Estamos presenciando un espectáculo inédito en el panorama político-electoral del país: asistimos a una segunda vuelta electoral que se parece mucho a un partido definido cuando quedan 30 minutos por jugarse. Los números del 26 de octubre trajeron alivio a muchos frenteamplistas y desde entonces se instaló un clima festivo -hasta cierto punto entendible luego de semanas de angustia- en el que sobran las “baboseadas” a blancos y colorados. Supongo que no somos pocos los que vemos con preocupación esta tendencia traducida en photoshops y publicidades estereotipantes.
El hecho de que no haya que sumar desesperadamente adhesiones para asegurar un tercer gobierno del Frente Amplio (FA) abrió la posibilidad de pensar y discutir ideas y problemas de cara a lo que se viene. Por ejemplo, en un segundo gobierno de Tabaré Vázquez, ¿seguirá avanzando la reforma del sistema de salud, incorporando cambios imprescindibles en la modalidad del trabajo médico?; ¿hasta qué punto se obligará a empresas privadas que tienen en sus manos los servicios públicos a mejorar la eficiencia y elevar la calidad de lo que hacen?; ¿hasta dónde las herramientas para promover la autogestión dependerán de una evaluación transparente de los proyectos a apoyar? Quizá el temor a la incertidumbre que conllevan algunas de estas preguntas (seguro que hay más) explica la preferencia por seguir con el bullying practicado hoy por muchos seguidores y sectores del FA sobre nacionalistas y colorados que, desde el piso y obligados a completar el ciclo electoral, intentan responder como pueden.
Por estos días continúan las apelaciones sentimentales, como si nada hubiera sucedido el último domingo de octubre. Es cierto que el partido no está definido, pero resulta preocupante ver cómo se prefiere seguir jugando al barrabrava del FA, relegando peligrosamente el espíritu crítico al último lugar. La defensa de una causa, de un gobierno, no puede hacerse hipotecando la sana discusión de ideas. Todas esas energías gastadas en las cargadas, ¿por qué no se destinan a algo más productivo?
La política no es sólo ideología. Tampoco se define por la apuesta a realizar una buena gestión. Por suerte -contra eso luchó históricamente la izquierda-, no depende solamente de contar con líderes carismáticos. La política es también la manera en que se hacen las cosas. Para quienes se acostumbraron a defender ideas que no eran las predominantes, debería estar claro que respetar a los rivales es muy sano, así como aferrarse a principios republicanos que permitan el ejercicio del poder en beneficio de los intereses colectivos.
El FA tiene ahora la obligación de plantear políticas de Estado con una visión de conjunto, buscando arribar a consensos mínimos. Por eso, sus militantes -y más aun ciertos sectores autores de ingeniosos spots que sólo sirven para sacarse las ganas contra un rival desahuciado- deberían tener la inteligencia de no mojar orejas en exceso. Aunque más no sea por aquello de no hacer lo que no me gustaría que me hicieran.