involucraran con el entorno humano de la zona.

La carta

Las propuestas cubren artes plásticas, performance, danza, teatro, música e instancias de reflexión y debate acerca del proyecto El Bajo. Los locales suelen mantener el nombre del último comercio que funcionaba en el lugar. La nueva Casa Mario fue una de las primeras en empezar a funcionar, hace cerca de un año. En principio llegó Sebastián Alonso, artista que desarrolla su carrera poniendo en relación ciertos contextos con los vínculos artísticos y sociales que se generan en ellos. Se sumaron al espacio, para desarrollar proyectos propios o generar sinergias varias, los artistas Tamara Cubas, Rita Fischer, Ana Ro, Eloísa Irazábal, Paula Delgado y Miguel Facciolli, y el arquitecto Rafael La Paz. El contrato de uso de este local es por un año, con opción a dos.

El colectivo formado por Nicolás Sánchez, Alfalfa, y Juan Contreras, pintores y muralistas urbanos, firmó un comodato por seis meses como intercambio por la realización de un mural que cubre el frente de un inmueble hoy deshabitado y hasta hace poco ocupado sin permiso. Todavía no se sabe cuál va a ser el destino de esa construcción en mal estado, pero sí se sabe que el mural, pintado sobre paneles y no sobre la pared, se va a reutilizar en otro espacio. Los artistas ya se instalaron en Casa Wang para generar un taller y mostrar, en instancias puntuales, su producción. Sobre El Bajo y su participación en el proyecto, Sánchez expresó: “Me parece muy interesante, me siento muy satisfecho de contar con un local que de otra manera no podríamos tener. Te diría, en resumen, que para mí es una maravilla que estén pasando estas cosas”.

Casa Ñandú funciona desde hace casi un año. En principio, se reparó el local y ahora se instaló un laboratorio musical, estudio, sala de ensayo y pequeño escenario para toques y colaboraciones entre músicos. Este mes se empieza a dictar clases abiertas con referentes en asuntos musicales, contó Paulo Amorín, encargado del local, miembro de la banda residente The Algún Dios y últimamente profesor de música para niños del barrio. “Estoy encantado con este proyecto, me siento muy bien. Estoy agotado de la mente pero contento del corazón”, dijo. Sobre la evolución del proyecto, espera que “se sostenga la autenticidad, que los ideales de ahora, cuando se hace todo a pulmón, se mantengan, porque cuando empieza a funcionar puede ocurrir que el centro pase a ser lo comercial, en lugar del arte”. Es optimista cuando opina: “Acá se juntó mucha gente talentosa, se está generando un movimiento que está súper interesante”.

Otra de las propuestas es el Laboratorio de Cine Artesanal 16mm de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC). La fundación tenía su domicilio en la zona hasta 2011 y ahora vuelve con esta propuesta. Ensayo Abierto se llama un lugar que llevan adelante actores y actrices que proponen un trabajo no convencional desde la utilización del espacio. Sería más “un club de teatro” que una sala, dicen. Las propuestas no son comerciales; reciben gente en los ensayos, piensan abrir en fechas puntuales, sin cobrar entrada, y trabajan más cerca del concepto de intervención que de obra teatral, buscando la participación del barrio.

Completa el proyecto la ex Pensión Milán, donde se dice que el escritor Juan Carlos Onetti terminaba las noches que pasaba en el bajo. Ahora, con el nombre Old City, allí alternan diferentes propuestas artísticas. Quienes conocen el lugar dicen que tiene muchísimas habitaciones dispuestas de manera que hace pensar en una ciudad. Para Martina Capó, su mejor destino sería que se convirtiera simultáneamente en sede de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático y del Laboratorio de Cine de la FAC. Está haciendo gestiones para concretarlo, y cree que el movimiento estudiantil activaría la zona después del atardecer.

La reflexión es más fuerte

Desde Casa Mario, mediante jornadas que llama “Activaciones”, Alonso propone un ciclo abierto de reflexión y debate sobre la evolución del experimento social, cultural y empresarial que es El Bajo. El viernes 17 y el sábado 18 de setiembre, durante la última Activación, se presentaron Azul Blaseotto y Eduardo Molinari, artistas argentinos que trabajan desde el arte para incidir en situaciones de conflicto político o social, a veces vinculadas a procesos de gentrificación, que son los que tienen que ver con el desplazamiento de personas de una zona cuando llegan otros grupos con mayor poder adquisitivo. El ejemplo típico, a la vez prueba de lo que el arte puede conseguir en un entorno urbano, sería el del Soho de Nueva York, donde a partir de la década del 60 llegó una ola de artistas atraídos por los precios bajos y los espacios vacíos de las antiguas fábricas. El barrio, antes deprimido, revivió. Pero llegaron las tiendas de lujo y los artistas tuvieron que irse. El Bajo podría caber en una categoría de diseño social que retoma aspectos de esa experiencia.

En la jornada del viernes Blaseotto presentó algunos de sus proyectos. Uno, que podría estar relacionado con El Bajo, tiene que ver con el proceso de Puerto Madero, en la Buenos Aires de los años 90, donde, planteó, se usó el espacio común para beneficio privado y hubo especulación, marginación y explotación. Después de la construcción de enormes edificios, “trajeron a los artistas a decorar estas oficinas”, dijo la artista.

El sábado hubo un debate en el que Alonso, Blaseotto y Molinari propusieron “habitar la potencialidad liberadora de lo colectivo”. Uno de los enunciados disparadores, interesante para pensar a El Bajo como un proceso único y no necesariamente igual a otros que pueden ser parecidos, fue: “La especulación define el punto de partida de un proceso, pero no sus formas”. En ese sentido, acerca de su incorporación a El Bajo, Alonso explicita algo que podría representar al resto de los artistas: “Tomé una oportunidad, eso es lo que me movió hasta acá, no la especulación”. La “oportunidad” para los artistas es evidente, pero en el contexto de El Bajo Alonso propone: “Ante estos procesos presuntamente gentrificadores, pensarnos como sujetos que pensamos estas prácticas especulativas”, y mantenerse en diálogo con los inversores y con los pobladores de la zona.

Al final, Alonso formuló una hipótesis basada en “lo que se piensa”. Dijo: “La gente de la zona. Pobres, se van a ir. Las pensiones de la zona van a desaparecer”. Otro artista, que destaca los fines nobles del arte, que en su opinión son “el remedio del alma” y su mejor aporte al mundo, le pregunta cómo se sentiría al formar parte de un plan de esa naturaleza. Alonso aceptó que es una pregunta difícil, pero opinó que eso no sucederá en este caso y que sus aportes desde el punto de vista artístico van a pasar por “activar situaciones sociales en la zona, que estas personas se acerquen, generar manifestaciones, ocupar el espacio público, encontrarse con los otros del barrio. Y, si se puede, incidir en la agenda pública”. Consultada sobre la hipótesis de Alonso, Capó, que no participó en el debate, respondió: “Mi ideal sería que convivamos todos. Nuestro plan es sacar a la zona de la depresión mediante la cultura, no pensamos en un barrio residencial”.

En el debate participaron artistas del Barrio de las Artes, donde también se están entregando inmuebles en comodato por iniciativa de inversores privados, muchos de ellos extranjeros. Teniendo en cuenta que en el Barrio de las Artes participa la Intendencia de Montevideo (IM), el tema del espacio urbano y el valor que en él adquieren los artistas se extendió al ámbito público de gobierno. Según Molinari, “disputar el espacio institucional es importante”, porque “cuando se plantea algo diferente el lugar del artista no es afuera: formamos parte de lo mismo”. Opinó que mantenerse al margen no hace al artista “ultrapolítico” y que “es imposible hablar de ideología o de pensamiento político, porque el pensamiento político ya cambió”. Animó a dialogar con autoridades, ocupar cargos públicos y participar en la elaboración de políticas culturales.

Sobre la relación con las instituciones, algunos artistas locales comentaron lo difícil que puede ser avanzar cuando éstas no acompañan procesos que deberían facilitar. Un artista instalado en el Barrio de las Artes se consideró “iluso” por haber creído que la IM iba a subsidiar sus impuestos de puerta o facilitar al arte y los artistas algún otro asunto de su competencia. En cambio, varios plantearon que se han complicado algunos trámites, con inspecciones y multas que no consideran la particularidad de nuevas propuestas que se quiere impulsar, y las condenan con bases que, para acompañar estos movimientos, deberían ser revisadas.