Las personas se relacionan de muchas formas diferentes con su sexualidad y la guía Educación y diversidad sexual busca reflejar esa pluralidad. Pese a que la columna de Andrea Díaz lo pase por alto el texto reconoce explícitamente que existen personas que se autoidentifican bajo un rótulo (gay, lesbiana) y otras que se resisten a hacerlo. Ambas cosas se dan en la sociedad; por ello se recoge el debate contemporáneo sobre la identidad y se señala que, a diferencia de los enfoques tradicionales “que tienden a visualizar a la identidad como algo innato y fijo”, la perspectiva constructivista plantea comprender a las identidades “como una construcción nunca acabada, abierta a la temporalidad y como resultado de las posiciones que ocupa el individuo en un momento dado. Por eso no resulta conveniente rotular a las personas, sino antes que nada abordar el tema buscando acompañar y generar condiciones institucionales que permitan el desarrollo personal en similares condiciones al resto de los estudiantes”, y que “muchas veces las etiquetas preceden y reemplazan a la escucha y pretenden transformar una biografía en una categoría” (pág.14-15).

Por si no quedaba claro, se vuelve nuevamente sobre el asunto cuando se sugiere a los docentes: “No exigirles a los estudiantes que 'se definan'. Las intervenciones deben buscar acompañar y no incidir en un sentido u otro”. Y en la página 25 se recalca: “Es importante tratar de vencer la tentación de categorizar a la persona lo que, muchas veces, lleva a presionar a los estudiantes para que se definan en forma estable en el terreno de la sexualidad y el género de acuerdo a las categorías sociales existentes”.

Por lo tanto, el texto está lejos de promover un abordaje que busque fijeza en el terreno de las identificaciones. Pero también reconoce que esto sucede frecuentemente en la sociedad, y sugiere a los docentes “no interpelar a los estudiantes que se autoidentifican como gays o lesbianas. Evitar el '¿estás seguro?' o el '¿no será una etapa de exploración?'”. La guía maneja una perspectiva de derechos humanos y reconoce la pluralidad social existente, evitando reproducir tanto la violencia que implícitamente promueven los que quieren imponerle una etiqueta a todo el mundo, como la de aquellos que quieren que ninguno la adquiera. Sobre el derecho a la privacidad que reclama Díaz, este aspecto también está reconocido a lo largo del texto. Por ejemplo, en la página 12 se sugiere a los docentes “respetar el deseo y derecho a la privacidad”, señalándose sobre “salir del armario”, en la página 23, que cada individuo “tiene sus propios tiempos y su situación particular. Es importante acompañar este proceso evitando presiones de cualquier tipo”. Pero reconocer este derecho fundamental no inhabilita a considerar que en los hechos todas las orientaciones sexuales tengan -ya sea mediante el silencio o la explicitación- una gestión pública. Es un error creer que la sexualidad se reduce a la intimidad de la interacción sexual, ya que vivimos en un régimen social -nos guste o no- en el que la sexualidad es parte sustantiva de la identidad de un individuo, y esto se filtra en la vida cotidiana de forma permanente. La guía -como todo material didáctico- intenta hacer sugerencias contextualizadas en función de esta realidad.

Las personas heterosexuales dicen una y otra vez que son heterosexuales sin usar esta palabra (cuando comentan que se toman licencia matrimonial porque se casan con su novia, cuando abren su billetera y se ven las fotos de sus hijos y esposa, cuando atienden una llamada en sala de profesores y luego comentan que el esposo está internado, etcétera). Lo que la guía plantea es que aquellos docentes que desean no ampararse en el derecho a la privacidad, y quieren contestar preguntas de los estudiantes sobre sus arreglos familiares, puedan hacerlo con libertad. La misma libertad que usufructúan los docentes heterosexuales cuando deciden contestar esas preguntas.

La orientación sexual no es “contagiosa”, por lo que si un docente contesta que está casado con otro hombre, en lo único en que va a incidir sobre sus estudiantes es en que comiencen a relacionarse de otra forma con el tema. Al salir este aspecto del terreno de lo innombrable, pierde su carácter ominoso y secreto, y ganan más coherencia los discursos pedagógicos que hablan en contra de la discriminación y a favor de la convivencia en diversidad. ¿Por qué? Porque los hechos en la educación, como en casi todos los terrenos de la vida, son los que hacen muchas veces la diferencia, y son los que combaten los discursos vacíos y “políticamente correctos”.